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36º FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE BERLÍN

El triunfo de 'Stammheim' abre vías comerciales a una película radical

El filme alemán Stammheim, de Reinhardt Hauff, fue galardonado anoche en la ceremonia de clausura, celebrada en el Zoo Palast berlinés, con los dos más importantes premios concedidos en esta edición del Festival de Berlín, lo que abre vías comerciales a esta película radical. Obtuvo -no unánimemente, pues la presidenta del jurado, Gina Lollobrigida, proclamó públicamente su disconformidad con el fallo-, el Oso de Oro, único premio oficial de carácter absoluto, y -éste sí fue unánime-, el extraoficial y prestigioso Premio de la Crítica Internacional.

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Cuatro presencias y una ausencia

Este doble triunfo abre inesperadas vías comerciales a una obra muy radical y políticamente conflictiva, que destapa la caja de Pandora del famoso caso del grupo terrorista Baader-Meinhof, considerado hoy como un asunto tabú en Alemania Occidental y otros países occidentales europeos.No se esperaba en Berlín un triunfo tan rotundo de este filme, formalmente muy abrupto, plano y difícil de ver. Su éxito ha provocado ya síntomas de malestar, como algunas airadas reacciones del público y una comunicación a la Prensa de la presidenta del jurado internacional, la actriz italiana Gina Lollobrigida, quien afirmó que el premio a Stammheim "no se concedió de manera unánime, y después de una intensa controversia". La actriz añadió que "deseaba proclamar públicamente su desacuerdo personal con el fallo".

En medios de la Prensa especializada, se piensa que el doble triunfo de Stammheim es, sin embargo, una culminación coherente de una competición cinematográfica donde han dominado las películas que tratan de la violencia política en la RFA, y, en concreto, del fenómeno del nazismo. Muchos comentaristas han coincidido en afirmar que la recién finalizada edición del fettival berlinés ha tenido, así, una condición catártica y psicodramática para los alemanes, debido a la insistencia de muchos filmes -11- en urgar en estas zonas oscuras del pasado político germano.

Los filmes que casi obsesivamente rescatan de la memoria el fenómeno de la violencia en la época nazi son: Heil Hitler, de Herbert Aschembusch; Heidenlöcher, de Wolfrain Paulus; Interno berlinese, de Liliana Cavani, y Huída hacia el norte, de Ingemo Enströn, todas ellas producidas por la República Federal de Alemania; Morir por amar la vida, de Mircea Veroiu, y Glissendo, de Mircea Daneluc, ambas de producción rumana; Tras el cristal, de Agustín Villaronga, producida por España; Mis dos primeros siglos en la vida, de Gyula Maár, producida por Hungría; La casa del río, de Roland Gräf, producida por la República Democrática Alemana y, finalmente, las ocho horas de proyección de un estremecedor documento sobre el exterminio de los judíos por los nazis, Shoah, de Claude Lanzmann, producida por Francia.

Este último filme, uno de los focos de máxima atracción de las apretadísimas sesiones paralelas del festival, ha sido galardonado, a la par que Stammheim, con el Premio de la Crítica Internacional, que ha sido discernido por un jurado compuesto por 17 periodistas, comentaristas políticos y críticos cinematográficos de países de cuatro continentes, presididos por el francés Marcel Martin.

Filme liberador

Este grupo votó por unanimidad a Shoah y a Stammheim. El francés Lanzmann declaró: "Espero que Shoah sea para los alemanes un filme liberador", palabras que son casi literalmente coincidentes con unas declaraciones de Reinhardt Hauff, director de Stammheim, en un programa de la televisión alemana.Este predominio de filmes catárticos o liberadores acerca del pasado político alemán han oscurecido otros dos aspectos relevantes de esta edición del Festival de Berlín. Uno es el retorno de legendarios nombres, que hoy son casi historia, de las vanguardias del cine de los años cincuenta y sesenta, como el norteamericano Jonas Melcas, fundador del cine underground de Nueva York, y el alemán Alexander Kluge, que siguen, casi en el anonimato, haciendo laboriosamente sus películas y las han traído a Berlín.

El otro aspecto oscurecido por la abundancia de cine político ha sido el vasto y contradictorio panorama que Berlín ha ofrecido, tanto en la sección oficial, como en las proyecciones oficiales y el Fórum, de las tendencias actuales del cine europeo, en las que se observan síntomas de que por fin se está saliendo de la ya excesivamente persistente crisis de inventiva que padecía. Merece la pena subrayar el alto porcentaje de primeras películas, o de filmes de cineastas con muy escasa obra detrás, presentadas a concurso, y la novedad de estilo y las calidades que se perciben en Vera Belmont, Léa Pool, Agustín Villaronga, Ingemo Engstrón, Nanni Moretti o Kay Pollak, entre otros nombres desconocidos, pero que se les ve como el indicio de un gran relevo.

El resultado final de esta edición del Festival de Berlín es, después de los fuertes altibajos por los que el certamen pasó, positivo. En lo que al cine español respecta, hay que lamentar que la relación de película premiadas, que contiene algunas cosas bastante impresentables, no haya recogido algún aspecto que merecía ser galardonado de la única de las películas españolas que concursó, Teo el pelirrojo, y, sobre todo, que Tras el cristal, de Agustín Villaronga, no llegara a concursar finalmente, cuando inicialmente fue preseleccionada para hacerlo. De haber entrado en la rueda de la sección oficial y haberse metido en el baño de psicodramas políticos sobre el nazismo que allí hemos visto, este extraño filme español es probablemente el que habría aportado mayor violencia y, sobre todo, mayor capacidad agitadora de esa pesadilla europea que se ha pretendido convocar y exorcizar en Berlín.

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