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Tribuna
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Buenas noticias para un viejo galardón

Excelente cosecha ésta del Nadal 87, de ésas que empiezan a compensar, al fin, el trabajo de un jurado a la búsqueda ansiosa de recuperar de una vez por todas lo que este Premio ha sido.Claro que se puede hablar de una tónica de general corrección en las novelas que llegaron a las primeras votaciones y no alcanzaron, sin embargo, las decisivas. Pero, sin duda, hay algo más que eso en un libro tan peculiar como Hotel Savoy, de Javier Membra, una verdadera sorpresa para mí y una expectativa abierta para un escritor que, con algo más de cuidado expresivo, bien puede ser algo así como el cronista del otro lado de nuestra presunta modernez. O ahí está también la serierdad con que se plantea una historia como la que sugieren El puente, de Eliana Albalá o Camisa limpia, presentada ésta con el seudónimo de Eleuterio Martín. Otra novela con seudónimo, El silencio del día narraba con escritura pulquérrima una historia demasiado larga, un algo eduardomendozina.

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Remontar el vuelo

Pero donde ese límite de la corrección -y dejando aparte al curioso y,caótico Memba- se traspasa con creces es en tres títulos que son, ciertamente, los que dan a este Nadal del 87 su peculiar excelencia y la posíbilidad más que cierta de remontar ese vuelo que nunca debió dejar. Historia del triste, de Horacio Vázquez Rial, es una novela perfectamente construida, admirablemente cerrada en sí, extrañamente emocionante. La historia de dos asesinos a sueldo en la Argentina del terror reciente. Sin heroísmo final, sin jugar sucio con el lector. Desconcertante en grado justo, como si la literatura pidiera su lugar ante la evidencia de un testimonio que completa como tal ese infierno que ya conocíamos.En Los motivos del halcón peregrino, deRafael Humberto Moreno-Durán, volvemos a encontrar al escritor repleto de cultura y de peculiarísimo sentido del humor de Juego de Damas, El toque de Diana o Finale capriccioso con Madonna, aunque la brillantez de su último texto no acabe de llegar a las excelencias de los anteriores, a esa sutileza en el juego de palabras a esa ironía, algo más que fina, que destilaban, aquellos. En cualquier caso, esta historia de diplomacia y cosmopolitismo, esta suma de evocaciones de otro tiempo, atrapa a su lector por el lado irresistible de la inteligencia.

Y, finalmente, la ganadora, La luz del desierto (Balada de Caín), de Manuel Vicent, presentada bajo el seudónimo de Luis Aymerich, es nada más y nada menos que la historia de Caín. Un Caín saxofonista en Nueva York pero también errante en el desierto, con su madre y su efébico hermano, con el lastre del recuerdo de un Adán vencido. Tras ellos, un Dios magistralmente construido bajo la forma de una suerte de achulado provocador. Un paraíso perdido, y tan perdido, pues ya no existe tras unas tapias atestadas de graffitis que lo ocultan a la vista. Génesis y destrucción a un tiempo, en el texto se entrecruzan las referencias a una vieja historia bíblica con las ruinas de los tanques abandonados en el desierto o con las ráfagas de los aviones que atraviesan el cielo a toda velocidad. Historia, pues, doblemente atractiva. De un lado, para el lector que se enfrenta a una escritura pública. De otro, para un autor que se ha propuesto salvar un reto bien diricil y que lo consigue, sobre todo, a través de un lenguaje crudo unas veces, lírico otras, capaz siempre de sostener el clima preciso.

Luis Suñén es jurado del Nadal.

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