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Tribuna
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De idioma, pueblo y pedantes / 1

La ira y el tedio provocados por ver repetirse errores sobre las relaciones entre el lenguaje y la gente mueven al autor de estas líneas a terciar sobre asuntos de la lengua. Le gustaría que su escrito tuviera el suficiente peso y volumen como para dar con él en la cabeza a doctos y letrados que dictaminan sobre el bien hablar.

Me da que se habla mucho estos últimos tiempos en los medios de información o formación de masas sobre cuestiones de lenguaje: he llegado incluso a coger al vuelo por las ondas o a mirar en la Prensa de reojo algunas opiniones de señores acerca del asunto; y tal es la ira y tedio que me entra de ver repetirse errores inveterados sobre las relaciones entre el lenguaje y la gente, sobre la corrección lingüística, sobre las normas de la lengua y las de las academias, tan estólidas y sangrientas pedanterías de los que tienen ideas sobre el lenguaje (y por tanto, si se descuidan, sobre el pueblo y los pueblos), que ello me mueve a sacar aquí, lo que puedo, un par de folios de un Antipedante, que bien me gustaría que fuesen un tomo gordo, para darles con él. en la cabeza a los doctos y letrados, más o menos ilustres o vulgares, que siguen por ahí dictaminando sobre el bien hablar y lo que está bien o mal dicho, y así de paso, en vez de intentar esclarecer las confusiones que ya necesariamente reinan entre la gente simple (nunca lo bastante simple para librarse de ellas) acerca de lo que sea esto del lenguaje, espesándolas y retorciéndolas con sus opiniones, tanto más cuanto más cargadas de autoridad caen de allá arriba, de donde el Poder y la Cultura.Pues ello es que la lengua no es ningún hecho de cultura: está justamente por debajo de todos ellos, como instrumento de cualquiera, desde la construcción de un arado o de una casa hasta la demostración por vía matemática de la adecuación de un modelo físico y hasta la elaboración y promoción de un... (¡tema!: ¿no es así como lo llaman ahora ellos?) de un tema para murga de estadio y megafonía. Y por tanto, no le pasa a la lengua lo que a los hechos culturales, que son asequibles a la conciencia y a la voluntad, y por consiguiente manejables por individuos, por instituciones, por el Poder y la Banca, de cuyos manejos es la Cultura recurso y pieza fundamental.

Un plural indefinible

No así el lenguaje, que no viene de arriba, sino de abajo, que no es consciente y voluntario, sino subconsciente (más aún: es preciso, para que el lenguaje funcione bien, que no haya conciencia de su aparato ni mecanismos), que es de ese plural indefinido al que malamente llamamos 'gente' o 'pueblo', o sea que no es de nadie (pues esa gente no es ningún número de almas, ni ninguna personas o persona), gracias a lo cual es para. cualquiera, el solo don humano que se le da de veras gratuitamente a cualquiera que nace en el ámbito de una lengua, aparte del don de una previa gramática general que traiga él incorporada por herencia, no jurídica ciertamente, de sus innumerables antepasados.

Así que en la lengua no manda nadie, más que el pueblo, que no es nadie, y que para mandar en ella (en su repertorio de fonemas, en sus reglas de prosodia o de sintaxis) es preciso que, como una especie de senado subconsciente, no sepa lo que hace ni quiera hacerlo: al revés de los manejos políticos o culturales, a los que es inherente la pretensión al menos de que se sabe y se quiere hacer lo que se hace, como se ve también en el hecho de que se habla de ello, en los discursos de las Cámaras Altas y Bajas, en los artículos de críticos de Arte o entrevistas con artistas. Pero de la lengua no se habla (es ella la que habla de las otras cosas), si no es por pura equivocación y pedantería. No hay Poderes constituidos, no hay Individuos geniales, no hay Academias de la Lengua que puedan disponer ni cambiar nada en el cuerpo esencial del aparato de la lengua, ni inventar o suprimir un solo fonema, ni mudar una regla de acentuación de las palabras, ni dictar una ley de construcción de sintagmas determinativos, ni modificar por decreto la función de los mostrativos o de los cuantificadores que haya en el sistema de una lengua.

Y sin embargo, es error inherente a las almas de los cultos y poderosos el desconocer esa evidencia y el creer que sí que se le pueden, desde arriba, dictar normas a la lengua, creencia en la que arrastran de ordinario al vulgo semiculto, que para eso tiene la costumbre de prestar fe, a las Autoridades. Es a esa intervención inoportuna de la conciencia y voluntad en los mecanismos de la lengua a lo que aquí denomino con el término técnico y preciso de 'pedantería'.

Ven ellos que pueden con cierto éxito (y cuán desastrosamente a menudo, por la ignorancia que a los cultos les acarrean sus saberes) reglamentar sobre la ortografía, sobre la escritura, que ésa sí que es un hecho cultural (en la escritura se pone con fundamento el comienzo de la Historia), que pueden hasta dictar normas de puntuación (y aquí el desastre es más notorio todavía y más revelador de la ignorancia culta), y que pueden, a través de la escritura, ejercer algún influjo, en las zonas más superficiales de la lengua, sobre las capas semicultas de las poblaciones (periodistas, literatos, funcionarios), llegando a veces a imponerse al público en general, por ejemplo introduciendo algunas palabrejas en el flujo del vocabulario (resurrección de azafata, con éxito; fabricación de explosionar, con algún adepto, vive Dios, entre las almas en que puede más la autoridad que la repugnancia de los abortos) o tachando otras de barbarismos (basket-ball, con éxito, a costa del engendro sustitutivo de baloncesto, foot-ball, sin éxito), y algunas otras menudencias por el estilo; y ya con eso, con tales intromisiones a través de la escritura, se creen y hacen creer que están guardando el tesoro y manejando el aparato de la lengua.

