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Tribuna:
Tribuna
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Tengo miedo

En estos días se cumplen cinco años de la última intentona de golpe militar y otra vez estamos los españoles crispados, divididos, siendo víctimas de infinidad de rumores y ocupándonos con demasiada intensidad y vehemencia en cosas que nos dividen y enfrentan. Parece como si el ciclo de un lustro fuese una maldición que periódicamente cae sobre nosotros, obligándonos a abandonar trabajos y quehaceres que, de insistir más en ellos, nos aportarían mayores beneficios.Para los aficionados a las casualidades o a los caprichos con que el destino juega con nosotros podría recordar que del 14 de abril de 1931 al 18 de julio de 1936 pasaron cinco años, exactamente 1.922 días, los mismos 1.922 días que corrieron del 20 de noviembre de 1975 al 23 de febrero de 1981, hora más, hora menos. En estos días vienen a cumplirse otra vez esos cinco años, y el 30 de mayo de 1986 los fatídicos y azarosos 1.922 días.

Pero no es para relatar estos juegos del destino para lo que cojo la pluma en estas horas, sino para rogar a quien corresponda se tenga un mínimo de mesura y un máximo de cordura en todas las manifestaciones que a propósito del referéndum sobre la OTAN se están profiriendo a través de todos los medios de comunicación, tanto por los que esgrimen una postura como por los que promueven la contraria. No sé si el referéndum será para el bien de España o no; lo que hay que preguntarse es si será en beneficio de los españoles, que es lo fundamental. Y en estos momentos tengo sobre esta cuestión muy serias dudas.

España es, para mí, un concepto abstracto con posibilidad de múltiples definiciones en las que influirán las circunstancias de tiempo y lugar del que las realice, así como de cultura y educación, de ideología y de metas que para el futuro tenga el definidor. En cambio, los españoles son los seres humanos reales que me rodean, con los que convivo y trabajo, me relaciono y me enfrento en una noble y legítima lucha de estímulo y superación, y estos es pañoles me dan miedo cuando son violentados por quienes se arrogan con poderes mesiánicos a dirimir sobre cuestiones que, en el fondo y en sus últimas consecuencias, nos son totalmente ajenas. Ya estamos siendo víctimas de presiones y violencias, y mi miedo se basa en la falta de racionalidad de los argumentos que se emplean a favor y en contra, en la carencia de un profundo conocimiento de las cuestiones esenciales que se tratan y en la ausencia de lógica de las posturas de uno y otro lado. Situaciones como las que actualmente vivimos suelen generar enfrentamientos que tardan en curar generaciones y que apartan a nuestro noble pueblo de ocuparse en cosas más trascendentes o que pueden redundar en un mayor placer o en mayor bienestar. Para ejemplo claro sólo basta analizar los últimos 200 años de nuestra historia y compararlos con los del resto de Europa.

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Es tal la confusión que se ha creado que votar sí o votar no puede ser interpretado de muy diversas y contradictorias maneras, convergiendo en una misma actitud de voto personas de ideologías absolutamente contrapuestas. La abstención tiene también muy diferentes lecturas, y el voto en blanco es, como su mismo color indica, la suma de todas las intenciones posibles. Sería menester inventar el voto en negro para indicar la negación de todas ellas.

Por todas partes me llaman para que firme un manifiesto. Con algunos comparto ciertas ideas, pero como ninguno me sirve en su totalidad no estoy dispuesto a que mi firma pueda beneficiar la difusión de las muy diversas y contradictorias intenciones que de un sí o uri no se pueden extraer en este referéndum. Creo, sin embargo, que no viene mal en estos momentos dejar constancia de cuálles son nuestras ideas, cuando éstas se dicen con el mayor respeto para quienes no las comparten y haciendo constar que acepto -con resignación- lo que en el futuro se nos imponga desde unos poderes a los que, soy corisciente, no tenemos acceso, y considerando que en estas cuestiones todos somos víctimas y quc: lo único que no nos pueden arrebatar esos poderes es el derecho de hacer pír nuestra voz.

Por razones históricas indiscutibles, España no participó en la injusta división de Europa que se realizó en 1945, división en la que actuaron las razones que ejerce siempre el vencedor sobre el vencido -sin que esto quiera decir que sean razones de fundamento, pues son sólo las razones de la fuerza-, la incompetencia política y el odio de unos, los intereses partidistas de otros y la ignorancia histórica y geográfica del resto. Creo que es hora de intentar superar esa injusticia que se abatió sobre una Europa dividida por la fuerza e ir empezando a fomentar la idea de que Europa va desde Cádiz hasta los Urales. España, por haber permanecido al margen de ese acto irracional de fuerza vengadora, podría jugar hoy un papel trascendental en la línea de esa deseable unificación. Desde 1953, sin embargo, entramos a formar parte de uno de esos bloques de poder en los que se dividió Europa, sin que existiese por entonces ningún tipo de consulta popular y nos viésemos sumergidos los españoles en él, guiados por los intereses personales de los que entonces ejercían el poder y para beneficio de una dictadura que, gracias a esos pactos, pudo mantenerse durante 22 años más en el uso más autoritario del mismo. Somos desde entonces los parientes pobres de una Europa próspera y ahí están nuestros millones de emigrantes para de mostrarlo. Estados Unidos significó para Europa la liberación de la dictadura y de las ideas del nazismo; para España, por el contrario, la permanencia de un régimen de muy parecido signo y consecuencias. Ahora, en estos momentos, las cosas son totalmente diferentes, ya que gracias a una trascendental evolución y una muy sabia transición España ha obtenido una voz potente en ese concierto europeo, donde nos hacemos oír y respetar en todos los terrenos, excepto en el que concierne al enfrentamiento militar entre esos dos bloques. España, como tantos otros países europeos, poco o nada tiene que decir en él, como no sea el de convertirse en víctima. El día que uno de esos dos bloques encuentre las razones en la sinrazón para enfrentarse militarmente al contrario seremos víctimas, con OTAN o sin ella, se vote sí o se vote no, se abstenga uno o se vote en blanco. Por ello, considero que nuestro papel está más en evitar ese enfrentamiento por las vías de la cultura, del entendimiento, del diálogo y de la fuerza de la razón, que integrarnos a favor o en contra de uno de los dos bandos, que, como antes decía, no contribuimos a crear.

