Joselito pierde el temple
El primer toro de Joselito tenía siete gatos en la barriga y el matador andaba por allí enfurruñado, pegando broncas. Ya no sosegó en toda la tarde. Por el tendido decían qué estaba menenao; al veneno del pundonor se referían, quizá. Y es bueno que un torero lo tenga, porque el ejercicio de la profesión torera requiere espíritu de superación, genio y autoridad. Pero también requiere temple, y esa virtud es la que tuvo perdida Joselito toda la tarde.Alguien tiene que empezar a pararles los pies a los peones de las cuadrillas, que se pasan la corrida gritándole consejos al matador, y éste no sabe que luego se pavonean por los callejones, haciendo guiños a los del tendido, dando a entender que, sino es por ellos, su jefe habría sido incapaz de hacer faena.
González / Manzanares, Espartaco, Joselito
Toros de Manuel González, escasos de presencia, flojos, encastados. Manzanares: pinchazo y estocada caída (silencio); media estocada baja y rueda de peones (silencio). Espartaco: estocada caída (dos orejas); espadazo enhebrado y tres descabellos; la presidencia le perdonó un aviso (ovación y salida al tercio). Joselito: estocada tendida (aplausos); pinchazo recibiendo, otro hondo bajo, metisaca bajo, pinchazo [aviso con retraso] y descabello (palmas). Plaza de Guadalajara, 18 de septiembre. Segunda de feria.
Sin embargo, una cosa es pararles los pies a los peones y otra muy distinta los malos modos, no acabar el enfado y la bronca entre barreras. Por los ademanes, parecía que Joselito acusaba a alguien de que el toro estaba reparado de la vista. Puede que hubiera algún culpable, pero, cuando estas cosas suceden, va uno y se aguanta.
Se aguanta y torea. Esto último lo hizo Joselito y dio la medida de su categoría en unos extraordinarios ayudados por bajo, de ésos que ya no se ven: acentuando la cargazón de la suerte, con la rodilla metida en el ijar, largo y mandón el muletazo, sacando el engaño por debajo de la papada. Si en lugar de 17 años hubiera tenido 10 más, aquélla habría sido¡ faena de maestro para todo el mundo. Pero, cuando se tienen 17 años, maestro no se puede ser: la afición no lo reconoce. A los 17 años aún queda mucha mili taurina por delante.
Un maestro, además, sabe templar el ánimo y no sale a torear tan crispado como Joselito en el sexto, al que instrumentó, embraguetado, emocionantes verónicas y un quite por chicuelinas. Pero lo banderilleó mal y con la muleta no cogía el aire al genio del toro. La faena transcurrió con altibajos; unas veces bien toreada, otras perdiendo el hilo conductor del dominio y del arte. Hasta mató fatal.
A lo mejor el problema de Joselito no fue el toro reparado de la vista, sino el que le correspondió a Espartaco; un toro con el que sueñan todos los toreros, santo y virgen. Es cierto que presenciar cómo otro desperdicia un toro así, con un toreo superficial y tremendista, profuso en circulares, molinetes y rodillazos, difuso en arte, debe de dar coraje, pero también en este caso uno se aguanta.
Espartaco triunfó con ese toreo, que es el suyo, y ese toro, que le regaló la suerte. Al quinto, que estaba inválido, lo desperdició también para el toreo bueno, ahogándole la embestida; y al público no le importó en absoluto, pues aplaudía, entusiasmado la faena.
El público suele ser más visceral que analítico. Por ejemplo, a Manzanares le reprochaba su desánimo -que podría tener justificación, a estas alturas de la temporada- y, en cambio, aceptaba su manera peculiar de torear, con el pico, sin ligazón, apretando a correr a la salida de cada pase; es decir, todo ese antitoreo que, en la versión del diestro alicantino, hay quien llama finura.
A un torero cabal, con ansias locas de proclamar su torería y alcanzar la gloria, es lógico que estas situaciones le parezcan injustas y que loe coma la impaciencia por romperlas. Pero los demás no tienen la culpa. Sus desahogos deben ser con el toro. En público, sólo con ése.
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