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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Miterrand, el mediador

LA VISITA que François Mitterrand está realizando estos días a la capital soviética no puede ser considerada simplemente en el marco de los contactos tradicionales entre la URSS y Francia; por una serie de circunstancias, en parte debidas a la casualidad y en parte preparadas por la diplomacia francesa, ese viaje se ha situado en el centro de la escena internacional en una etapa en la que se observan síntomas contradictorios en las relaciones entre las dos superpotencias y en que se multiplican las especulaciones sobre una eventual cumbre Reagan-Gorbachov antes de finales de 1986. Sobre esta cuestión, y sobre los problemas de desarme en general, Mitterrand tuvo la ocasión de conversar con Reagan en Nueva York, aprovechando las celebraciones del aniversario de la estatua de la Libertad; o sea, tres días antes de salir para Moscú. Por otra parte, en su programa moscovita, una visita a Georgia ha sido anulada para permitir tres encuentros y dos cenas Gorbachov-Mitterrand.Nada ha sido dado a conocer oficialmente sobre las conversaciones de Mitterrand en Nueva York, si bien parece que ha habido coincidencia sobre la conveniencia de que se celebre cuanto antes la cumbre Reagan-Gorbachov. Pero hay una diferencia sustancial en la forma de abordar esa cumbre en Washington y en Moscú. Gorbachov ha insistido siempre, utilizando fórmulas diversas, sobre la necesidad de que permita obtener algún resultado concreto en materia de desarme. Esta insistencia del líder soviético expresa un problema de fondo, sobre el cual Mitterrand debe de haber hecho hincapié.

La base de la política de Gorbachov es llevar a cabo una reforma para superar el atraso y rigidez del sistema económico y lograr una mejoría de la vida de los soviéticos; ello exige un marco internacional que permita reducir la carga terrible de los gastos militares. Por tanto, cuando el líder soviético, en los últimos meses, presenta una serie de propuestas sobre moratoria de las pruebas nucleares, disminución de armas convencionales, disminución de arsenales estratégicos y sobre euromisiles, retomando en cierto modo la propuesta inicial de Reagan de opción cero, no hace solamente propaganda. Y una cumbre simplemente de buena voluntad, sin nada que indique un desbloqueo en el tema del desarme, puede dar la sensación en la URSS -donde no todo es apoyo al líder de hoy- de que Gorbachov no se abre camino y va al fracaso.

Reagan está interesado en celebrar la cumbre, con o sin resultado, para demostrar que es capaz de mantener abierto el diálogo con Moscú, de alejar los peligros de guerra, mientras prosigue con firmeza sus planes de reforzamiento de la potencia de EE UU en el mundo. Ante las propuestas de desarme formuladas por Gorbachov, las reacciones de Reagan han sido ambiguas; en relación con las que presentó la URSS en Ginebra el mes pasado, dijo que "podrían significar un viraje hacia un mundo más pacífico"; a la vez, ha acusado a la URSS de violar los acuerdos, y ha anunciado que EE UU dejará de aplicar el tratado SALT II, pieza clave en la limitación de los misiles nucleares. Reagan no quiere, o no puede, zanjar el conflicto latente dentro de su Administración entre los que no desean ningún acuerdo con la URSS -tesis defendida por el subsecretario de Defensa, Perle- y los que consideran esencial esforzarse por lograr acuerdos serios. En estas condiciones, a Reagan le interesa la cumbre, pero no le resulta fácil dar una respuesta positiva al deseo de que sea con garantías, o al menos probabilidades, de frutos concretos.

Las relaciones Este-Oeste se hallan en una encrucijada típica en la historia diplomática: por un lado, hay razones de fondo propicias para un avance en el camino del desarme; a la vez, existe el peligro de que aspectos coyunturales, ligados incluso al protocolo de la cumbre, puedan frustrar las posibilidades de abordar las cuestiones sustanciales. En este escenario, Mitterrand ha acertado a colocarse en un puesto excepcional con vistas a los futuros desarrollos internacionales; con razón o sin ella, en el caso de que la cumbre Reagan-Gorbachov tenga lugar este año, su papel tendrá que ser recordado. Ha logrado evitar, contrariamente a lo ocurrido en Tokio, la compañía de Chirac en sus viajes a Nueva York y Moscú, y así, ante el electorado, aparece como el que hace la gran política en nombre de Francia.

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