_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sonrisas y lágrimas después de Reikiavik

LLAMA LA atención el giro que tanto soviéticos como norteamericanos han dado a las interpretaciones de los resultados del encuentro de Reikiavik. Éste concluyó el domingo con lo que nadie dudó en calificar de fracaso. Así lo reconoció el secretario de Estado norteamericano, George Shultz, y no se recataban en afirmarlo los portavoces de Moscú. A la mañana siguiente unos y otros, norteamericanos y soviéticos, daban marcha atrás en sus análisis. Ante los aliados, el secretario de Estado norteamericano insistió en que se había llegado a acuerdos sin precedentes, y los representantes de los Gobiernos de la OTAN se esfuerzan en hacer ver a sus respectivas opiniones públicas los aspectos positivos de la reunión. Reagan, en la alocución televisada ante su país, trató de que lo de Reikiavik no se convirtiera en un bumerán contra él con vistas a las elecciones de noviembre. De modo que el fracaso inicial se ve ahora rodeado de matices, explicaciones y augurios no tan negros como los del domingo por la noche.Shultz ha alegado que la dimensión de los casi acuerdos a que se había llegado era tal que no podía considerarse cerrado el asunto. Quizá el secretario de Estado norteamericano fue consciente de hasta qué punto el fracaso de la cumbre podría fácilmente atribuirse ante la opinión pública mundial a la intransigencia de su presidente. Éste se había negado a sacrificar el desarrollo fuera de laboratorio de la Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI) o guerra de las galaxias a cambio de una sustancial reducción de los misiles nucleares en el mundo entero y su desaparición total a plazo en el continente europeo. Posteriormente el propio presidente Reagan sacaba el mejor partido posible de la situación halagando a la opinión de su país al decir que prefería volver a casa con un no-acuerdo antes que hacerlo con un mal acuerdo para Estados Unidos. Ni siquiera él discutía que esta vez el niet de Reikiavik había sido suyo, aunque lo justificara hablando de la pretensión soviética de querer cobrar a un desorbitado precio sus renuncias en misiles.

Parece ahora que su deseo de celebrar una cumbre con Gorbachov antes de las elecciones al Congreso del próximo noviembre llevó a la delegación norteamericana a preparar insuficientemente el encuentro de Reikiavik. Por el contrario, Moscú trabajaba sobre una falsilla de una simplicidad apasionante. Fuertes concesiones en el desmantelamiento de misiles, una posición más acomodaticia que la de ningún dirigente soviético desde la crisis de los misiles entre Jruschov y Kennedy, a cambio de un principio aparentemente irrenunciable: la liquidación de la SDI norteamericana. Establecidas así las posiciones, es ocioso hablar de si los soviéticos pifiaron o no en una celada a Reagan. A Europa le interesa el desmantelamiento de misiles en su continente -y más aún manteniendo, como aceptaba Moscú, la continuidad de las armas nucleares francesas y británicas-, y, a los ojos de una gran parte de la opinión europea, la insistencia de Reagan en sus planes espaciales ha abortado la posibilidad de un acuerdo sustancial. Los soviéticos habían hecho bien sus deberes.

Pero, paradójicamente, Gorbachov no ha salido tan bien parado si se reconoce abiertamente que la reunión fue un fracaso. Quizá la SDI ha sido el pretexto que, bien utilizado, le sirvió para escapar de sus sorprendentes ofertas de desarme nuclear, que llegaron tan lejos como nunca lo había hecho la Unión Soviética, y que de concretarse desagradarían a sectores importantes del Kremlin. Pero Gorbachov necesita tanto o más que Reagan un éxito en política exterior que para él es esencial para afianzar su posición frente a los sectores moscovitas que desconfian de sus aires de renovación. En cualquier caso, los enormes gastos que implicará para Moscú verse obligado a competir con Washington en la guerra de las galaxias pueden impedir el gran despegue económico y tecnológico que Gorbachov pretende para su país.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

De modo y manera que la SDI se ha convertido en la primera y más importante cuestión con vistas al futuro de la política internacional y del proceso armamentista. El grado de implicación en la guerra de las galaxias por parte de la industria de alta tecnología, en Estados Unidos y en Europa, justifica tanto o más que los problemas estrictos de la defensa esta obsesión de Reagan por continuar con su programa. La gigantesca envergadura económica y tecnológica que conlleva hace que una marcha atrás sea extraordinariamente difícil. Más aún después de que japoneses y alemanes se sumaron a la iniciativa sólo después de serias dudas y enormes discusiones. Si para la economía soviética resulta desastroso el esfuerzo norteamericano y occidental en la militarización del espacio, amplios sectores de la economía estadounidense y europea ven en ese programa la locomotora de una nueva expansión en sus países.

La SDI comporta, además, problemas añadidos sobre los que se ha visto poca reflexión en estos días. Su eficacia defensiva es limitada y discutible; existen considerables dudas sobre que no pueda constituirse en un programa también ofensivo, y plantea sobre la mesa la cuestión moral, de rango histórico, de la nuclearización del espacio. A1 mismo tiempo, sigue planteando interrogantes sobre el futuro de la seguridad europea y el papel de Norteamérica como guardián nuclear de esa seguridad. Por eso no está demasiado claro por qué la Europa de la OTAN ha mostrado tanto empeño como los protagonistas de la cumbre en desmentir que terminara en nada. Un deseo de no ahondar las diferencias con el aliado de Washington, de no conceder un fácil triunfo a los puntos a la URSS y, sobre todo, el convencimiento de que apreciando lo poco conseguido se fomenta la esperanza parecen hallarse en la base de esa actitud.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_