El Escorial, nuestro contemporárneo
La imagen que ofrece El Escorial al observador no es uniforme. Presenta mil matices. Esta es su mayor riqueza. Los viajeros del siglo XIX lo miraban con ojos románticos. Veían en él una mole secular, lúgubre, emanada de la interioridad ennegrecida de Felipe II Ya avanzado el siglo XX comenzó a estudiarse su arquitectura con análisis más real de formas, sin sombras en la retina y con calidad concreta en su talla de exactitud. Surge aquí una paradoja: de la luminosidad francesa e italiana brota la primera imagen. De las brumas anglosajonas, la segunda. Pero aparece hoy un tercer reflejo, con psicoanálisis y sexualidad sirviendo de soporte explicativo a la monumentalidad de la razón pétrea.Ayer, en este periódico, el profesor Pedro Guilló descubre en la quintaesencia del Escorial una "condensación de fuerzas mágicas, religiosas y sexuales", que configuran la psicobiografía de Felipe II, plasmada en El Escorial. No es nuestra intención mi defender ni rebatir ninguna de esta interpretaciones. Queda reducido nuestro análisis a una explicación de la arquitectura con cánones históricos de contemporaneidad política.
El Escorial no es sólo piedra. Es también vuelo. Piedra con alas, en su expresión lingüística. La arquitectura habla. Rompe la inercia de las formas cuando se vocaliza como lenguaje. Decir lenguaje es decir sentido. El lenguaje de El Escorial no se entiende como aproximación. No es presencia háptica, tangible. Se entiende como perspectiva. Es universo óptico, explicable. Son términos de Riegl y Wölfflin. El Escorial no ,se toca, se comprende.
Un Escorial individualizado, de piedra estática, es -el lugar común de aquella visión con anteojeras que ya rechazaba Unamuno. Para comprender El Escorial sin lugares comunes hay que contemplarlo con dialéctica de vuelo, a distancia, en su ser panorámico de unidad y diversidad. Sólo subiendo a las cumbres enhiestas del Guadarrama o elevándose al cielo azul de los pájaros se percibe la orquestación de totalidad que brota de su arquitectura.
Desde una de esas cumbres, bajo la Mira de los Abantos, sobre una planicie abierta del puerto de Malagón, dibuja en 1629 su Representación cósmica de El Escorial Pedro Pablo. Rubens, con el propio Diego Velázquez por cicerone. Dedica el dibujo, pasado más tarde a lienzo por su ayudante Peter Verhulst, al trágicamente célebre Carlos I de Inglaterra. Ese mismo año viaja Rubens de España y Flandes a Londres, como consejero diplomático de Isabel Clara Eugenia y de los Austrias madrileños. También en 1629, al comenzar "los 11 años de la larga tiranía", otorga el rey británico al pintor flamenco el título honorable de sir.
Busca novia
Un sexenio atrás, siendo aún príncipe de Gales el joven Carlos, en 1623, había venido a la corte galante de Felipe IV en busca de novia. Cortejó a la infanta María, gazmoña y coqueta, hija de Felipe III. En aquel Madrid fastuoso de poetas, pintores, aventureros, iluminados y truhanes, como escribe Marañón en su Conde Duque, parece que no faltaron los encuentros furtivos entre el príncipe azul y la infanta de jazmín, sorprendida cogiendo rosas en la Casa de Campo. Pero razones de fe, mal dirigidas por el incipiente valido conde de Olivares, obligaron a la novia a dar calabazas al enamorado galán. Se conserva en S alisbury el óleo de la Representación cósmica de El Escorial, con las iniciales "P. P. R.", incorporado a la pinacoteca privada de lord Radnor.
Además de esta vocalización vibrante de luces -pictóricas, líricas, espiritualesirradiadas de la- sonoridad interior que insonoriza la grandilocuencia de volúmenes y formas, El Escorial se deletrea con acento político. El Estado moderno nace aquí. Es un Estado fuerte, con solidez activa como ser, como dominio y como autoridad. La realeza es ahora gobierno y administración. O polisinodia, en el sentir - de Vicens Vives. Un gobierno y una administración ejercidos desde la altura monárquica con auténtica supremacía, antes que como débil arbitraje de calidad concordada entre el rey y los poderosos señoríos.
Pero Felipe II ejerce el poder soberano, de cara a la nación, con equilibrio a la vez de potestad, unidad y pluralidad, sin fragmentaciones señoriales y sin exclusivismos centralistas. Majestad cesárea y pluralismo institucional son los dos ejes de fuerzas que definen esta concepción del Estado.
Felipe II no es un rey batallador. Es un rey gobernante. San Quintín es su bautismal y postrera acción personal de armas. Desde 1557, cuando viste por vez primera y última el arnés de guerrá, hasta 1598, cuando muere en su celda-despacho de El Escorial, se dedica durante 41 años a resolver asuntos de Estado, no a dirigir estrategias de lucha.
El lenguaje de El Escorial, por acta de nacimiento, es primariamente cátedra de teología. Pero en ese lenguaje y en esa cátedra se lee a la vez, esculpida en piedra, una clara lección de Estado. Catolicidad, hispanidad y soberanía son aquí artículos de un solo credo y un solo magisterio. Cuando Felipe II ideó esta monumental arquitectura escribió en el concierto de líneas y volúmenes su particular teoría política. Hoy mismo, en la tarde apacible, lo que antes llega al sentido, entre los mil tonos y luces, es una sutil orquestación del poder.
En la arquitectura política de El Escorial, la realeza está representada por el propio palacio del rey, dispuesto con planimetría de radio menor a mayor en estos tres sectores convergentes. Claustro concluso del monarca, estancias de familia y dependencias de corte. Chueca Goltia llama a ese claustro concluso "célula real", con el monarca allí guarecido, cual "niariposa en su crisálida". Justamente por eso, la arquitectura y la personalidad del gran rey, en El Escorial y en el Estado, ni son exclusivas ni son omnipresentes.
El Estado y la España de Felipe II se concretan arquitectónica y figurativamente en la gran síntesis de El Escorial. Tanto ese Estado y esa España como El Escorial mismo, éste en cuanto expresión idealizada, simbólica, significativa del ser más entrañable, pueden ser identificados y definidos mediante esta imagen de Cicerón, dibujada en su tratado casi perdido De república, transmitida y llegada hasta nosotros por san Agustín en su obra De civitale Dei, o La ciudad de Dios: "Así como en las Cítaras y en las flautas, y en el mismo canto y en las voces, debe guardarse una cierta modulación de sonidos diferentes, la cual, si se muda o desentona, no puede ser soportada por oídos adiestrados, y así como esta misma consonancia, por la instrumentación de las voces más distintas, resulta concorde y congruente, así también la comunidad política, compuesta de órdenes, interpuestos como sonidos, altos, medios y bajos, debe concertarge con temple racional bajo la concordia de diversos. Y lo que los músicos llaman armonía en el canto, ésta es en la comunidad política la concordia: el más estrecho y suave vínculo de conservación en la república, cuyo ser incólume, bajo ningún pacto puede consistir sin la justicia".
Estado, comunidad política, república, monarquía, reino o ciudad, para Cicerón y para san Agustín son la misma cosa: unidad concertada de diversos. También para Felipe II Y esto, es El Escorial en sí.
Babelia
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