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Un oasis de racionalidad

El por lo general paupérrimo panorama arquitectónico de la España de posguerra contó con una excepción, que no tuvo que ver únicamente con el talento individual de un arquitecto. Me refiero a lo realizado por el Servicio de Regiones Devastadas y por el Instituto Nacional de Colonización, el primero de los cuales fue creado por el régimen franquista en la temprana fecha de enero de 1938.La acción de ambos organismos estuvo orientada a la reconstrucción planificada de aquellos asentamientos urbanos que habían sufrido durante la guerra civil una destrucción equivalente o mayor al 60% de su edificación, aunque lo más significativo de su actividad estuvo centrado en las pequeñas localidades rurales.

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Por un conjunto muy diverso de factores, entre los que la ubicación excéntrica, el carácter rural, la modestia de los recursos y el sentido unitario de la obra desempeñaron un papel relevante, el caso es que fue en esos pueblos donde se pudo llevar a cabo lo que en cualquier otro contexto de la España de los, años cuarenta resultaba impensable.

Espíritu moderno

En estos nuevos pueblos agrarios se produjo, efectivamente, una arquitectura de corte racionalista, identificada con los presupuestos del movimiento moderno, lo cual era rechazado política y estéticamente en el resto del país. En este sentido, las construcciones del Servicio de Regiones Devastadas constituyeron el único eslabón entre el espíritu arquitectónico moderno de antes de la guerra y el que se iría produciendo a partir de los años cincuenta en España.

La mezcla de planteamientos racionalistas en el diseño de tipologías estándares -de gran ductilidad y polivalencia-, la claridad y la sencillez de los trazados, el estudio riguroso de las necesidades y peculiaridades socioeconómicas del lugar y la realización de una encuesta solvente sobre los elementos más característicos de la arquitectura popular dieron como fruto algunas obras verdaderamente ejemplares, que han pasado a la historia de la arquitectura española contemporánea.

Fueron los casos, entre otros, de Titulcia, Seseña, Nules, Brunete, Esquivel, Vegaviana, Montarrón.

Por una parte, esta experiencia tuvo una influencia extraordinariamente benéfica en la formación de una nueva generación de arquitectos, entre los que hay que destacar a Alejandro de la Sota y José Luis Fernández del Amo, y, por otra parte, sirvió como estímulo inspirador a sucesivas generaciones posteriores.

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