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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Suicidio frustrado

EL PRESIDENTE de Estados Unidos trató el escándalo del Irangate en el reciente discurso sobre el estado de la Unión como si fuera un simple accidente en el camino, como si el error hubiera residido en la realización del plan de acercamiento a Teherán y no en la misma concepción de la idea. De esta forma, habría un error en el Irangate, pero no un error Irangate, y mucho menos un error Reagan. Por lo demás, la Administración, como dijo el presidente, tenía que dejar atrás el embrollo del canje de armas por rehenes norteamericanos y seguir con la gobernación del país como si poco o nada hubiera pasado. Sin embargo, si hiciera falta algún recordatorio, el intento de suicidio dé Robert McFarlane, directamente implicado en la operación, recuerda dramáticamente que de buenos deseos están empedrados los infiernos. El antiguo marine, y ex asesor de Reagan, que realizó la misión secreta en Teherán para tomar contacto con la supuesta facción moderada de los ayatollahs en octubre de 1986, temía perjudicar gravemente al presidente con sus declaraciones sobre el caso. Esta semana, McFarlane debía declarar ante una de las comisiones investigadoras, y la evidente sinceridad con que se había comportado hasta el momento para contar su participación debía de hacer aún más angustiosa su lucha interior.El equipo del presidente, norteamericano está sufriendo en los últimos tiempos dos tipos de deserciones o eliminaciones- achacables ambas a los efectos directos o indirectos del Irangate. Una es la de aquellos como Patrick Buchanan, que recientemente abandonó su puesto de director de comunicaciones de la Casa Blanca, y que corresponde a la de quienes opinan desde la extrema derecha que ya es imposible seguir trabajando con el presidente Reagan. Y opinan así, de un lado, porque consideran que con su pragmatismo ha traicionado la causa de los auténticos conservadores, y de otro, porque el maniatamiento sufrido por su Administración a causa del escándalo Irangate obliga a irse preparando a buscar un sucesor más reaganiano que el propio Reagan. La segunda clase de bajas corresponde al tipo de dimisiones o ceses como consecuencia del intento de canje de armas por rehenes con Irán, que comenzó con la destitución del coronel Oliver North. La presidencia ' de Reagan comprueba cómo ni las negociaciones políticas ni el puro enfoque militar del caso sirven para lograr la liberación de los rehenes en Líbano. Declaraciones como las del secretario de Estado, George Shultz, en las que conminaba a los libaneses a atenerse a las consecuencias intemperantes que pudieran derivarse de los actos de algunos de sus compatriotas, son a la vez el signo de la desesperación de una Administración.

El intento de suicidio de McFarlane tiene todas las características de una bomba de tiempo que sirve para recordar que lo esencial de las revelaciones del Irangate aún no se ha producido. El distraído y jovial presidente no había interpretado un papel parecido hasta la fecha. Su presidencia se parece cada día más a un campo minado por su propia Administración. Y el frustrado suicidio del ex consejero puede ser el símbolo del suicidio de toda una era política.

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