El genio y la máquina
Nada más salir, Sonny Rollins atacó su legendaria composición Tenor madness, locura de tenor. Y como, a diferencia de lo que ocurrió en la versión original, esta vez no estaba Coltrane para responderle, se encargó él de los dos papeles y se pasó más de 20 minutos enhebrando alucinantes frases de blues. El saxo y la música del saxo se le disparaban en todas direcciones, pero sobretodo hacia arriba, hacia arriba como si quisieran romper el techo. Qué locura de tenor.Ante semejante demostración, el pobre Clifton Anderson, trombonista, tuvo que esperar al segundo tema, la enésima ver sión de Don't stop the carnival, para darla réplica al jefe. Lo mismo le pasó al pianista, Mark Soskin. Y, después de un solo del batería Tommy Campbell, tan pesado como todos los suyos, Rollins volvió a soltar el grifo de la inspiración, pero apuntando ahora al público, como si fuera a embestirle con el renovado torrente musical.
Sonny Rollins
Cuarteto de Herbie Hancock. Palacio de Deportes. Madrid, 9 de noviembre de 1986.
La balada, Autumn nocturne está tan claro que es un pretexto que Rollins ya ni se molestó en desarrollarla y pasó directamente al final sin acompañamiento, con la consabida cita de Mamá Inés y otra más larga de Camptown races. Vino luego un repertorio más ligero, con recuerdos para Stevie Wonder, pero ya Rollins ni hizo mucho más ni falta que hacía. Le echa cuento a la vida, pero es un genio. Está muy por encima de los que tocan con él.
En la segunda parte actuó el cuarteto de Herbie Hancock, un grupo que lo tiene todo: ciencia e imaginación, fuerza y delicadeza. Es una máquina de hacer jazz. Después de oír a Tommy Campbell, ver a Tony Williams cabalgar impertérrito sobre rayos y centellas es un espectáculo asombroso. Es un monstruo de la batería y no tiene que esperar al solo para demostrarlo.
Hancock, en el ojo del huracán, conservaba la calma necesaria para lanzar ideas a los otros músicos o desarrollarlas él mismo. Con The peacocks y el regalo de una herm,osa versión de 'Round midnight, recordó la película de Tavernier, de la que es director musical. Buster Williams, menos efectista en sus solos que otras veces, acompañó con un increíble instinto para apoyar, empujar o rellenar huecos.
A Branford Marsalis, que tiene planta de saxofonista antiguo, hay que elogiarle primero el valor. Cualquier otro, con la que formaba Tony Williams, hubiera salido huyendo. Pero Branford no huyó. Se quedó para mostrar que,es un excelente saxo soprano y lleva camino de convertirse en otro loco del tenor.
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