Oportunidad perdida en Centromérica
FALTA YA menos de un mes para el 6 de junio, una nueva fecha definitiva en una larga serie de aplazamientos, para llegar a la firma del acta de paz de Contadora, el único canal diplomático que puede evitar el deterioro imparable de la situación en el istmo centroamericano. Sin embargo, el lapso de tiempo hasta el 6 de junio está marcado por la incertidumbre mucho más que por la esperanza. Se desconoce la actitud final del régimen de Managua con respecto a la firma de los acuerdos de Contadora, y por eso el reciente encuentro de Costa Rica, con motivo de la toma de posesión del nuevo presidente, el socialdemócrata Óscar Arias, ha sido una oportunidad perdida para reforzar las vías del diálogo entre los países centroamericanos.El régimen sandinista tan sólo estuvo representado en San José por su embajadora en la capital costarricense, y aunque es cierto que el país anfitrión no insistió para que la representación fuera de mayor altura, Managua es el principal responsable de dar argumentos, aliados a una perceptible torpeza diplomática, a sus numerosos y bien situados enemigos. La consecuencia de ello fue dejar el campo libre al vicepresidente norteamericano George Bush, evitándole incómodas vecindades. Las ovaciones a Bush en el estadio Nacional de San José y los abucheos a la embajadora de Managua, por otra parte, fueron suficientemente indicativos no sólo de que en Costa Rica no tiene tradición el antinorteamericanismo que el conflicto de Nicaragua suscita en gran parte de América Latina, sino también de un vasto sentimiento popular contrario a Nicaragua, que brota tanto de unas raíces históricas como de un fuerte componente, muy actual, de carácter antisandinista. En ese contexto, al que hay que sumar la creciente ayuda norteamericana a Costa Rica, las declaraciones del presidente Arias reubicando las relaciones con el régimen de los comandantes en una línea de mayor neutralidad, pueden quedar en mera declaración de buenas intenciones. El nuevo presidente no tendrá más margen de maniobra que su antecesor, Luis Alberto Monge, sometido en sus dos últimos años de mandato a una extrema presión de Washington para que rompiera todos los puentes con Managua. Si Monge pudo sustraerse a la admisión de asesores norteamericanos para el entrenamiento de sus exiguas fuerzas militares, el fracaso de la operación final de Contadora colocaría a Arias en una posición extremadamente difícil para mantener una cierta neutralidad.
Por todo ello, los esfuerzos de los países de Contadora (México, Colombia, Venezuela y Panamá) más los del grupo de apoyo de Lima (Argentina, Brasil, Perú y Uruguay) son cruciales en esta recta final de la negociación. Los ocho países latinoamericanos han apelado con carácter de urgencia a Washington para que cese la ayuda a las tropas irregulares de la contra, al tiempo que se ratificaban en la necesidad de concluir el acta de paz de Contadora y reclamaban la convocatoria de los plenipotenciarios de los Estados citados del 16 al 18 de mayo en Panamá para negociar los dos asuntos pendientes: el cese de maniobras militares en la región -referencia a la presencia norteamericana en Honduras- y la limitación del volumen de efectivos armados de los países del istmo -lo que afectaría principalmente al nutrido ejército nicaraguense- La presión sobre Managua es cada vez mayor y el régimen sandinista corre el riesgo de convertirse ante la opinión pública mundial en el principal responsable de la tensión en la zona si no accede a firmar el acta.
Aunque Nicaragua entienda que las provisiones del documento no le garanticen el fin de la agresión armada, firmar el acta parece seguir siendo la opción más razonable, porque sólo así podrá oponer algún tipo de freno diplomático a la política de la Administración norteamericana. La firma le aseguraría, además, la solidaridad de gran parte del continente latinoamericano, que, si no siempre exultante con la vecindad sandinista, más teme todavía un deterioro de la situación que facilitara la intervención directa de Estados Unidos. No es exagerado decir que la guerra abierta contra Managua tendría consecuencias incalculables para la estabilidad de toda Iberoamérica y para los propios intereses norteamericanos en la región.
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