Filme condenado al éxito
No es la primera vez, ni por los resultados será la última, que una novela de Miguel Delibes es traducida a la pantalla. Algunas versiones precedentes de obras suyas se convirtieron en éxitos cinematográficos y, sin menosprecio de la competencia de los guionistas -que, como es el caso de la adaptación de Los santos inocentes, contribuyeron decisivamente al rotundo triunfo del filme con un guión admirable hay en la literatura de este escritor algo que le va a la pantalla como anillo al dedo.Ese algo es probablemente el carácter directo, inmediato, muy fácilmente visualizable de sus tipos y sus situaciones, así como la facilidad, a veces casi elementalidad, de la aventura narrada para su traslación plástica. A esto hay que añadir la sonoridad fílmica de su palabra, que está pidiendo ser dicha cuando se pone en boca de un actor de fuste.
El disputado voto del señor Cayo
Director: Antonio Giménez Rico. Guión: Manuel Matji y Giménez Rico, sobre la novela de Miguel Delibes. Fotografía: Alejandro Ulloa. Productores: José Blanco Sola y José María Calleja. Producción española, 1986. Intérpretes: Francisco Rabal, Juan Luis Galiardo, Iñaki Miramón, Lydia Bosch, Eusebio Lázaro, Mari Paz Molinero, Abel Viton, Gabriel Renom, Paco Casares, Juan Jesús Valverde. Estreno en Madrid: cines Imperial y Conde Duque.
En El disputado voto del señor Cayo es una delicia oír a Rabal esculpir las palabras del viejo campesino castellano, último de una estirpe, que encarna en una composición admirable. Las dice, incluso en algunos enrevesados giros locales, como quien respira.
Y éste es el primer acierto del filme, su combinación del jugo del arcaísmo verbal del personaje Cayo, la nobleza del castellano culto que dice el personaje Víctor -que interpreta sobria, serena y convincentemente Juan Luis Galiardo- y el degradado pseudoespañol que Delibes y Giménez Rico ponen en boca de los personajes Rafael y Laly, que interpretan Maki Miramón y Lydia Bosch.
La sonoridad del contrapunto de estas tres hablas está ahí, para ser degustada y para traducirse en un seguro factor de éxito, en un cine como el nuestro, que suele hacer sus malas necesidades sobre la verdad, variedad y hermosura de este idioma.
Sencillez expositiva
Otro acierto del filme de Giménez Rico es su sencillez expositiva, su eficaz manera de ir al grano e impregnar de humildad a la cámara, para que se limite a capturar con transparencia lo que hay frente a ella.Es en este sentido El disputado voto del señor Cayo una película poco, por no decir nada, pretenciosa. Es un filme si se quiere menor, pero que va a arrastrar, por esa condición emotiva, directa y discreta de su factura, además de por la autenticidad de su idioma y su interpretación, a muchísima gente a las despobladas salas españolas, y cuando digo españolas lo digo en la anchura del término.
Las elites cinéfilas van a ignorar probablemente un filme que no va a ser ignorado por el grueso de la población consumidora de cine español, pues se habla en él, sin pedantería y sin florituras, de tipos y cosas que le conciernen.
Precisamente cuando Giménez Rico se mete en florituras la película se viene abajo. Es el caso, entre otras, de la inútil repetición desde otro ángulo de la escena de los fachas, que no es más que un subrayado didáctico sin eficacia y que supone una ruptura de estilo, y de las escenas aéreas, inexpresivas y engoladas de la primera parte del filme.
El buscado crescendo lírico de estas últimas escenas hacia su destino, que es el encuentro de la cámara con el anciano campesino Cayo, no está en absoluto conseguido y produce una serie de huecos en la parte inicial del filme que se olvidan sólo cuando la pantalla se fija en lo que importa, que es el jugoso y emotivo diálogo entre Rabal y Galiardo, bien apoyado por Miramón y Lydia Bosch, que es el núcleo vivo de la película.
Babelia
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