Señales de humo
La noticia de que el presidente Reagan va a reunirse con el secretario general Gorbachov la próxima semana en Islandia es realmente una buena nueva. Y lo es más aún porque se habían expresado algunas dudas sobre si tal reunión podría llegar a celebrarse.Esta cumbre, que no es designada como tal, ha sido precedida de muchos más rumores y especulaciones de lo que viene siendo habitual. Han sido tan numerosas las señales de humo sobre este encuentro que es difícil discernir entre ellas. En primer lugar, se ha producido una serie de filtraciones acerca de las cuestiones susceptibles de entrar en la negociación. ¿Se producirá algún tipo de acuerdo sobre los euromisiles o sobre armas estratégicas de largo alcance? ¿Quedará pospuesto o no de la agenda el despliegue de la guerra de las galaxias propuesto por Reagan? ¿Se iniciará alguna negociación sobre asuntos conflictivos en especial? Todas estas preguntas revisten importancia en sí mismas, pero cada una de ellas provoca montañas de conjeturas razonables, y no tan razonables, sobre los posibles resultados.
Por eso, en esta ocasión, la confusión normal que rodea el ambiente de este tipo de cumbres ha sido más intensa que nunca, debido en gran parte a la prolongada ruptura del diálogo entre las superpotencias, con el resultado de una abultada agenda de negociación. Por otro lado, y en segundo lugar, ha habido un foco especialmente nocivo de confusión en los acontecimientos que han precedido a esta cumbre, como es la detención y posterior puesta en libertad de espías y supuestos espías, así corno su liberación negociada, que de ningún modo puede ser considerada como pactada.
El ilustre profesor sueco Alva Myrdal, ganador del Premio Nobel por decir la verdad sobre la carrera de armamentos, solía hablar del juego del desarme de las superpotencias. En la primera fase de dicho juego se elevan los niveles de confrontación para, en una segunda etapa, pasar a la realización de maniobras con el fin de igualar los tantos conseguidos. Rara vez, o nunca, se dejan armas realmente de lado, a no ser que haya sido necesario ya reemplazarlas por otras más sofisticadas. En estos momentos, y en medio de la confusión reinante, es claramente evidente que el juego está en marcha.
Sin duda, ésta es la razón de que, si bien cada cumbre ha suscitado nuevas esperanzas de alcanzar acuerdos de desarme y la paz, tales expectativas se han visto disminuidas en cada ocasión, quedando a niveles inferiores tras cada encuentro. En la actualidad, las esperanzas están mezcladas con dosis de realismo y con un cierto grado de cinismo. Sin embargo, y quizá por todo esto, debemos mantener la esperanza. Los gastos de armamento han ido mucho más allá de cualquier nivel que pueda considerarse como razonable, y todo apunta a que serán mucho mayores en el futuro. Mientras quienes diseñan la Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI) gastan billones de dólares en el desarrollo de sus proyectos, la deuda mundial amenaza con hacer saltar por los aires el sistema bancario, el hambre impera a lo largo y ancho del Cuarto Mundo y las crisis y revoluciones se suceden en el hervidero del Tercer Mundo. Nunca antes en la historia había habido más bombas y menos seguridad. Protesta, peticiones, oración: todo está preparado, como en cualquier otra ocasión, para que estos dos hombres puedan llegar a un acuerdo y frenar la militarización del mundo, sobre cuyo destino tienen capacidad de decisión.
Al mismo tiempo, los europeos deben mirar hacia Reikiavik con talante desapasionado, sean cuales sean los resultados de la cumbre. Nosotros, como el resto del mundo, no tomamos parte en las conversaciones que van a determinar nuestro futuro. Incluso si, como nos dicen algunos de los más esperanzados comentaristas, es cierto que estas reuniones siguen adelante para apaciguar la inquietud y el miedo que sentimos ante la carrera armamentística, los resultados que se obtengan sólo nos beneficiarán como subproducto de las ventajas que de ellos puedan extraer las superpotencias. Y si sus líderes no consideran posible obtener ventajas mutuas del acuerdo, no es previsible que nosotros obtengamos algún beneficio. El mundo se vería muy beneficiado si un impulso civilizador hiciera su aparición en las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Pero las mejoras que necesitamos deben venir de nuestros esfuerzos conjuntos, antes, durante y después de cualquier posible nuevo acuerdo.
El peligro de guerra en Europa no tiene su origen en conflictos internos del continente. Nadie puede negar que hay diferencias entre los diferentes Estados europeos, tanto de carácter económico ,como ideológico. Pero se encuentran en la posición más peligrosa: en medio de las dos grandes alianzas. Grecia y Turquía permanecen en la OTAN, mientras las luchas entre minorías étnicas de los Balcanes se encuentran prácticamente localizadas en países miembros del Pacto de Varsovia. Sin minimizar estos problemas, es difícil pensar que tales conflictos puedan desembocar en una guerra en Europa. Además, y aunque dicha conflagración estallase, en ningún modo representaría un, riesgo de enfrentamiento para las dos superpotencias.
La propuesta de delimitar una. serie de zonas desnuclearizadas, incluida una Europa libre de armas nucleares, fue respaldada, una vez más, por la Internacionái Socialista, durante su reunión de Madrid en 1980. Esta propuesta se produjo después de la sesión extraordinaria sobre desarme de las Naciones Unidas de 1978, en la que se afirmaba que las zonas desnuclearizadas eran "una medida importante con vistas a conseguir el desarme". Desde entonces hasta nuestros días se ha realizado un trabajo continuado para desarrollar estas ideas y llevarlas a la práctica.
De todo este proceso pueden extraerse varias lecciones. Hay dos conclusiones firmes y fácilmente comprensibles: en primer lugar, esta estrategia ofrece un camino inequívocamente dernocrático para la prevención de la proliferación nuclear, en contraste con el Tratado de No Proliféración, que está considerado por muchos como una mera acción de control policial de las potencias nucleares sobre aquellas que no disponen de armas atómicas. En seguindo, término, no solamente hay iniciativas posibles a nivel nacional, sino que, dentro de la confusión en la lucha por erradicar las armas nucleares del suelo europeo, aparece una posibilidad de convergencia entre los Gobiernos y los movimientos populares. La prudencia de la Internacional Socialista al respaldar tales perspectivas representa un punto de no retorno para el dorninio de la realpolitik sobre las instituciones políticas europeas. Y marca además un hito en el reconocimiento de la futilidad de la carrera nuclear.
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