Esperanzas el desarme
Desde aquel primer esfuerzo desplegado hace 40 años para implantar un control internacional de la energía atómica, frustrado por el rechazo de Stalin, el encuentro de Islandia ha sido la ocasión que más posibilidades ha creado para mitigar los peligros, nucleares. La decepción inicial entraba en lo previsible.Hace dos años sosteníamos que "es posible alcanzar buenos acuerdos o insistir en el programa de la guerra de las galaxias, pero absolutamente imposible hacer ambas cosas a la vez". Esta proposición parece ampliamente confirmada por el encuentro de Islandia. Debe de haber quedado claro ahora que el Gobierno soviético no tiene intención de concluir acuerdos importantes sobre control de armamentos que reduzcan sus fuerzas estratégicas, a menos que pueda conseguir restricciones aceptables sobre la defensa estratégica, o hasta que pueda hacerlo.
Pero el encuentro de Islandia depara lecciones más profundas y esperanzadoras. La Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI) ha resultado ser una poderosa palanca de negociación. El Gobierno soviético parece dispuesto a concluir acuerdos que reduzcan en grandes proporciones las fuerzas de carácter ofensivo, siempre que consiga establecer restricciones satisfactorias sobre la defensa estratégica.
En último término, todo se hallaba condicionado a un nuevo acuerdo sobre defensa estratégica que no se alcanzó. Pero la existencia misma de la SDI fue la que creó un nuevo estado de cosas. Si el presidente Reagan puede encontrar la vía para alcanzar un acuerdo sobre esa cuestión estará en condiciones de concluir el conjunto de acuerdos más importante y valioso en materia de control de armamentos.
Lo que verdaderamente pretende Reagan no es lo que verdaderamente teme Gorbachov. Éste teme lo que en estos momentos ve que marcha hacia adelante: importantes despliegues de dispositivos ofensivos norteamericanos, entre ellos los de miles de armas capaces de destruir objetivos de alta resistencia, combinados con un programa de urgencia para diseñar, desarrollar y desplegar un escudo defensivo que tiene la finalidad ya anunciada de hacer inútiles los proyectiles ofensivos de la URSS. Islandia ha evidenciado de nuevo que el objetivo primordial de Moscú es proteger a la Unión Soviética contra un doble despliegue de sistemas ofensivos y defensivos por parte de Estados Unidos que pudiera dotar a este país de capacidad de primer ataque.
Pero ese doble despliegue que temen los soviéticos no es en modo alguno lo que el presidente Reagan tiene en mente. Lo que quiere Reagan apasionadamente, aunque un tanto simplistamente, es eliminar la amenaza que los proyectiles balísticos constituyen para EE UU, y está enteramente dispuesto, como ha demostrado en Islandia, a eliminar al mismo tiempo la amenaza de los proyectiles balísticos contra la URSS. El sueño del presidente es lograr hacer innecesarios los misiles ofensivos, y parece ser que ambos gobernantes coincidieron en principio en que la desaparición de ese tipo de misiles de la faz de la Tierra iría en bien de las dos superpotencias.
Despliegue prematuro
Lo que se nos ocurre que ilusiona a Reagan y que teme Gorbachov es de esencia tan distinta que cabe la posibilidad de moderar el miedo sin destruir la ilusión. Ambos lados están dispuestos a coincidir en que no es necesario un despliegue prematuro de defensas estratégicas. Las propuestas hechas en Islandia indican que el próximo decenio deberá aprovecharse para efectuar importantes reducciones de los arsenales de proyectiles balísticos. En tanto prosiguen tales reducciones y se llevan a efecto de forma que satisfagan las exigentes condiciones de la estabilidad estratégica, no hay buenas razones para no otorgar en todo momento a las reducciones de medios ofensivos prioridad sobre el despliegue de medios defensivos. Mantenida esa prioridad, se disfrutaría de un estado de seguridad sostenida frente a ese doble despliegue -éste sí auténticamente amenazador- que Gorbachov teme y que Reagan no pretende efectuar.
El presidente Reagan tiene sus propios miedos. Tiene miedo a los progresos secretos de la Unión Soviética en todas sus apacidades estratégicas, y ya advirtió contra "las vías de escape que dejarían a Occidente desnudo frente a una acumulación de armas ofensivas y defensivas repentina y masiva por parte de la URSS". No debería sorprenderse de que los dirigentes soviéticos sientan un temor semejante. Tienen miedo a nuestra alta tecnología. Nosotros tememos su utilización del secreto y la simulación. Ambos temores pueden ser exagerados, pero son reales.
Otro problema que complica el asunto es la confusión respecto a qué se supone que debe hacer la SDI. El presidente Reagan habló en un primer momento de una defensa tan fuerte que nuestro pueblo quedara auténticamente asegurado o inmunizado frente a las fuerzas de proyectiles soviéticas. Llamemos a eso la SDI-1. Pero, después de tres años de trabajo, sus expertos hablan ahora cada vez más de una defensa sencillamente lo bastante buena como para disuadir a la Unión Soviética de desencadenar un primer ataque; es decir, en realidad, una defensa de nuestros medios ofensivos de disuasión, pero no de nuestro pueblo. Esto es la SDI-2. En Islandia, Reagan habló de la necesidad de una defensa por razones de caución, incluso después de que todos los proyectiles ofensivos norteamericanos y soviéticos hubieran sido desmantelados. Es una empresa harto distinta y mínima. ¿Es esto la SDI-3?
El presidente Reagan propuso inicialmente la SDI a causa de la opresiva amenaza de los proyectiles balísticos soviéticos. En gran medida, gracias a que la propuso contamos ahora con una buena perspectiva de reducciones importantes y sostenidas a lo largo del tiempo en esas fuerzas de proyectiles, equilibrada por unas reducciones por nuestro lado que el presidente encuentra, sin duda, aceptables.
Lo que impide llevar a efecto esas reducciones es la incapacidad de uno y otro lado para llegar a un compromiso sobre los sistemas defensivos, un compromiso que permita seguir avanzando en la investigación estratégica y tecnológica -aunque sin autorizar las actividades más cercanas al despliegue-, mientras se van haciendo los recortes de los proyectiles ofensivos. De modo que lo que ahora necesitamos es un acuerdo escrupulosamente negociado que permita a uno y otro lado reducir sus exagerados arsenales ofensivos. Ello va a requerir tiempo y reflexión.
Queda por delante una tarea ardua. Es mucho más fácil, por ejemplo, reducir la cifra de proyectiles ofensivos a la mitad que seguir en esa línea hasta reducirlos a cero- cabe además la posibilidad de que ambas partes necesiten un remanente de fuerzas ofensivas como seguro general contra despliegues secretos de este tipo de armas por cualquier país. Es asimismo mucho más fácil exhortar a un control de defensas estratégicas convenido a largo plazo que definir sus condiciones más apropiadas.
Auténtica trayectoria
Ambas partes deberían volver a examinar que posibilidades tienen y cuáles son sus temores. Los norteamericanos, en particular, deben proceder a un riguroso examen de la auténtica trayectoria y perspectivas de la Iniciativa de Defensa Estratégica.
Por nuestra parte, creemos que la verdadera aportación de lo que hemos llamado SDI-1 y SDI-2 ha sido la de abrir la puerta a un mundo mucho más seguro en el que no tenga que desarrollarse ni materializarse ninguna de ellas, pero en el que no tengan que prohibirse ni la investigación en materia defensiva ni el estado de preparación, que posiblemente vayamos a necesitar siempre a título de garantía. En cuanto a la SDI-3, sin duda puede esperar algún tiempo.
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