El difícil cambio de locomotora
La celebración de la cumbre económica anual de los grandes países ricos -este año en Tokio- es siempre una ocasión propicia para efectuar una serie de comentarios y evaluaciones sobre la marcha de la economía internacional, sobre el grado de concertación que existe o que debería existir y sobre los problemas predominantes caracterizadores de cada momento.Y este año, precisamente, estamos en un marco optimista en el que la baja persistente del precio del petróleo y de las materias primas está dando alas a la recuperación de los grandes países occidentales.
Está por ver, desde luego, hasta qué punto esta baja en los precios de los productos primarios va a agravar la precaria situación por la que está pasando toda una serie de países en vías de desarrollo muy dependientes de sus exportaciones de todas estas materias primas actualmente desvalorizadas; pero esto, ya se sabe, no va a depender solamente de la evolución de su relación real de intercambio, sino de la fuerza de la demanda que -de sus productos de exportación- sea capaz de generar la recuperación de la economía mundial actualmente en curso. Ello va además a depender de la tecnología, ya que -como es sabido- una parte de tal demanda queda condicionada por la disponibilidad de productos sintéticos o sustitutivos que los altos precios de las materias primas -durante un tiempo- han propiciado.
De todas maneras, y reflexionando en términos globales, la gran preocupación del momento no radica tanto en la cuestión de las exportaciones de los, países pobres cuanto,en las poslilidades de crecimiento global del sistema mundial que van a existir si la economía norteamericana cesa en estos próximos meses de actuar de locomotora de la economía mundial, como ha venido haciendo en estos últimos tiempos a base de mantener una economía en expansión gracias al fuerte déficit fiscal interior y al elevadísimo déficit comercial que ha venido manteniendo al actuar como gran comprador mundial de importaciones gracias a un dólar que hasta hace un año había hecho temiblemente competitivos sobre el mercado norteamericano muchos productos exteriores.
Hay observadores que han hecho notar, durante todo este tiempo, que los altos tipos de interés en el mercado norteamericano han generado una situación en la cual muchos capitales han ido hacia Estados Unidos, restando posibilidades de crecimiento a la economía del resto de los países.
No voy aquí ahora a discutir hasta qué punto este atractivo relativo del mercado norteamericano ha limitado inversiones en otras áreas del mundo y voy, simplemente, a centrarme en una cuestión que -de las objeto de análisis en Tokio- merece una atención primordial: ¿hasta qué punto otros países pueden asumir el papel locomotora que los norteamericanos han venido teniendo para la economía mundial en los últimos; tiempos?
La influencia de EE UU
La cuestión es, desde luego, trascendental, pues -y a pesar del alto crecimiento de la economía norteamericana durante el primer trimestre de este año 1986- todo indica que la última etapa de la Administración Reagan va a ser de menores ritmos de crecimiento para la economía norteamericana, aunque sin caer -ni mucho menos- en los crecimientos negativos que resultarían peligrosos tanto para la economía interna de EE UU como para sus relaciones financieras externas,
Y el tema debe ligarse -no hay más remedio- al peso que la economía norteamericana Viene tanto en valores absolutos como relativos en relación a la marcha de la economía internacional en su conjunto.
De acuerdo con las estadísticas disponibles, Estados Unidos supone actualmente el 27% del producto mundial bruto, contra el 23%. la Comunidad Europea, 10,6% la Unión Soviética y 9,9% Japón.
De actuar la Comunidad Europea y Japón concertadamente podrían, desde luego, asumir el papel de locomotora que los norteamericanos están todavía teniendo, pero la realidad europea dista mucho de lo que debería ser un área económica y monetaria perfectamente integrada, y aun en el contexto europeo, solamente la economía alemana (que supone el 5,7% del producto mundial bruto) podría -si sus gobernantes estuvieran dispuestos a asumir las obligaciones y riesgos que supone hacer la locomotora mundial- jugar un cierto papel, pues ni Francia ni el Reino Unido presentan un balance económico adecuado a tal fin.
Japón, por su parte, no sólo no hace déficit comerciales comparables a los que EE UU viene haciendo, y que tiran con fuerza de la demanda mundial de exportaciones, sino que -pese a las críticas- viene teniendo una política de yen de preciado que ha servido para volver muy competitivos a los productos japoneses sobre los mercados internacionales y que ha posibilitado un espectacular desarrollo tecnológico japonés en base a la política de exporta ción de sus grandes conglomerados, lo cual, a su vez, ha conducido a grandes superávit comerciales de los japoneses respecto a Norteamérica y respecto a la CE.
Si a todo esto añadimos el relativo desconocimiento que norteamericanos y europeos tienen del mercado japonés, veremos la gran dificultad que Japón presenta, por su parte, para convertirse en locomotora alternativa de la economía norteamericana actual.
Todo esto sirve para pensar que hay, de momento, que seguir confiando en la fuerza impulsora que siga viniendo de Estados Unidos, y afortunadamente, todo parece indicar que tal fuerza va prosiguiendo asociada a la baja del dólar, menores tipos de interés e inflación reducida.
El que el resto de países grandes contribuyan al crecimiento mundial es un deseo loable al que se están asociando los gobernantes de la mayoría de países, a la vista, además, del mejor clima de concertación que -a pesar de la crisis de Libia y de los atisbos de guerra comercial EE UU-CEE a la víspera de la nueva ronda del Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT)- parece respirarse entre los responsables de Ia economía de los países más importantes para la economía mundial.
Del deseo loable al cambio de locomotora hay, empero, un gran trecho connotado por la realidad fundamental de que Estados Unidos son -se quiera o no- la potencia económica determinante de la marcha de la economía mundial.
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