Sin arraigo popular
Los resultados del I Encuentro de Rock Iberoamericano, celebrado en Madrid la pasada semana, reúnen en un mismo cuadro el interés artístico y una escasa aceptación popular. El origen de los Encuentros fue una iniciativa personal, recogida apadrinada y subvencionada por organismos oficiales que, al final, serán también los encargados de enjugar el eventual déficit económico.La idea de la puesta en marcha de este I Encuentro partió de Miguel Ríos que, con el apoyo de Luis Yáñez, secretario de Estado para la Cooperación Internacional y para Iberoamérica, se gestionó a través de la Sociedad Estatal para la Ejecución de Programas del V Centenario, en estrecha colaboración con la Comunidad y el Ayuntarniento de Madrid. Estos organismos contrataron a Bética de Programas y Gestión, SA para la materialización del proyecto y selección de participantes. El presupuesto total se fijó en 40 millones de pesetas. A excepción de los 12,5 millones de pesetas de gastos en concepto de viajes de los participantes suramericanos -los grupos no han cobrado por actuar y los 2,5 millones correspondientes a hoteles, que han sido sufragados por la Sociedad Estatal para la Ejecución de Programas del V Centenario, el resto del presupuesto se destinará a cubrir los gastos originados por los 10 seminarios celebrados con motivo del Encuentro y los propios de la producción conciertos.
En un principio, era Granada la ciudad prevista como sede del I Encuentro de Rock Iberoamericano pero, finalmente, se decidió trasladarlo al Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid, adaptado con una nueva disposición escénica que permitía un aforo de 6.000 espectadores y un complejo montaje de luces y sonido -que no logró superar las adversas condiciones del Palacio- en el que intervinieron empresas británicas y españolas.
Los artistas seleccionados para representar el rock de habla hispana del otro lado del Atlántico, acercaron una realidad musical desconocida al escaso público madrileño que se interesó por los conciertos. Los avances de recaudación, que puede rondar los cinco millones de pesetas, permiten deducir que el resultado económico de Encuentro no ha sido precisamente un éxito, aunque el déficit pueda enjugarse en parte con la comercialización posterior de los videos y discos grabados durante el Encuentro. El aficionado no ha sentido como suyo este acercamiento al rock iberoamericano y apenas llenó la mitad del Palacio de Deportes, lo que impidió lograr ese carácter popular que se pretendía con el reducido precio de las localidades (1.000 pesetas el abono para los tres días).
En la actualidad, las relaciones entre el rock español e iberoamericano son muy débiles, y es la unidad linguística y las mayores posibilidades de conexión comercial entre mercados hispanoparlantes, lo que explica el interés que une a empresas discográficas, artistas y mánagers. El público está lejos de estos intereses, funciona por otro tipo de motivaciones y, finalmente, elige entre una oferta ceñida a lo anglosajón y lo español, obligado por la política de las empresas discográficas.
Cualquier posibilidad de ampliar este campo de elección, tendrá éxito siempre y cuando sea capaz de atraer a una demanda real, alejada actualmente del rock de múltiples tendencias que se realiza en Iberoamérica.
Habrá que esperar las conclusiones de los seminarios celebrados con motivo de estos encuentros, que han reunido a profesionales relacionados con el rock para comprobar si, a nivel teórico, los resultados han sido más positivos.
En cualquier caso, al término del I Encuentro nadie se ha pronunciado sobre su futuro, cuando una de las razones inspiradoras del mismo era su continuidad hasta 1992. El limitado interés despertado lo ha convertido en algo que, por el momento, es preferible no tocar.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.