Apenas si en nuestros días los gramáticos más penetrantes, más inocentes (pues el mandato del buen gramático no es otro que el de Jesucristo: "Hacerse como niños") van descubriendo fielmente algo de los tinglados maravillosos, la complejidad y precisión de los elementos de una lengua (y de la lengua), de sus funciones y sus normas, y laboriosamente lógicos tan ingeniosos como Montague y sus seguidores tratando de dar razón fragmentariamente, por medio de artilugios matemáticos, de algo de lo que son los mecanismos de una lengua, del lenguaje corriente y popular, fuente inagotable de técnica y sabiduría para quien supiera oírlo: como para que, en éstas, pretendan dictaminar sobre ello señores que además son generalmente muy malos gramáticos. Pero así ha sido la cosa siempre: cuanto más ignorante la Gramática, más normativa que se vuelve.

Y no se piense con esto que se desdeña el imperio de la Cultura y la escritura (esto es, del Poder) sobre las lenguas: no hay más que ver cómo, por ejemplo, a fuerza de siete siglos de latinismos y grecismos embutidos en la escritura hasta llegar algunos a penetrar en cantidad creciente en la lengua hablada, ha venido a resultar en nuestros días una modificación en las reglas combinatorias de: fonemas, con el desarrollo, para la posición de fin de sílaba, de tres; variantes de los archifonemas de los tres puntos de articulación consonántica, a saber, las de aptitud u objeto, actitud o atmósfera y examen o digno (me refiero a la lengua urbana que podemos llamar español oficial contemporáneo; no la de los locutores y similares, ejemplo eximio de obediencia a la Autoridad, que suelen pronunciar esas cosas a conciencia, como se escriben, eksakto, obstrukción, etc., creyendo hablar así de lo más correKto y no corruPto), así como el surgimiento de una geminación consonántica, en casos como innato o perenne para -nn-, inmortal o inconmensurable para -mm-, acción o acceso para, por así escribirlo -zz-,- pormenores fonéticos tal vez (que no encuentro, por cierto, descritos debidamente en ningún sitio), pero que tocan a regiones bien profundas (alejadas de conciencia) del aparato de la lengua. Y por pasar a otras partes de la gramática, puede traerse como prueba de lo mismo la manera en que el latinismo y la lengua escrita han llegado en inglés hablado a promover unas nuevas normas de acento de palabra y a introducir una Voz Pasiva (no tanto en español, donde la Pasiva con ser sigue sin usarse en el habla, salvo por notable pedantería), la cual, una vez adoptada por los hablantes, ha pasado naturalmente, con usos como "Lilith was given a carnation" o "The sittin-groom was never sat in", a exceder el modelo latino y a convertirse en otra cosa; o también el caso del alemán, donde la presión escolar no sólo ha desarrollado la composición nominal en esquemas reproductivos de los del griego antiguo, sino que ha impuesto normas de subordinación en frase compleja calcadas sobre el latín de las escuelas, algunas de las cuales han debido de alcanzar a la adopción en la lengua habladá.

Y aún más pueden ellos, los de arriba, hacer sobre la lengua: no manejar a voluntad los mecanismos de una lengua, pero si fabricar lenguas enteras. Pueden ellos inventar (evidentemente, por simplificación, selección y desarrollo rígido y congruente de parte de los mecanismos de las lenguas naturales) algunos lenguajes artificiales, como el de las Lógicas o el del Cálculo aritmético o los usados para la Informática; y hasta intentar fabricaciones de lenguas ara hablar, como la del esperanto, que no son por esencia imposibles de llevar a práctica en población real.

Los manejos de las lenguas

Más gordo todavía: ¿no hablamos nosotros una lengua impuestaantaño por la Administración y la Cultura desde el centro del Imperio? Y ahí tenemos el caso más detonante en nuestros años, el de una lengua muerta, el hebreo, resucitada para el habla por los fundadores del estado de Israel, y que, aceptada por su gente, ha venido en poco más de cuarenta años modulándose como lengua hablada, hasta ser una diferente, un nuevo hebreo; o imitaciones menores de tal hazaña, como el establecimiento desde arriba, para nuestras autonomías, de un vasco unificado y hasta, vive Dios, de un gallego oficial, ése en el que lian hecho grabar la cinta de avisos plurilingües del TALGO, aquélla donde dice "estación vindeira" (palabra que he visto que los viajeros gallegos nativos reciben con sorna, pero que puede que acaben adoptando) y donde al final dice la señorita "Agradecemoslles o ter, feito este viage conosco...", metiendo una coma en medio del sintagma Auxiliar + Participio, y atormentándose por siempre los oídos con ese ultraje de la lengua y del pueblo cada vez que tengo que tomar el tren.

Tales son los manejos de las lenguas que desde fuera (desde arriba) caben. Pero que ello no nos confunda ni desvíe del reconocimiento de que el aparato y mecanismos esenciales de la gramática, de una lengua (¡y de la lengua general!) son inaccesibles a voluntades y culturas, y nadie manda en ellos, sino el pueblo que no es nadie. En la entrega siguiente de este Antipedante les diré a lo que montan las manipulaciones y normas; de inviduos, negociantes o literatos, sobre una lengua; cómo el pueblo no puede errar hablando; y de dónde vienen los errores de lengua que puedan darse.

es escritor y catedrático de Universidad.

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