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Crítica:JAZZ EN VITORIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Carmen, la del 'jazz'

ENVIADO ESPECIALLa noche en que el décimo festival cruzó su ecuador será sin duda recordada como la noche de Carmen. Influirá en ello desde la propia idiosincrasia del festival -necesitaba incorporar a su galería de grandes voces la de la reina sin corona, la nobleza sin títulos, la humanidad un rato divina de la McRae- hasta la evidencia de que en un despliegue de saberes individuales con muy parejo valor debe pesar lo suyo la habilidad para usar el pericardio, para calar de pleno en el rincón de las emociones. A Carmen se la escuchaba con los oídos, los ojos y el corazón, y por fuerza tenía que sonar distinta a como lo hacían sus ilustres compañeros de escenario.

Bags Jackson, Ray Brown o Stanley Turrentine hace tiempo que han dejado de ser los más rápidos y tersos, pero siguen dominando en su arte a fuerza de sensibilidad y cuquería. Vaya usted a saber si recurrieron a esa última para conseguir que esperáramos escuchar un quinteto y tuviéramos que quedarnos con dos cuartetos. Cuando Stanley Turrentine apareció sobre el escenario, Milt Jackson tomó las de Villadiego, y no volvería hasta la minijam final con que se cerró el pase de Carmen.

Stanley Turrenfine y Carmen McRae

Stanley Turrentine con Milt Jackson-Ray Brown Quartet: Stanley Turrentine, saxo tenor; Milt Jackson, vibráfono; Ray Brown, contrabajo; Cedar Walton, piano, y Mikey Roker, batería. Carmen McRae Trío: Carmen McRae, voz; Eric Gunnison, piano; Ray Brown, contrabajo, y Mikey Roker, batería. Polideportivo de Mendizorroza, 17 de julio.

Acompañando a Milt Jackson, el trío de Ray Brown funcionó como engrasada máquina. Su cénit, la miscelánea monkiana que tramaron para mayor lucimiento de Ray, Cedar y el propio Milt como solistas. Con Stanley Turrentine, el grupo comenzó un tanto deslavazado, tan disperso como parecía estar Stanley en su búsqueda del sonido para su tenor. Cuando Turrentine comenzó a respirar con soltura y su fraseo cobró nitidez y fuerza, afloraron las sonrisas, se relajó el trío y logró avanzar con la proa alta. Carmen también se acompañó de un seudotrío de Ray Brown. Cedar Walton había cedido la banqueta del piano a Eric Gunnison, pero los quiebros más sensibles, por inesperados, correspondieron al diálogo entre el bajista y la cantante.

Con Carmen sobre el escenario, la noche fue punto y aparte. Hoy por hoy, Carmen supera a cualquiera de las grandes damas con título en la corte del jazz. Como mero punto de referencia, hay un abismo entre sus condiciones -a pesar de la enojosa dolencia reumática que padece- y las que lució la divina Sarah el pasado otoño en alguno de los conciertos de su gira española. Por lo demás, Carmen diseña con elegancia y acierto su repertorio.

Cuando Carmen se quedó sola en el escenario y sonaron los primeros acordes de piano, añoramos por fugaces instantes las manos de Tania María, pero desde el instante mismo en que sonó su voz todos captamos el gran trecho que hay entre la inconmensurabilidad y las buenas maneras, el ir hacia o el estar en la cumbre. Ahí está Carmen, la del jazz. McRae para los papeles.

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