Europa, en la cuerda floja
LA REUNIÓN que los 12 ministros de Asuntos Exteriores de la Comunidad Europea han celebrado el lunes en Luxemburgo estaba condicionada por una serie de factores. En primer lugar, lo ocurrido después de la anterior reunión en La Haya, cuando EE UU hizo caso omiso de su llamamiento a la moderación y llevó a cabo el bombardeo de Trípoli y Bengasi; desde entonces, Washington está ejerciendo fuertes presiones sobre Europa para evitar se consolide una posición común. Las recientes palabras del presidente Reagan diciendo que, en privado, varios dirigentes europeos apoyaron una acción militar no es un método usual en las relaciones entre aliados; equivale a colocar sobre esos dirigentes -que Reagan no nombró- la sospecha de un doble juego. A la vez, existe un clima de menosprecio hacia Europa en amplios sectores de EE UU; el Wall Street Journal titula uno de sus artículos La mentalidad de Vichy, criticando la actitud francesa. Todo ello refleja un ambiente que no se había observado desde hace muchos años.Por otra parte, la división entre fuerzas políticas y Gobiernos europeos es un hecho real: el Parlamento de Estrasburgo ha aprobado una moción condenando la acción militar norteamericana, pero por una mayoría ínfima. Varios partidos de derecha han aprobado, en términos generales, la actitud del presidente Reagan en la crisis libia. En Francia, una parte sustancial de la nueva mayoría de derecha, con el ex presidente Giscard d'Estaing, se ha opuesto sobre esta cuestión al Gobierno Chirac. Pero esas disensiones son pequeñas si se comparan con el abismo abierto entre las opiniones públicas de los países y sus respectivos Gobiernos. En el Reino Unido, por ejemplo, dos de cada tres ingleses desaprueban, según todos los sondeos realizados, el apoyo dado por Margaret Thatcher a la acción de Reagan, y un porcentaje aún mayor está en contra de que ese apoyo se repita en una situación similar.
Estos factores crean unas condiciones particularmente difíciles para que los ministros de la CE puedan elaborar, frente a la estrategia que ha protagonizado Reagan, una alternativa real para llevar a cabo, dentro del respeto del derecho internacional, una lucha eficaz contra el terror, sino. Por eso, cuando se habla de "política europea hay que saber que se emplea un término muy relativo.
Los acuerdos de la reunión de Luxemburgo contienen, sobre todo, disposiciones para restringir la presencia y los movimientos de los diplomáticos y otros ciudadanos libios. La aplicación en cada Estado dependerá de las autoridades nacionales, y cabe esperar diferencias serias entre unos y otros países. El hecho más importante es la unidad lograda entre los doce miembros de la Comunidad, aunque se base únicamente en puntos limitados. Es la mejor forma de contestar a la presión norteamericana.
Luxemburgo ha guardado silencio sobre el capítulo de las sanciones económicas; la razón es obvia: los intereses pesan mucho y, concretamente, en el caso de algunos de los países que, como Alemania Occidental, se muestran más rígidos en la demanda de medidas en otros terrenos. El peso de las inversiónes libias en Italia, por ejemplo, es extraordinario. Por otra parte, la fuerza moral de EE UU para pedir a Europa sanciones económicas contra Libia es sólo relativa; a pesar de las medidas tomadas por Washington, no pocos norteamericanos -como acaba de recordar el ministro italiano Andreotti en una entrevista al Corriere della Sera- siguen trabajando allí, y "la extracción de una buena parte del petróleo libio sigue siendo realizada por empresas nortearnericana?. En todo caso, EE UU ha obtenido con las decisiones de Luxemburgo serias satisfacciones políticas: las medidas van dirigidas explícitamente contra los diplomáticos libios, lo que implica una aceptación de la tesis norteamericana que identifica terrorismo con Libia. Tesis parcial, porque oculta una gran parte de las ramificaciones, y las verdaderas raíces, del fenómeno terrorista. Los horribles asesinatos de rehenes en Beirut son una confirmación de que las tramas negras del terrorismo son más complejas de lo que quiere reconocerse.
El planteamiento de varios Gobiernos del sur de Europa, y concretamente del español, sobre la importancia del diálogo en la situación actual con los países árabes toca un punto esencial. Países que siempre han apoyado a Occidente, como Arabia Saudí y Egipto, han expresado su solidaridad con Libia ante el ataque de EE UU. A la vez, estos y otros muchos países árabes tienen un interés directo en frenar el terrorismo y en acabar con el aventurerismo de Gaddafi. El Movimiento de Países no Alineados, en su reunión de Nueva Delhi, ha manifestado a la vez su solidaridad con Libia y su repulsa del terrorismo. Europa, por escasas que sean sus posibilidades de acción autónoma en la actualidad, necesita promover una política de acción antiterrorista que tenga en cuenta esos factores. Es fundamental evitar que la lucha contra el terrorismo aparezca como una forma de enfrentamiento y discriminación de los países ricos contra el Tercer Mundo. Y no se puede negar que una oleada de xenofobia y racismo puede invadir el continente si los ciudadanos de las democracias europeas comienzan a sospechar -en medio de la paranoia política que les envuelve- que detrás de cada rostro árabe pueda encontrarse un terrorista.
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