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El Papa reza en Armero por las víctimas del volcán en el último día de su gira colombiana

Juan Arias

En su última jornada colombiana, Juan Pablo II, ante las ruinas de la que fue la bella ciudad de Armero y que hoy es sólo un impresionante cementerio que no sabe contar a sus muertos, hacinados bajo el fango -fruto doloroso, y quizá no inevitable, del rugido del volcán Nevado del Ruiz-, rezó a Dios para que "proteja la soledad de tantos huérfanos".

Soplaba fuerte el viento, que despeinaba al Papa, descomponía su esclavina blanca y retumbaba como un grito sombrío a través de los altavoces en aquel valle de muerte. Desde la gran losa de lodo se podían aún apreciar las tejas de los techos de algunas casas, hoy convertidas en tumbas funerarias familiares.En aquel desierto de muerte, donde no volverá a reconstruirse la vida por temor a nuevas sacudidas del volcán, ha sido alzado un altar, sólo para esta ocasión, en el punto exacto donde había estado antes, la iglesia de la llamada Ciudad Blanca de Colombia. Un altar ante el que ayer el Papa pronunció su oración ante un puñado de autoridades, ya que por prudencia se le impidió llegar a la gente. Un altar que costó 20.000 dólares, demasiado para quienes piensan que con ello se hubiesen podido construir nuevas viviendas para los huérfanos de las víctimas, poco para quienes lo han visto como un gesto simbólico de la piedad de los supervivientes hacia tanto dolor y muerte.

Al lado del altar se había levantado una gran cruz de hormigón. Ante ella se arrodilló el papa Wojtyla, profundamente conmovido tras haberla besado y abrazado. Estuvo así de rodillas un minuto, mientras las trompetas militares sonaban lentamente, como un quejido del toque de queda.

A los miles de huérfanos de las víctimas, que recibieron ayer al Papa con las lágrimas bien visibles en sus rostros, muchos de ellos enfundados en sus pobres vestidos de algodón negro en señal de luto, Juan Pablo II, que ha sido aclamado en Colombia como "el Maradona de la fe" y el "trotamundos de la paz", les dijo: "Volved vuestros rostros dolientes al Señor, a Jesús crucificado y resucitado, que es fuente de consuelo y esperanza pascual".

La última cita colombiana del papa Wojtyla tuvo lugar en la noche de ayer en la hermosa y andaluza ciudad de Cartagena, desde donde hizo una vibrante condena a los traficantes de droga, una de las plagas más dolorosas de este país.

Se esperaba que el Papa hiciese esta condena en Medellín, considerado el centro más importante del tráfico de cocaína. Pero precisamente Para no herir susceptibilidades políticas, Juan Pablo II prefirió Cartagena, la penúltima etapa de su gira, antes de visitar por unas horas la isla de Santa María.

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El problema de la droga lo tocó el Papa en su discurso ante los restos mortales del santo catalán Pedro Claver, que se había distinguido por su actividad caritativa y heroica a favor de los esclavos negros; llegados a Cartagena para sustituir la falta de mano de obra de los indios, diezmados por la peste. Haciendo una feliz comparación ante lo que él llamó "la degradante explotación que constituyó la indigna trata de blancas" y el tráfico de narcóticos, Juan Pablo II dijo: "Hoy surgen nuevas y más sutiles formas; de esclavitud porque el misterio de la iniquidad no cesa de actuar en el hombre y en el mundo". Explicó que, mientras los tratantes de esclavos impedían a sus víctimas el ejercicio de la libertad, los narcotraficantes conducen a las suyas a la destrucción misma de la personalidad".

Fue ayer quizá la jornada más intensa de esta gira apostólica de Juan Pablo II, que ha admirado a los colombianos por su aguante. Ayer, el Papa se subió 14 veces a un medio de locomoción: tres aviones, seis helicópteros y cinco coches. Ahora, además del papamóvil, existe ya el papacóptero, es decir, el helicóptero especial que tantas veces ha usado en este viaje. Ayer, el diario Mundo de Medellín titulaba a toda página: 'Ave María, ¡qué hombre!', como enamorados de la fuerza que rezuma el Papa polaco.

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