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Tribuna
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San Sherlock

Han pasado justamente 100 años desde que Arthur Conan Doyle escribió A study in scarlet (Un estudio en escarlata o Estudio en rojo, que de ambas formas se ha traducido al castellano ese título), la primera de sus novelas sobre Sherlock Holmes. El centenario merece ser celebrado, pero es improbable que las universidades organicen convenciones internacionales para exaltar la grandeza del creador de Holmes. Arthur Conan Doyle fue nombrado caballero por sus servicios a la literatura, pero hay muchos profesores que se niegan a otorgar la acolada, de mayor categoría, de la importancia literaria a una persona que durante 100 años ha sido considerada como un "mero entretenedor". Yo habría pensado que ser capaz de entretener en el alto nivel consistentemente mantenido por Conan Doyle constituía un índice de su genio, pero dado que, a diferencia de Henry James, o Joseph Conrad, o James Joyce, no ha contribuido a cambiar el pensamiento universal, ni descubierto los misterios de la psique humana, ni dejado una huella personal en la lengua inglesa, sigue siendo, amado por la gente normal, pero no es admirado profesionalmente por los que se llaman a sí mismos expertos en literatura. El nombre de la rosa, de Umberto Eco, ha conseguido la aclamación, como obra de alta ficción, del público en general y de los guardianes de los misterios de la critica, pero ¿qué habría sido de Eco sin Sherlock Holmes? Su libro, a pesar del comentario semiológico que facilita para exaltarlo al nivel del arte complejo, es fundamentalmente no mucho más que una astuta transferencia al mundo del monasterio medieval de otra creación del hombre. El mismo Eco lo admite a través del nombre de su monje detective -William de Baskerville- Eco invoca realmente no sólo el título de una de las aventuras de Holmes mejor conocidas -The hound of the Baskervilles (El perro de los Baskervilles), convertida en los años treinta en una película que fue una de las dos preferidas de Hitler, siendo la otra Mutiny on the Bounty (Rebelión a bordo)-, sino también un importante elemento de la personalidad tanto de Conan Doyle,como de su gran detective: el hecho de que ambos pertenezcan a la tradición católica europea en lugar de a.la tradición protestante insuiar de la Inglaterra victoriana. Volveré a esto más tarde.En lo que respecta al status literario de Conan Doyle, pienso que es posible sugerir que nuestros estándares de juicio literario son insuficientes para tratar las novelas de Sherlock Holmes, lo mismo que son también insuficientes para ocuparse de Rudyard Kipling o, en una escala descendente, de Rider Haggard, Agatha Christie, Bárbara Cartland. El profesor Leslie Fiedler, de la universidad estatal de Nueva York en Búfalo, publicó hace pocos años un libro titulado What was literature? (¿Qué era la literatura?), en el que fulmina las viejas doctrinas críticas de los profesores más ortodoxos. La literatura, en pocas palabras, hay que definirla como algo que se estudia en los colegios y universidades; el resto es simplemente algo que es bueno leer. Pero en los hábitos de lectura de ciertas figuras cuyo lugar en los currículos universitarios no es discutible se observa una doble medida. Baste con mencionar a T. S. Eliot, que leía los cuentos de Sherlock Holmes a su esposa mientras ésta zurcía los calcetines de aquél, porque uno de los pasajes más agudos de su obra Murder in the cathedral (Muerte en la catedral) lleva un trozo entero de The Musgrave ritual (El ritual de Musgrave), sin que Eliot lo confiese así. Lo mismo que Eco, trasladó a Conan Doyle a la Edad Media. Eliot estuvo prometiendo siempre elaborar una estética de las novelas de detectives, pero nunca lo hizo. Pudo más su elitismo literario. Póstumamente, sin embargo, había dado la idea para un musical llamado Cats, que parece probable que continúe con éxito durante años. Las barreras parecen haber caído. Es posible ahora proclamar como un gran genio a Conan Doyle y otorgar a Sherlock Holmes un lugar en la imaginación mundial equiparable al de Hamlet, Falstaff o Don Quijote.

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Holmes, sweet Holmes

Se toma a Holmes como uno de los tipos de hombre inglés más definidos, pero hay poco de inglés en él. No es jugador, fuma opio, se pone inyecciones de cocaína, intenta emular a Sarasate con el violín. Es brillantemente lógico a la manera francesa, no empírico a la manera británica No causará ninguna sorpresa decir que su inventor no era en ab soluto inglés. Su nombre completo era Arthur Ignatius Conan Doyle. Nació en Escocia, sus an tepasados fueron. irlandeses ca tólicos, y su educación, jesuita John Doyle, su abuelo, fue un ca ballero católico, pero también un importante e innovador caricaturista político. El padre, Charles Doyle, fue también un artista, aunque fracasado. Hizo una ilustración para la primera novela sobre Holmes de su hijo en la qu se retrató a sí mismo, tierno, bar bado, soñador, nada parecido a un halcón como el agudo detective, enteramente afeitado y bien despierto. La facultad de visión pública o privada, era en la familia la misma que tenía Holmes, aunque Charles Doyle se ofusca ba con la bebida. En el mundo de su hijo, el alcohol es el gran enemigo; el opio puede ser tolerado La madre mantuvo unida a la fa milia y fue una gran heroína. No existe misoginia en los libros de Conan Doyle; sólo una adoración de la mujer que las feministas pueden encontrar igualmente ofensiva. ",Oh, ciego, angélico, loco amor de mujer! ¿Por qué tienen que pedir un milagro los hombres mientras tú permanezcas en la tierra?". Estas frases figuran al final de A sordid affair (Un sórdido asunto).

