Perdedores
En el periódico del 15 de enero, al pie de la página 13 -fatídico número- se publica un suelto, hablando de los militares republicanos. A ese colectivo, como modernamente se les llama, pertenecí en mi juventud. Estuve en el Jarama y en la Sierra desde los primeros meses de 1937, y en los últimos de 1938 fui destinado a Cataluña y allí en el XV CE. Presté mis servicios como oficial, hasta que nos internaron desarmados en Francia. A los que hablan mal del tiempo francés tendría que recordarles cuáles eran nuestras perspectivas en el ejército de Franco.Pasé ocho meses en un campo de concentración, hasta que, confiado en aquello de que quien no tenía las manos manchadas de sangre no.tenía nada que temer, regresé a la patria. Aquí me esperaban otros seis meses en la celdade peligrosos de una especie de campo de clasificación situado en un barrio de Barcelona, en cuyo puerto desembarqué. Le ahorro comentarios de lo que esto significa.
Al salir me alistaron como desafecto al régimen, en un batallón de trabajo. Allí colaboré en la construcción de carreteras y durante una conducción esposado visité las cárceles de Algeciras, Córdoba y Alcázar de San Juan, de las que recuerdo las tensas conversaciones con los condenados a muerte. Al final, ya en Madrid, encontré mi "alejamiento" en el barracón del 32 batallón disciplinario, que por ironías de la suerte se hallaba situado en los alrededores de la colonia de El Viso, por lo que nuestra única satisfacción residía en ser vecinos de Carmen Sevilla, de cuya vecindad desgraciadamente no tuvimos ocasión de ser conscientes. Allí me licenciaron , a salvo por puro azar del siniestro Cuelgamuros. Al final de dos años más, convenientemente depurado de mis pecados republicanos, lo que quedaba de mi juventud tuvo que abrirse paso en condiciones precarias para seguir viviendo.
A pesar de todo soy muy consciente de haber sido afortunado. A otros, quizá con menos pecados que yo, no se les dio ninguna ocasión de referir sus avatares. Especialmente en su nombre fuimos muchos los que nos alegramos de que el BOE por fin nos reconociera a todos como españoles dignos de reconocimiento e incluso (¡!) de una recompensa económica.
Sobre el vino de aquellas esperanzas han caído desde entonces muy abundantes las aguas de las indecisiones y de los condicionamientos, a los que el suelto a que aludo le ha puesto, precisamente durante un Gobierno socialista, la guinda de la última desilusión. Volvemos a ser lo que afortunadamente siempre fuimos: perdedores, que a pesar de todo siguen apostando a ser leales.
Y quisiera, si usted me lo permite, tranquilizar desde aquí a quien corresponda: sosiegue su presupuesto, aguante un poquito más, porque dentro de poco ya no quedará nadie, yo incluido, para cobrar la célebre pensión y podrá, con la conciencia tranquila, cerrar los expedientes. Por mi parte, públicamente ya renuncio a la que me pudiera corresponder.-
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