_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El gato del 68

No era un hombre, sino un nombre, una bandera de lucha, una editorial de combate y una librería -mejor dicho, dos- abierta a todos los vientos y que proclamaba paladinamente que leer es una alegría. La Joie de Lire se llamaban precisamente los dos establecimientos colocados uno frente al otro al final casi de la calle de Saint Severin, poco antes de llegar al bulevar Saint Michel. Se entraba por Saint Michel, claro está; a la izquierda estaba la librería de literatura general, y a la derecha la de pensamiento y ciencias sociales -todo el gauchismo de la época- con el añadido, en el sótano, de una espléndida sección dedicada al libro español e hispanoamericano. Maspero pasaba poco por las librerías, encomendadas al saber y paciencia de Jeanne Mercier, y anclaba sus reales en la editorial, en una plaza frente a la Sorbona. Esa misma plaza donde hasta hace unos días estaba la estatua de Montaigne sentado, frente por frente a esa misma Sorbona, a nivel peatonal, y con los labios casi siempre pintados de rouge. Caricias estudiantiles.Al final los manoseos a Montaigne subieron de punto -le cortaron una pierna a la estatua- hasta que con ocasión de las pasadas manifestaciones estudiantiles la estatua desapareció. En su zócalo apareció una inscripción apresuradamente garrapateada: "J'ai honte. Je m'en vais" ("Me da vergüenza. Me marcho"). En realidad, la alcaldía de París había decidido restaurar la estatua o volver a fundirla en bronce, pues tampoco Jacques Chirac tiene un pelo de tonto.

Más información
El último mohicano

Montaigne ha desaparecido, pero volverá; como desaparecía y volvía -y sigue volviendo tras sus desapariciones- François Maspero. Ni los entonces ministros del Interior, Raymond Marcellin, o Michel Poniatowski después, pudieron con él tras múltiples multas y procesos, condenas y recursos y una constante vigilancia policial, sobre todo en aquellos mitológicos días del mayo del 68 francés que tanto se extendió por el mundo. Ni las adversidades sentimentales, que en cierta ocasión lo pusieron al borde del suicidio. Ni siquiera los constantes robos de libros de los estudiantes que entraban a saco en sus librerías, forraban su cuerpo de libros y se iban sin pagar. Maspero no podía perseguirlos sin negar su propia fe. Los cogía, recuperaba los libros y los soltaban. Y así, esos mismos estudiantes de casi todas las nacionalidades, que teóricamente eran sus partidarios, sus lectores preferidos, se cargaron las librerías cuando François Maspero comprobó reiteradamente el déficit producido por tanto saqueo indiscriminado y arrojó la toalla.

Maspero editaba mucho; libros políticos, de economía, sociología y antropología. Lanzó en Francia la antipsiquiátría, volvió a los viejos anarquistas, fue la punta de lanza de los anticolonialistas, de los maoístas, y su nombre simbolizaba una e'specie de revolución cultural que no llegó a cuajar en el corazón mismo de Occidente. Jomo Kenyatta, Mao Tsé-tung (así se escribía entonces, pues ¿cómo decir "la pensée rnaozedong?`), Bettelheim, Nizan, el general norvietnamita, Giap, Ho Chi Minh, el Che Guevara, Frantz Fanon, Malcolm X, Daniel Guerin, Fidel Castro, Regis; Debray, Walter Benjamin y Rosa Luxemburgo. Todas las rebeldías del mundo tenían cabida en su catálogo. Las autoridades gaullistas lo perseguían, lo acosaban y lo breaban a multas, pero Maspero seguía adelante con sus grandes bigotes de gato. Pero mayo fracasó, los robos no cesaron, y ambas librerías cerraron sus puertas una mala vez. Desde entonces París ya no es el mismo.

Y los españoles en torno a Maspero, desde luego; primero sus colaboradores, las vendedoras Paz Gutiérrez y María Lluansi, o Antonio Pérez, el encargado de la sección hispánica, refugio de tantos y tantos españolitos en busca de la revolución perdida, de la información o de la ayuda, pero que en realidad era -y es- un esteta bibliófilo y actual editor de libros de arte. Paz tiene en Madrid una librería escolar, frente al Liceo Francés, y María se desvaneció por los campos gerundenses con su marido, Alejo, y su hija una vez que Alejo abandonara también su trabajo en la editorial Ruedo Ibérico. El ya desaparecido José Martínez, fundador y director de esta última editorial, también estaba siempre al lado. Y los Antonio Saura, Manolo Millares (entonces vivo), Raimon, Juan Marsé o los contertulios de García Calvo en La Boule d'Or, y tantos otros que pasaban por La Joie de Lire siempre que podían. No fue un editor de literatura -¿y el Romancero de la guerra española?-, y ahora vuelve como escritor de sus recuerdos infantiles y con la sonrisa del gato -y sus bigotes- en la boca.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_