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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Censores del pasado, medrosos deI presente

LA BANDERA republicana, que incorporó el morado a las franjas roja y gualda tradicionales, fue la bandera nacional desde abril de 1931, y durante un período que para algunos terminó en julio de 1936 y para otros el 1 de abril de 1939. Éste es un hecho meramente histórico. Muchos españoles no la reconocieron en su corazón o en su mente, pero todos la acataron hasta un momento dado: Franco, Sanjurjo y Mola desfilaron bajo ella, pelearon bajo ella -en las revoluciones de 1934- y la hicieron jurar a cadetes y soldados. La serie de equívocos que se están produciendo en Valencia en torno a un cartel de Rafael Alberti que anuncia la conmemoración del tiempo en que Valencia fue capital de la República son por eso tragicómicos. Que la Generalitat valenciana decidiera no imprimir el cartel por ser reproducción de la bandera republicana y que el Ayuntamiento, para paliar el escándalo, decidiera hacer una corta edición de serigrafias con el mismo, provoca el resultado -opuesto a los propósitos- de que esa bandera, o la mezcla de los colores que la formaron, posea actualmente una importancia que no tiene. Efectivamente, nadie la alza hoy como símbolo de ninguna revolución, y muy pocos defienden el régimen republicano frente al sistema constitucional del Estado español. Son en cambio numerosos los republicanos, y particularmente los socialistas en el poder, que no sólo aceptan sino que apoyan a la monarquía parlamentaria como forma de convivencia casi unánimente aceptada por nuestra ciudadanía, y como un acto de reconocimiento al papel que esa institución y el rey Juan Carlos han desempeñado en el restablecimiento de las libertades democráticas en España.Prohibir el pasado fue uno de los más desdichados intentos del régimen anterior y movilizó grandes esfuerzos de censura y represión para conseguirlo. Fue también una tontería. El pasado admite críticas -y una de las que se han emitido más frecuentemente, desde un punto de vista de historia de la política y la sociedad, es si la. República hizo bien en cambiar de bandera nacional y de himno-pero su ocultación no es honesta. La ciudad de Valencia recibió al Gobierno de la República, y a su presidente, durante un breve período de la guerra civil, desde donde gobernó lo que pudo y como pudo, dadas las circunstancias. Esa ciudad considera el hecho histórico lo suficientemente importante como para conmeriorarlo y dedicar actos y exposiciones para recordar ese período del que se cumple ahora medio siglo. La Generalitat valenciana no es, por tanto, congruente consigo misma al reducir el alcance de los que entonces eran colcres nacionales. En las evocaciones de la guerra civil que se están haciendo en la actualidad, y que van a durar todo el año de la conmemoración del medio siglo, aparecen todas las banderas y todos los emblemas de aquellos años; sería ridículo que alguien se sintiese ofendido por la aparición de las flechas de Falange o las aspas de san Jaime.

Más grotesco es que los actuales censores sean algunos de los mismos, y muchos de sus descendientes políticos y físicos, que consideraron como suya la bandera tricolor. Para muchos tiene todavía un valor sentimental ligado a su biografía, pero en el mero sentido común y en el pacto político actual está que no la antepongan a la actual bandera constitucional. Sentir pudor y miedo ante la rememoración de esos colores en un cartel artístico es un síntoma patológico. El miedo que denota respecto al pasado es sinómino de inseguridad o ceguera ante lo que ahora mismo les rodea.

Las querellas sobre banderas suelen ser asuntos altamente estúpidos. Cuando se refieren además a la historia pasada, desbordan la barrera de la cordura. Dentro de lo cabal, el acto arbitrista de la Generalitat valenciana y la tímida solución del Ayuntamiento de la ciudad sólo merecen la rechifla.

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