El fracaso de la foto
EL ERROR cometido por el Ministerio del Interior al difundir la fotografía del hermano del presunto miembro de ETA Juan Manuel Soares Gamboa como si de la de este último se tratara no es asunto que pueda despacharse con confusas explicaciones sobre "el gran parecido físico" entre ambos. Cualquiera puede cometer un error, pero no, impunemente, cualquier error. Por lo demás, el Ministerio del Interior no es cualquiera, ni cualquiera la ocasión.La fotografía formaba parte de un anuncio, reproducido por televisión y en gran número de periódicos, destinado a solicitar la colaboración de los ciudadanos para descubrir a los supuestos integrantes del comando España, de ETA Militar, que estaría preparando, según informó el director de la Seguridad del Estado el jueves día 9, una oleada de atentados en Madrid. De la dudosa eficacia del sistema elegido, que incluye una especie de guerra psicológica por parte del Estado y una atemorización colectiva de los ciudadanos, da idea el que, después de todo, nadie en Logroño, ni siquiera las fuerzas de seguridad que custodiaban la Delegación del Gobierno en La Rioja, a la que acudió el hermano de Juan Manuel Soares para denunciar el equívoco, reparó en que el joven era una de las personas más buscadas del país.
Hace cinco años, tres jóvenes santanderinos a los que alguien encontró parecido físico con unos presuntos terroristas cuyas fotos habían aparecido en la televisión fueron torturados y muertos por unos guardias civiles en un episodio eufemísticamente conocido como caso Almería. La zozobra de cualquier persona cuya foto aparece por error en un impreso del Ministerio del Interior está, pues, más que justificada. Pero también lo está la desconfianza de los ciudadanos llamados a colaborar en la identificación de los terroristas. El hecho, además, de que la foto en cuestión que origina este comentario perteneciera a un carné de identidad pone de relieve lo escaso de la información policial sobre el terrorista buscado. Por lo demás, la fotografía era la de un jovencito veinteañero, y el sospechoso tiene 33 años según las fuentes de la policía. Recientemente se supo que las carpetas con datos de identificación de los miembros de ETA que se consideraban relacionados con el antiguo comando Madrid -luego rebautizado como comando España- distribuidas entre los agentes de los cuerpos de seguridad contenían errores de bulto que hicieron precisa una rectificación. La sospecha de que otros errores de parecida naturaleza puedan cometerse a diario en informes similares, pero de circulación restringida, es tan legítima como susceptible de erizar los cabellos.
En una lucha tan complicada como la entablada contra el terrorismo, que anoche se cobró la vida de otro policía en Barcelona, en un hecho que supone un salto cualitativo respecto a los episodios de violencia registrados hasta ahora en Cataluña, la moral de los profesionales encargados de desarrollarla es fundamental. Y nada contribuye tanto a desmoralizar a los policías que cumplen con su deber como el ridículo a que se ven abocados por episodios como el que comentamos. Los periodistas están acostumbrados a oír sermones de cada Gobierno sobre lo importante y responsable de la misión de informar, lo delicado de los medios de que disponen y los irreparables daños que causan cuando se equivocan. No sólo se trata de serenomes: son frecuentes, por lo mismo, las demandas y las querellas al respecto. Pues bien, difícilmente recordamos en toda la historia de la transición un caso en el que ningún profesional del periodismo haya utilizado tan torpe y arbitrariamente los medios de comunicación -y con tanto daño- como lo ha hecho el Gobierno en este caso. Está por verse quién va ante el juez.
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