Chile, en el corazón
Desde hace ya tiempo, las noticias de Chile son especialmente conmovedoras porque la violencia ejercida con los pobres encierra una crueldad específica y produce una sacudida particular: la represión casi sistemática sobre los barrios periféricos de Santiago levanta las tripas de pura rabia en toda persona medianamente dotada de sensibilidad.Ahora las cosas están alcanzando allí niveles inéditos. Los más clásicos tratados de moral justifican el derrocamiento del dictador en casos de tiranía evidente y prolongada. Toda persona normal prefiere indudablemente los medios pacíficos y democráticos para cambiar un sistema político, pero se pregunta también con agudeza sobre quiénes, por qué y hasta cuándo ponen la violencia en las cosas. Un hombre, cualquiera que sea, no tiene ningún derecho a conducir a un pueblo a la desesperación, y no existen en el mundo razones legítimas que lo avalen.
Chile es hoy probablemente la herida más grave y sangrante dentro del horror general de América Latina, de su miseria y violencia crecientes, que nos acusan a todos. Ese horror tiene: ahora en Chile nombres y apellidos demasiado concretos, y el pueblo quiere responder adecuadamente a esa violencia.
La caída de Allende fue un duro golpe para nuestra esperanza, un hito importante en el capítulo de frustraciones históricas que llevamos dentro y arrastramos con nosotros. Pocas alternativas estimulantes se ven a corto plazo en el horizonte. Precisamente por eso -y por más razones de largo alcance-, Chile está en el corazón de todos nosotros, en su sentido más radical y total: pegado a nuestra vida, erizado de dolor, pidiendo la necesaria esperanza y la respuesta, un gemido, la solidaridad, una reflexión, algo.-
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