Alrededor de una columna de papel
En la filmografía de Jaime Chávarri, aunque el cineasta asegure que sólo Los viajes escolares y El río de oro son "cien por cien personales", el tema del enfrentamiento entre la infancia y el mundo de los adultos se repite una y otra vez, más explícito -aunque no central- en El desencanto o A un dios desconocido, abordado más tangencialmente en Las bicicletas son para el verano, o Bearn, donde queda subsumido en una trama de mayor carga narrativa.Ese tema recurrente es el eje de El río de oro, una sorprendente coproducción hispano-suiza que se diría inspirada en Peter Pan, un personaje del público como de los creadores, empeñados en reivindicar una infancia eterna, pues espectáculos para menores en los que incluso se procura disimular la falta de inocencia del engaño, dispuestas las plateas a asombrarse ante las maravillas del héroe, encantado el director de poder explicar cualquier fantástica aventi sin que nadie le interrogue por lo que hay detrás de tanta diversión pura.
El río de oro
Director: Jaime Chávarri.Intérpretes: Ángela Molina, Bruno Ganz, Francesca Annis, Stefan Gubser, Nacho Rodríguez, Juan Diego Botto, Carolina Norris. Guión: Jaime Chávarri. Fotografía: Carlos Suárez. Coproducción Hispano-Suiza, 1985. Estreno en cines Paz y Vaguada. Madrid.
Bruno Ganz es el Peter Pan de Chávarri, un adulto que sigue pensando en partir hacia el país de Nunca Jamás, lugar mágico en el que no existe esa muerte que él esconde debajo de las camas o dentro de los armarios, tal y como nos descubre la peculiar Campanilla, encarnada por Francesca Annis.
Pero el Peter de El río de oro es un cuarentón de sexualidad conflictiva, que pretende repetir una y otra vez los mismos juegos, aunque la propia repetición los ha privado de espontaneidad. La película nos irá mostrando el envejecimiento de Peter, su soledad, la manera distinta en que ahora es deseado por Laura o el alejamiento de Jorge.
Teóricamente, El río de oro es un filme de una gran carga poética en el que se nos habla o se nos quiere hacer sentir a un tiempo la amargura por la volatización de la infancia y el gozo de hacerse adulto, mezclándose los recuerdos agradables con los miedos primarios. Pero todo eso es teoría, ya que la buena marcha de la historia está en manos de la capacidad de seducción de Bruno Ganz, pues de su encanto depende que aceptemos su empeño de continuar siendo un niño dentro de un cuerpo de adulto. Él tiene que ser deseado por dos mujeres y también ser el compañero de juegos ideal para tres niños.
Y lo cierto es que Bruno Ganz es un personaje de papel, literario, que queda fuera de la realidad en la que viven los demás, y no logra hacernos atractiva la suya ni tan sólo en esos momentos en que sí son creíbles sus gestos -la pelea con Juan, por ejemplo-.
Peter es, lisa y llanamente, un loco pesado por el que ninguna mujer estaría dispuesta a dar un paso y, probablemente, un individuo que causaría miedo a los chicos, con lo cual el eje sobre el que debiera sostenerse El río de oro se quiebra totalmente, Y si argumentalmente es posible saltarse el eje cuantas veces convenga, argumentalmente es imposible construir toda la ficción sobre una columna de papel.
Apuesta
El río de oro tiene el atractivo del riesgo y eso hay que agradecérselo a Jaime Chávarri, cansado de su papel de correcto ilustrador al que se le encargan cosas muy diversas para que él consiga hacérselas más o menos propias. La apuesta es muy alta y en algunos momentos ha valido la pena.Así, la secuencia de la borrachera nocturna entre Stefan Gubser y Francesca Annis, ola relación entre esta última y el hijo mayor, o la explosión de rabia que enfrenta a Jorge y Miguel. Siempre esos momentos buenos coinciden con la ausencia de Peter, que cuando aparece no se limita a derribar la cotidianidad de los demás personajes, sino también la credibilidad del filme. Y la responsabilidad de que esto suceda no es del Bruno Ganz-actor, sino de Peter, de los diálogos y de la concepción misma de ese protagonista.
En cualquier caso, El río de oro es una película más interesante que la gran mayoría de cintas españolas recientes, aunque sólo sea por el mero hecho de estar atravesada por una ambición auténtica, de índole artística y no estrictamente presupuestaria, una ambición que lleva al director a mostrar de sí mismo más de lo que racionalmente le conviene, pues si el director Jaime Chávarri se muestra casi siempre seguro con los actores -el problema de que la película El río de oro no se haya rodado en castellano aporta alguna confusión suplementaria-, con la cámara o con los recursos para lograr crear un clima, eso también pone más al descubierto las flaquezas de guión y de los diálogos, hasta el extremo que algunas situaciones de la película nacen falsas y a base de manitas llegan a ser verdaderas.
Pero ése es un esfuerzo secuencia a secuencia que no alcanza al conjunto para liberarle de su encolada solemnidad.
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