Miedo a una guerra civil
Por primera vez en este siglo, Chile podría estar encaminándose a una guerra civil.Durante sus más de 60 años de vida, el Partido Comunista de Chile sostuvo la tesis de que al socialismo se podía llegar por un camino pacífico, participando de hecho en la construcción de la institucionalidad democrática chilena. Ahora ha comenzado gradualmente a abrazar la idea de que sólo la resistencia armada a la dictadura acabará con ella.
Aunque se dice que los comunistas tienen 5.000, 10.000, hasta 15.000 hombres entrenados, yo intuyo que algo los está frenando. ¿Será que en el partido todavía influyen sectores más tradicionales y moderados, que rechazan estas posiciones militaristas? ¿O funciona el miedo del PC a no aislarse de los otros partidos de izquierda que creen, como el partido socialista que encabeza Ricardo Núñez, que esta entrega a la violencia le hace el juego a la dictadura y le da un pretexto a los partidos de centro y de derecha para excluir a los comunistas? En todo caso, pese a una cierta retórica incendiaria, me da la impresión de que el PC todavía no se ha lanzado de lleno a una lucha armada que pudiera llevar a un conflicto del cual no habría retorno.
Esta vacilación, en todo caso, no debe confundirse con inacción. "Hemos dejado de hablar", me informó el portavoz extraoficial del PC, Patricio Hales, "y comenzado a actuar". Los resultados están a la vista: barricadas en las poblaciones, autobuses quemados con cócteles molotov, apagones de electricidad, sabotaje y, lo que es más grave, policías asesinados y bombas con víctimas inocentes. Aunque no siempre es fácil discernir, en estos últimos casos, si es el Gobierno o es la guerrilla quien realiza estos atentados, varios de ellos han sido reivindicados por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (brazo armado del PC, por mucho que se declare tina fuerza independiente).
La mayoría de los chilenos con que he hablado, incluyendo sectores extraordinariamente reprimidos en los barrios marginales, cree que este tipo de terrorismo permite a Pinochet justificar su propio, e infinitamente más bárbaro, terrorismo de Estado; pero también es cierto que muchísimos chilenos, especialmente gente joven, están adhiriendo al PC, atraídos por su promesa de una ruptura radical con el régimen.
Escepticismo arraigado
Lo que no cabe duda es que la aparición de diferentes estrategias de enfrentamiento con la dictadura que han impedido hasta ahora una propuesta única de toda la oposición para el país, refuerza un escepticismo profundamente arraigado en los sectores más indecisos. Hay cantidad de chilenos entusiastas e inspirados, pero muchos más desconfían y dudan. Gabriel Valdés, ex ministro de Relaciones Exteriores de Frei y presidente del Partido Demócrata Cristiano, lo formula con toda franqueza: "Antes de que podamos reconstruir esta tierra en ruinas, tenemos que reconstruir la fe del pueblo".
Siento la tentación de culpar al general Pinochet del escepticismo generalizado en Chile. Es él quien ha fracturado este país en miles de pedazos, él quien ha controlado los medios de comunicación hasta que la gente sólo espera mentiras, él quien ha demolido el espacio público donde podríamos juntarnos a verificar lo que es verdadero y lo que es falso.
En Chile, después de todo, uno no puede siquiera creer en las nubes del cielo. Cuando la Iglesia investigó la aparición supuestamente milagrosa de una virgen a un muchacho en 1984 -una virgen que, por extraña coincidencia, condenaba las protestas de la oposición-, el comité descubrió que era la policía secreta la que había estado rociando las nubes para provocar esas ilusiones.
Raíces del desaliento
Pero el desaliento de los chilenos tiene raíces más profundas, históricas. Durante las dos últimas décadas hemos adoptado una impresionante variedad de experimentos sociales mutuamente excluyentes, cada uno de ellos ofreciendo el paraíso total a sus adherentes: la "revolución en libertad" de los democristianos, la vía chilena al socialismo de Allende, y la utopía autoritaria friedinanesca de Pinochet. En cada caso, el país ha terminado dividido.
Antes de zambullirse en la turbulencia de un futuro nuevamente incierto, muchos chilenos esperan que los políticos de cada uno de los tres tercios del país, derecha, centro e izquierda, garanticen que se han aprendido las lecciones del pasado. Y como estamos lejos de que esto suceda, cunde el sentimiento de que estamos inexplicablemente trancados. La situación se hace intolerable y, sin embargo, sigue persistiendo. Esta sensación de una rabia extensa y sofocante posee a todos los habitantes del país, aunque tiene sus manifestaciones más álgidas entre la gente más pobre, que sufre periódicos allanamientos y permanente hambre.
