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Dejar el botín y defender la lengua

Un cañonazo de La Pinta, un grito -¡Tierra!- y cambió la historia; había nacido el Descubrimiento, que Enrique Tierno Galván gustaba llamar Encuentro.Una fecha -el 12 de octubre de 1492- nos ligó para siempre a Hispanoamérica.

Miguel de Cervantes y Saavedra muere el 23 de abril, ha hecho ahora mismo 370 años, y, claro, quien manejó con tanta destreza la lengua de Castilla, con toda seguridad aprobaría que precisamente esa fecha fuese declarada el Día de la Lengua Española. Es que el idioma vive en la memoria cotidiana de 400 millones de hispanohablantes unidos o desunidos por la política o el comercio, pero atados hasta el fin de los tiempos por la lengua española.

Idioma maduro, pero siempre en crecimiento; permanente, pero también abierto con generosidad a los resultados de la ciencia y de las modalidades propias de unos pueblos vigorosos; idioma oficial en los más importantes foros del mundo. El signo de Hispanoamérica ha sido la inestabilidad institucional, pero es que América -como dijo con elocuencia el poeta Juan Zorrilla de San Martín, uruguayo ilustre- nació de una herida de gloria que España se hizo en el corazón.

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Quedan pocos años para terminar este siglo; pienso que bien haríamos todos, ellos y nosotros, en aprovecharlos para ofrecer a las generaciones futuras el ejemplo y los beneficios de haber cumplido con un noble propósito logrado no sólo en la efectiva integración económica, sino también en la idiomática- No es una utopía. En la universidad de Montevideo, su majestad el rey Juan Carlos expuso con toda claridad la exigencia: "La lengua es nuestra carta de ciudadanía cultural, la identidad de los hispanohablantes. Una identidad cultural que debe caracterizarse por un profundo sentido de la libertad".

Ciudadanía cultural; idioma en libertad. Si es así, qué duda cabe del inmenso potencial que una lengua común supone para el logro de una mejor comunicación y defensa de un idioma y unos intereses que afectan tanto a toda Iberoamérica y a España.

"Os fue dada por Dios una virtud tremenda; / el ganar el botín y abandonar la tienda, / perder sólo supieron España y Jesucristo, / y el mundo todavía no aprende lo que ha visto". Tenía razón la chilena Gabriela Mistral, premio Nobel de Literatura: el mundo -también nosotrostiene que aprender. España no puede ser, hoy, la empresaria de Dios.

Se ha afirmado que el siglo XIX ha sido para Hispanoamérica el siglo de una emancipación política que debía permitir a varios países su incorporación al mundo de los pueblos libres tras una lucha emancipadora que dio a millones de ciudadanos la libertad para orientar sus propios destinos. Destinos unidos siempre por una lengua que otorga, ya se ha dicho, la libertad, y no por casualidad, sorpresa o tópico.

Es el antiguo pensamiento que ya está presente en los planes del precursor, don Francisco de Miranda, y también en el Proyecto de los Derechos del Pueblo de Chile, proclamado en 1811, donde se dice con intuición genial: "El día en que América se reúna en un congreso que comprenda a todas las naciones del continente o que sólo comprenda a las naciones del Sur, su voz se hará respetar y difícilmente serán combatidas sus resoluciones". Obsérvese que Miranda no dice que la unión tiene que hacerse con los sables, los galones o los entorchados, sino que para que la voz -¿qué otra voz sino la española?- sea respetada sólo es preciso reunirse, dialogar. En definitiva, hablar en un idioma que nos es común.

Un embajador español, con motivo del viaje de los Reyes de España a Río de la Plata, propuso que el 23 de abril, Día de la Lengua Española, tuviera una extensión a través del Día Iberoamericano de la Comunicación; la idea complementa la primitiva conmemoración y la fortifica, pero, mientras no tomemos conciencia de la imperiosa necesidad de defender la lengua española, el colonialismo cultural será el cáncer que poco a poco, o mucho a mucho, irá royendo lo que hoy es uno de los más grandes vehículos de comunicación universal.

Desde el Caribe hasta Tierra del Fuego, España impuso su dominio y luego "abandonó la tienda". Pero dejó el derecho, el arte, la arquitectura, la artesanía, la cultura. Fundó universidades al mismo tiempo que ciudades, dio una religión, una forma de vivir y también una hermosa lengua. Dominó mares, hizo soñar a los poetas y no quedó un mínimo espacio sin una tumba española. Pienso que, pretendiendo ser conquistadores, fuimos mensajeros de una voz que, en vez de clamar en el desierto, sólo tiene que hacer una cosa: hacerse oír. Ahora.

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