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Muere Danny Kaye, actor y embajador de la Unicef

El actor Danny Kaye, conocido en el cine, la televisión norteamericana y la escena de Broadway, murió ayer en Los Ángeles, a la edad de 74 años, a causa de una hepatitis complicada con una hemorragia intestinal. Daniel David Kaminsky, verdadero nombre del actor, sirvió desde 1953 como embajador volante de la Unicef para dedicar todos sus esfuerzos en favor de los niños.Para quienes Kaye fue un actor cómico que descubrieron al mismo tiempo que el cine, su imagen aparecerá siempre asociada a una situación imposible: él, Danny, está escondido debajo de una mesa, entre las rodillas de sus enemigos. De pronto, uno de éstos siente un picorcillo en la pantorrilla y alarga la mano para aliviarlo, pero lo que encuentra no es su pierna, sino el antebrazo de Danny Kaye, quien, para no ser descubierto, ha de rascar la pantorrilla en cuestión. Y si eso parece complicado, más lo es aún cuando otra mano baja de la mesa y comete el mismo error, pero en el otro hombro.

La carrera de Kaye consistió en buena parte en interpretar personajes que se desdoblaban. Debutó en el cine en 1944 con Rumbo a Oriente, de la mano de Samuel Goldwyn. Dejaba tras sí una brillante carrera teatral y su pelo color zanahoria, ahora rubio por exigencias de producción. En Rumbo a Oriente era un hipocondriaco que convertía sus frases en verdaderos trabalenguas. En La vida secreta de Walter Mitty (1947) era un soñador cuyas fantasías se hacían realidad, mientras que en Un hombre fenómeno (1945) quien se apoderaba de su espíritu era un hermano gemelo muerto amante de la vida nocturna. El ideal de tranquilidad burguesa dinamitado por deseos ocultos se repetía en Loco por el circo (1958), donde Kaye era un rígido profesor británico al que su afición por el clarinete acababa llevando al circo.

Un gramo de locura

Uno de sus grandes éxitos, Un gramo de locura (1954), casi se diría que resume en el título el encanto del personaje: ese gramo era el que aportaba comicidad, lo que permitía que de lechero se transformase en boxeador o de filólogo en músico de jazz. Para poder ser otro, Kaye contaba con sus dotes de actor, pero también con su talento como bailarín, músico y equilibrista, una serie de virtudes de naturaleza circense -como Peter Ustinov, era un actor al que le agradaba aparecer rodeado de chiquillería- que supo explotar. En 1958 quiso, como muchos cómicos, probar fortuna en un papel dramático y, rodó Yo y el coronel. Antes, en 1952, para finalizar su contrato con Goldwyn, ya había alternado lágrimas y sonrisas en Hans Christian Andersen. Los años sesenta supusieron su desaparición progresiva de la pantalla y su conversión en figuras de espectáculos destinados a recaudar fondos para campañas contra el hambre. Hombre liberal, a principios de los cincuenta participó también en el movimiento de oposición al senador McCarthy, alineándose con las posiciones progresistas.

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