'Filo contigo'
Esta frustración generalizada está oblicuamente captada por Filo contigo, la canción más popular de los últimos seis meses. Debajo del ritmo juguetón e insolente de este rock que habla de una mujercita que no se deja seducir, late un sentimiento de ira e incomunicación. El cantante se queja de que no pasa nada entre los amantes. Todas las condiciones para que algo suceda están presentes, pero seguimos sin avanzar. Es exactamente lo que la gente aquí siente respecto a la situación política.
Pero la canción cierra de una manera más peligrosamente ambivalente: "¿No quieres salir conmigo? ¿No me vas a hacer caso? ¡Filo contigo!". Y el filo de que se habla es el del cuchillo, el de la gillette, de la garganta cortada. Por que la canción toma prestada una expresión, filo contigo, que los adolescentes por acá han estado utilizando en su argot desde que tres prominentes comunistas fueron degollados, en marzo de 1985. Ahora, popularizada aun más por la canción, la frase comienza a aparecer en murallas y panfletos. ¡Filo con la dictadura! El otro día, grupos de mujeres colocaron urnas para votar en las calles de Santiago, y los ciudadanos depositaron votos que ellos mismos habían confeccionado en sus hogares. La policía deshizo a patadas las urnas, dispersando por doquier los pedacitos de papel. Después de escapar a los gases y los manguerazos, leí algunos mensajes, en su mayoría suaves: "Hola, democracia", decía uno; "Yo voto por la paz", decía otro; "Por la justicia. Por la libertad". Y finalmente: "Yo voto que le corten la garganta". Las frustradas energías de Chile pueden, por tanto, desatarse en diversas direcciones. Pueden dirigirse hacia adentro, hacia el inmovilismo y la depresión; pueden explotar hacia afuera en algún arreglo de cuentas apocalíptico; o tal vez encontremos el modo de canalizar todo lo que sentimos en una salida constructiva.
No hay manera de saber cuál de estas soluciones prevalecerá. Uno ve 1.500 médicos desfilando por las calles y la policía está a punto de atacar, y sale de la multitud un líder estudiantil y habla con los carabineros diciéndoles que son sus hermanos, y que hasta cuándo van a golpear a viudas y a jóvenes, y a enfermeras, y que es hora de que dejen de servir a un tirano, y las fuerzas del orden no saben qué hacer, y guardan sus palos, y se retiran, y uno siente que este país maravilloso está a punto de liberarse. Y después uno habla con un vendedor de helados que calmadamente prosigue su oficio mientras vuelan los gases por encima ("Yo tengo que llevarme a casa mis 200 pesos, y qué me importan las protestas"), y uno se pregunta si la gente no está tan afectada por la crisis económica y la indiferencia inducida por estos años como para movilizarse tras un ideal superior.
Apariencia de fuerza
Chile se encuentra en una encrucijada. Cada día hay menos posibilidades de una solución negociada. La dictadura debe dar la apariencia de fuerza incontrastable si quiere sobrevivir y, sin embargo, por primera vez en su historia, no puede aplastar a un grupo considerable de ciudadanos decididos que han perdido su temor y exigen democracia, ahora. "Si el país estuviera paralizado durante semanas", me dijo un alto funcionario de gobierno que debe permanecer anónimo, "podría desarrollarse algún tipo de rebelión militar. Pero tendrán que producir algo más, en sus protestas, que el golpeteo simbólico de cacerolas y gritos".
El desafío no podría ser más claro. Si el general Pinochet puede mantener a la mayoría del pueblo en un estado de inercia y desconfianza, podrá perdurar por lo menos hasta 1989, y probablemente más allá, lo que provocará, sin la menor duda, un aumento incontenible de la resistencia violenta a su mandato. Si esa mayoría, sin embargo, inspirada por la valentía de una masa grande de disidentes, conquista su miedo y su escepticismo, el mensaje que se estará mandando a los militares podría ser lo suficientemente decisivo como para llevarlos a deshacerse de su comandante en jefe.
Se sigue rumoreando insistentemente en Santiago que después de Marcos y Duvalier, este año el cometa Halley se llevará a Pinochet. Por su parte, el susodicho anuncié, en cierta ocasión: "En Chile no se mueve una hoja sin que yo lo sepa".
Para que el general Pinochet se vea en la obligación de subirse a ese avión que tanto teme rumbo a algún país que nos haga el favor de recibirlo, para que el cometa amigo se lo lleve consigo, no cabe duda de que tendrán que comenzar a moverse como en un vendaval, como en un huracán, como en una tormenta todas, absolutamente todas, las hojas de Chile.
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