El joven Arthur Conan Doyle fue al Stonyhurst College, una escuela católica del norte de Inglaterra. Era el único irlandés-escocés entre los vástagos de la aristocracia católica de Lancashire Baskerville Hall, en la famosa novela, tiene un gran parecido con el colegio. Elperro de los Baskervilles puede haberle sido sugerida por un poema de otro católico británico, Francis Thompson que escribió Ihe hound of heaven (El perro del cielo), en el que el perro sabueso es Dios: "Hui de él a lo largo de las noches y a lo largo de los días...". Si el apellido de Holmes venía del ensayista estadounidense Oliver Wendell Holmes, su nombre de pila procedía de un Patrick Sherlock, que fue el menos inteligente de todos los contemporáneos de Arthur en Stonyhurst,. Hubo dos Moriarty -John Francis y Michael-, ganadores ambos del, premio de Stonyhurst para las matemáticas. El malvado profesor Moriarty de las novelas de Holmes tiene la misma facilidad para las matemáticas que ellos: "A la edad de 21 años escribió un tratado sobre el teorema del binomio, que se hizo popular en Europa". En algunas de las novelas aparece el inspector Stanley Hopkins. Este nombrées un eco indudable de otro gran apellido: el del poeta jesuita Gerard Manley Hopkins, que durante algún tiempo enseñó griego en Stonyhurst.

Conan Doyle abandonó la Iglesia católica, pero nunca se decidió a abrazar el anglicanismo. El rigor del pensamiento de Sherlock Holmes es jesuítico de Stonyhurst con un toque de calvinismo escocés. El santo patrón de Conan Doyle enseña en sus Ejercicios espirituales la impqrtancia de la "composición de lugar". James Joyce aprendió de san Ignacio de Loyola un aspecto importante del arte de la novela, y lo mismo le pasó a Conan Doyle. Holmes vive y trabaja en un Londres muy firmemente descrito, pero debe mucho a una ciudad más pequeña y más manejable, la ciudad de Edimburgo. Es notable la inmediata captación por Holmes de los detalles materiales, nutrida por la preparación médica de Conan Doyle. Puede decirse que es jesuítica, como lo es también la lógica de las deducciones de Holmes. En los últimos años de su vida, Conan Doyle se vio obligado a cualificar el sombrío material por el que demuestran una gran pasión las novelas de Holmes, para lo cual inició el estudio del espiritismo. Fue una suerte de herejía católica.

En el doctor Watson, más que el tontorrón compañero y ayudante de Holmes, tenemos un irónico y autoempequeñecedor retrato del propio doctor Conan Doyle. Pero la lógica es más importante para él que llamar a capítulo a los criminales. El papel del aficionado inteligente es elevado por encima del papel del chapucero policía profesional, y con el detective de Baker Street, Londres NW1, se inaugura toda una tradición de brillantes detectives privados -Hércules Poirot, Sam Spade, Philip Marlowe- Podemos buscar precedentes, pero no los encontraremos. Sherlock Holmes es totalmente original. Los franceses, como sucede en las novelas de Arsenio Lupin, tienden a burlarse de él, falseando su nombre en el de Herlock Sholmes. Se hace burla de él con demasiada facilidad en las parodias de sus novelas realizadas en Hollywood, en los anuncios de la televisión. Se le ridiculiza porque inspira temor a los más estúpidos. Pero las continuadas burlas, parodias y sinceras imitaciones constituyen el mejor testimonio de su perenne vitalidad.

Cuando visito Londres suelo hospedarme en el Sherlock Holmes Hotel, inevitablemente en Baker Street. Desayuno en un restaurante italiano que debe su nombre a Móriarty -el Ristorante Moriarti- Al ir hacia el hotel desde la estación de Baker Street observo en las paredes de las escaleras mecánicas todo un friso de siluetas de Sherlock Holmes -pipa curvada, sombrero de cazador al acecho, nariz aguileña- Tomo una copa en el bar del doctor Watson: recientemente vi allí a un bebedor seriamente vestido con ropa igual a la de Sherlock Holmes, completada con una copa con capucha 31 una pipa curvada. Ningún otro personaje de la literatura ha disfrutado de una ubicación tan completa ni convencido a los no aficionados a la literatura de que tenía, una existencia histórica. Si Conan Doyle no fue grande, ¿qué es lo que fue?

Hay que decir que Conan Doyle sigue siendo el más excelente novelista histórico después de sir Walter Scott, escocés como él, aunque no católico, de quien aprendió mucho. Es una extraña combinación -Ignacio de Loyola y Scott-, y quizá en nucistra época únicamente el difunto papa Juan Pablo hubiera sido capaz de conciliarlos. Micah Clarke, escrita por Conan Dolile antes de la saga de Holmes, es un ,profundo ejercicio de investigación histórica y abre el camino a la metodología del detective victoriano. Un amplio conocimiento cultural es a la vez esencial para el recreador de una situación histórica y para el indagador de un problema criminal. Pero novel,as como Micah Clarke y The white company (traducida al castellano como La blanca compañía y también como La escuadra blanca) siguen siendo para los británicos obras de fantasía. Sherlock Holmes ha cruzado las fronteras. Si lo encontramos en la Italia rrionástica de Umberto Eco, debemos estar preparados tarribién para verle en Róma o Florencia, disfrazado como Vittorio Gassman o Marcello Mastroianni, hablando un impecable dialecto italiano y derrotando a la policía italiana en la búsqueda de un gran criminal internacional. Pero Londres es su ciudad, y Baker Street, su guarida. Los vísitanteis de la capital esperan verla envuelta por la niebla, rechinante con los coches de pescante trasero y rebosante de pícaros ingeniosos. Ésta es la influencia de Holmes. Está tan vivísimo que nos olvidamos que tuvo un creador humano. Ese creador humano merece nuestro homenaje en el centenario de la fecha en que escribió A study in scarlet.

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