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Tribuna:ASPECTOS DE LA GESTIÓN DEL GOBIERNO
Tribuna
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De la baraca del presidente

Siempre he pensado que Felipe González, sin duda por haber sido su patria chica tanto tiempo musulmana, tiene la baraca, esto es, un don divino que en Marruecos poseen algunos jefes políticos o religiosos y que transmiten a los (temas como una bendición. Bendecidor y bendecidos gozan así del constante favor de los hados, lo que les hace salir siempre con bien de los más difíciles y porfiados empeños. Basta repasar la carrera política de nuestro presidente de Gobierno para comprobar lo que digo. ¿Cómo, si no, se explicarían tantas y tantas victorias, muchas de ellas poco lógicas? ¿Cómo se entiende, por ejemplo, el apoyo popular, cuando la política económica, todo lo inevitable que se quiera, favorece más al pudiente que al necesitado? ¿O la sonada victoria en el arriesgado referéndum de la OTAN? ¿O su indiscutido liderazgo en el PSOE, partido al que ha dado la vuelta como a un calcetín? ¿O la desaparición política de todo el que se le opone? ¿O el que no cometan más errores personas que, sin mas mérito que la amistad, designa para puestos de responsabilidad?Agoreros

Ahora, algunos agoreros anuncian malos vientos para el presidente. El análisis político -o simplemente el ruido de la calle, sin más- parece confirmar la existencia de muchos problemas irresueltos que afloran simultáneamente.

En realidad, lo que asombra es que tales escollos no hayan surgido antes. Habida cuenta de nuestra violenta historia, España realizó casi un milagro con la transición pacífica a la democracia. Sin embargo, mucho más milagrero hubiera sido re llenar los agujeros que por su propio pasado tiene nuestro país en su sociedad y su economía. Así y todo, la baraca ha actuado, pues si bien los problemas socioeconómicos sólo se han solventado en pequeña medida, lo cierto es que han quedado soterrados y, al menos hasta ahora, no se habían dejado sentir demasiado en la vida pública.

La suerte de Felipe González, y tal vez la del país, sería que siguiera el asunto tal como está tres o cuatro lustros más, para que bajo su presidencia -u otra parecida, si es que cabe encontrar a alguien con tanta baraca- diera tiempo a que actuaran los parsimoniosos remedios sociales y económicos que se vienen arbitrando. Con ello se lograría la transición económica, mucho más pausada y aburrida que la política, pero a la larga más importante.

De aquí a 15 o 20 años, en efecto -a menos de una catástrofe internacional-, las cosas rodarán por fuerza en economía mejor para España. Es de suponer que para entonces las tan renombradas políticas de ajuste y renovación habrán dado más fruto que hasta ahora. Aunque sólo sea por razones demográficas -gracias al imparable descenso de la natalidad-, el paro se verá muy atenuado. Superada la difícil etapa de acoplamiento, nuestra integracion en la Europa comunitaria nos habrá acercado a los niveles de vida de nuestros vecinos más ricos. Y hasta es posible que en ese futuro se cumplan de verdad los vaticinios con que año tras año nos animan los ministros del ramo y no tengamos inflación. Sobre todo, pudiera ocurrir que con el nuevo siglo gocemos de una sociedad, si no enteramente justa, puesto que en ningún país capitalista lo es, sí al menos más equitativa.

¿Discurrirán esos 20 años -que lo mismo pueden ser 30- en paz y tranquilidad, con Gobiernos socialistas u otros parecidos de centro-izquierda o centro-derecha, en un lento caminar hacia cotas socioeconómicas más altas?

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La vía histórica que han elegido los socialistas españoles -tras un siglo de predicar otras bien diferentes- es claramente ésa y lo han hecho, diríase, de modo más intuitivo que reflexivo. Afirmo esto porque entre las muchas paradojas de nuestros admirables gobernantes figura la ausencia de toda planificación a medio o largo plazo. Hasta el extremo de que como tal vacío resulta chocante, dirigentes socialistas han empezado a reunirse en petit comité para meditar sobre el año 2000, con el curioso resultado de que sin más trámite han pasado del pragmatismo a la utopía, pues vicepresidente, ministros y demás se quedan en la abstracción y en sus profundas reflexiones no hablan para nada de España, con la que después de todo algo tienen que ver.

Volviendo a la baraca del presidente, este año lleva todas las trazas de que se verá sometida a dura prueba. Mi pronóstico es que, pese a todo, seguirá la buena estrella de Felipe González, o al menos hay que desear que así ocurra, pues no es fácil advertir ventajas en un deterioro del Gobierno a comienzos de legislatura. No obstante, por aquello del ruego y el mazo, ¿no cabría ayudar a la suerte no haciendo más difícil todavía la delicada transición económica?

Entre los aspectos que cabría mejorar, se me ocurre uno sencillo y eficaz. Claro que a lo mejor no es posible, por ser la falta de humildad contrapartida inevitable -de la baraca, pero el exagerado triunfalismo del PSOE en casi todo, sobre injustificado, resulta contraproducente y hasta peligroso, pues impide al gobernante ejercer bien una de sus funciones esenciales, como es la de prever.

La revuelta estudiantil, por ejemplo, que tan de sorpresa ha cogido al Gobierno, lo único que tiene de sorprendente es que no se haya producido antes. Algunos, incluso, lo habíamos anunciado hace tiempo. (Véase mi artículo, y perdóneseme la inmodestia, La Universidad sin remedio, o el dificil arte de gobernar, en EL PAÍS del 18 de diciembre de 1984.)

Y es que cuando las equivocaciones son muchas, el empecinamiento grande y la autocomplacencia desmedida, hasta la buena fortuna no sirve. ¿Servirá para aminorar las consecuencias? Esperémoslo y confiemos en la baraca. (Con una excepción, sin embargo. En Ceuta y Melilla hay que luchar contra otra baraca, pues el rey Hassan, de Marruecos, como es sabido, también la tiene y grande. Por ello, en esas ciudades convendría no encomendarse a la buena estrella y sí extremar las previsiones y acertar en los nombramientos).

Francisco Bustelo es militante del PSOE. Fue miembro de su ejecutiva y de su conmité federal, diputado y senador. Catedrático de Historia Económica de la Complutense, de la que fue rector.

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