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La envidia de 'Estudio 1'

Streamers

Director: Robert Altinan. Intérpretes: Matthew Modine, Michael Wright, Mitchell Licliteristein,David Alan Grier, Guy Boyd. Guión: David Rabe, basado en la obra teatral homónima escrita por él mismo. Fotograria: Pierre Mignot. Estadounidense, 1983. Estreno en el cine Renoir 2. Madrid.

Viendo Streamers, que es una película por la que no es preciso sentirse muy interesado para admirar el trabajo de los actores y su capacidad para hacer inteligible un texto teatral, es imposible sustraerse a una reflexión primaria: ¿qué día nuestras televisiones nos ofrecerán dramáticos rodados o grabados comparables a esta película?

Porque Streamers, la película de Robert Altman que fue colectivamente premiada por su interpretación en Venecia, es una obra de teatro vista por una cámara, es decir, por un ojo mecánico que planifica, que organiza la mirada del espectador.

Rodaje en 21 díasEl texto es algo más breve que en su versión teatral, pues tal y como explica David Rabe, los ojos de los actores y los primeros planos permiten que cierta información no sea preciso verbalizarla, como sí exige el eterno plano general de un escenario.

El rodaje de la película se hizo en 21 días y con una cámara de súper 16, en un decorado único y con actores poco o nada conocidos, es decir, con un coste que para una cinta estadounidense es ridículo, sobre todo si se piensa en las posibilidades de amortización del producto, que una vez explotado cinematográficamente debiera ser de obligada exhibición para cualquier televisión o escuela de teatro que pretenda hablar de los defectos virtudes del método.

Streamers es un término que se utiliza en el argot militar para referirse al hombre que se lanza desde un avión y al que no se le abre el paracaídas. En la película de Altman, todos los personajes son individuos lanzados en un ambiente hostil, en el que han de estrellarse: concretamente un barracón militar en el que esperan el momento de partir hacia Vietnam. En ese barracón habrán de convivir a la fuerza, falsamente hermanados por un destino común inventado por políticos y militares y falsamente igualados por la normativa castrense.

Uno de los personajes, Carlyle, un streamer vocacional y que no necesita de guerras para enibocar de frente el camino del fracaso, probará a todos que el clima familiar creado por la disciplina y los papás sargentos es idéntico al de un purgatorio del que sólo se sale con la muerte como destino inmediato; engañoso balneario que como la vida misma no convierte en idénticos a los distintos, transformando en machos sin mácula a adolescentes homosexuales, en auténticos wasp a los negros de Harlem o en filósofos de la desesperación a los navajeros. Genet queda lejos.

Tradición naturalista

En realidad, este producto, de una potente aunque breve tradición naturalista de la que han surgido tantos nombres del teatro estadounidense, es más una metáfora sobre la trayectoria de Robert Altman que una reflexión poética sobre la existencia.

Porque Robert Altman sí es un streamer, empeñado como está en seguir saltando a pesar de que cada vez su paracaídas es más pequeño y mayor la velocidad del descenso. Porque la recién descubierta afición de Altman por el teatro es más una simple cuestión de economía que una opción voluntaria, de manera que el cineasta artesano, y casi siempre pedante de Nashville es ahora un modesto realizador de películas televisivas.

Sin embargo, por el simple hecho de ser un cineasta de verdad -no se trata de calidades, sino de convicciones-, tiene mucho que enseñar al más virtuoso de los funcionarios de la pequeña pantalla, por el simple hecho de que Robert Altman cree en el lenguaje como algo más que un repertorio de efectos.

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