La necesidad y el azar
CUANDO YA parecía imposible la aparición de un nuevo juego de azar, el ingenio de tahúr del Estado se apresta a lanzar uno nuevo. Se acumulan los nombres como los apodos de jovencitas de bar nocturno -con el chasis de Visa en el bolso-: la instantánea, la combinada, la primitiva, la loto. Esta instantánea -ha llegado chica nueva- tiene la modalidad de que la ansiedad se calma o se apaga en el mismo momento del contacto: una parte oculta del billete se, descubre, y muestra si hay o no premio. Para el primer fallo queda un recurso: hay, además, un número para el sorteo posterior. Aguda combinación -ya se dice que está copiada del extranjero- que promete la inmediatez para la necesidad, el aplazamiento para la frustración original y la nueva compra para el futuro.Lo que alega Hacienda es que asi responde a una demanda del mercado, comprobada con sus otras ofertas: hay necesidad de dinero, y Hacienda, que con una mano se lo lleva, con la otra lo ofrece, con lo que en antigua ley moral se llamaría ventajismo: sólo devuelve el 50% o el 55% -según los dos casos previstos- de lo que cobra. Lo demás es el salario de la esperanza y el placer de ir descubriendo poco a POCD la zona oscura del billete.
Hay ya protestas. Pero no proceden de quienes tratan de decir al Estado que esta abundancia de ofertas de dinero por azar -incluyendo los juegos llamados privados, tras los que está también su mano ávidaatañe muy de cerca al abuso del juego como problema moral, sino de quienes ven sus proyectos de otros juegos desbordados o madrugados. Este es el caso de laGeneralitat de Cataluña -con su Entidad Autónoma de Juegos y Apuestas-, que preparaba su propia Iotería instantánea y su loto. Modalidades que, según sus cálculos, le darían un beneficio anual de 1.000 milIcnes de pesetas. Y la Junta de Andalucía, que a su vez tiene una Dirección General de Juegos.
Pueden no estar faltos de razón estos organismos. en sus requerimientos. La negociación y, en último caso, el Tribunal Constitucional, donde se pricuentra pendiente una reclamación catalana contra la loto, acabarán pronunciándose. Pero el problema verdadero no es el de saber quiénes tienen derecho al juego,y a cuáles de estos juegos, sino en la forma misma de. esta fiscalidad mal disfrazada que probablemente es la menos limpia de todas cuantas se desploman sobre. los españoles. Lo mismo da que esta colecta se realice por la vía central o por la autonómica. El allegato de que, finalmente, el dinero recaudado no lo pierde nunca el ciudadano, puesto que revierte a él por las vías usuales que tiene el Estado para los gastos necesarios del presupuesto, no basta. Hay pruebas sobradas de despilfarros, cuando no suntuarios.
Hay un fondo de presunción real por el cual puede afirmarse que los jugadores de estas loterías y otros juegos de azar de poca monta, o que los compradores de billetes y de participaciones astutamente baratos, pertenecen precisamente a las clases modestas. Con este sistema acaban siendo en general los impositores pobres, movilizados por la ilusionada expectativa de dejar de serlo, quienes aportan una contribución relativamente más alta. La avidez estatal, que conoce, como sus mismos portavoces confirman, la existencia de un mercado todavía sin saturar, no puede ignora de quién sale precisamente la mayor parte del dinero, cuya mitad se lleva el Estado, a cambio, casi siempre, de un simple puñado de esperanza.
Sin duda que el déficit del presupuesto público, para el que no bastan los ingresos impositivos actuales, es un asunto capital, pero seguramente han de existir procedimientos más civilizados y justos, como sería la persecución del cuantioso fraude fiscal que protagonizan los poderosos, para rellenar las arcas. Fiar los remedios a más y más loterías tiene el aire de apostar más por la irracionalidad que por el orden social y la racionalidad que un buen sistema de fiscalidad y su inspección conllevan.
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