He leído que en el reciente y triste fracaso del Challenger ha contribuido un número grande de errores humanos, siendo uno de ellos, al parecer, el consumo incontrolado de alcohol y drogas por algún colaborador de alta responsabilidad de la NASA. Yo me pregunto: ¿Quién nos puede asegurar que estas mismas circunstancias no pueden darse en los seres humanos que se sientan en la OTAN y en el Pacto de Varsovia ante instrumentos de la más alta responsabilidad si un día comienzan a pensar que su principal misión es la esquizofrenia misma? Los resultados serían no la muerte de siete buenos cosmonautas, sino el fin de toda vida sobre la Tierra.

El tiempo que tenemos antes de que las dos potencias decidan cuándo y dónde van a comenzar ese enfrentamiento -personalmente creo que nunca, pues nadie quiere promover conscientemente el fin de la humanidad entera- creo que deberíamos aprovecharlo para que nos digan dónde se alía uno, dónde están las listas preparadas para apuntarnos en la Europa de los Einstein, Planck, Dellarubbia, los Stravinski, Bartok, Schoenberg, Messian, Britten, Shostakovich, los Bracque Modiggliani, Klee, Kokoschka, los Kafka, Brecht, Green, Calvino ... y tantos y tantos otros que han hecho de Europa, y en este siglo, el centro más importante de las ideas,. la ciencia y el arte. A estos nombres es posible añadirles varios centenares de nombres españoles, pero haciendo la salvedad de que éstos entraron en esa Europa a título personal y, desgraciadamente para España, sin poder arrastrar hacia ella a la totalidad de nuestro pueblo, que, por circunstancias aquí muy largas de detallar pero que están en el ánimo de todos, no pudo beneficiarse de la enorme trascendencia de su labor y de las importantes consecuencias que para el beneficio de España hubiesen podido tener.

No podemos olvidar tampoco que tanto EE UU como la Unión Soviética, dos grandes naciones por las que siento admiración y respeto y al mismo tiempo son cabezas visibles de esos bloques militares que unos cuantos nos quieren hacer ver que un día van a comenzar a destruirse; no podemos olvidar, repito, que estos dos países han contribuido de forma sustancial y, decisiva a que muchos de estos hombres hayan podido llegar a realizar plenamente su trascendental aportación al conocimiento y la cultura. Yo pediría a quien corresponda cómo es posible, qué camino ha de seguirse para aliarnos plenamente con esa forma de entender la defensa de Europa, con esa forma deser europeos y con esa forma de entender la dignidad de la condición y del quehacer humano.

En cambio, cuando los europeos, o quienes sean, nos llamen para alinearnos a emprender empresas heroicas y gloriosas que siempre terminan en Auschwitz, Kattin, Dresden, Coventry, Hiroshima, Hungría, Corea, Vietnam, Checoslovaquia, Afganistán, Paracuellos y Badajoz, hazañas realizadas también por seres humanos que creían cumplir con un deber y que argumentaban estar realizando en beneficio de los más sublimes ideales de la humanidad para salvar a los seres humanos de incontables males, yo pediría a quien corresponda que nos indícase dónde podemos ir a borrarnos de esas alianzas para que no cuenten con nosotros.

La guerra, al ser un hecho irracional, empapa de irracionalidad a todo cuanto la rodea, incluyendo desde su preparación hasta sus últimas consecuencias que culminan en la glorificación del vencedor y la humillación, el escarnio y la destrucción del vencido. En la guerra no es necesario tener razón, sólo basta ser más fuerte y vencer y aniquilar al contrario. Pero en esa guerra para la que ahora se nos prepara hay que tener en cuenta que no habrá ni vencedores ni vencidos. Por todo ello, no admito que una alianza militar

-defensiva u ofensiva- pueda traernos cualquier tipo de beneficios como no sean los que ya estamos soportando los españoles: enfrentamientos, división, crispación y abandono de cualquier otra actividad en favor de una mayor calidad de vida. En la guerra siempre todos somos y seremos víctimas desde el principio hasta el fin. En este estado de cosas, ¿qué tengo que votar? Quizá una papeleta en la que poner las palabras de un poeta, las palabras de Jorge Guilién: "¿Me ha de envolver suicidio colectivo? / Pues conste ya mi indignación de víctima".

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