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El silencio que nunca dejará de hablar

¿Los libros de Juan Rulfo? Menos mal que hay dos, al menos en forma de tal, pues apenas si el plural tiene sentido. Una breve novela, Pedro Páramo, de 1955, un libro de relatos que recogía textos anteriores, publicado dos años antes, El llano en llamas, tampoco mucho más extenso. Y desde entonces el silencio, apenas roto aquí y allá por algunos breves textos dispersos, algunas fotografías, y el silencio. Un silencio que, sin embargo, no deja de hablar, que ya no podrá callar jamás.Ya se sabe que el libro es el mejor estuche que la literatura ha encontrado en la historia, para cumplir su vocación: durar. Tan es así que para el común de los mortales la literatura se confunde con el libro. Y al final, cuando la literatura y la palabra se encuentran de una vez, el silencio se ha roto para siempre.

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¿Cómo un hombre, autor de un solo libro y de escasos textos dispersos, que guardaba silencio, además, desde hace 30 años, ha podido convertirse en una figura fundamental de las letras universales de siempre? Simplemente, en esas escasas ocasiones sus pocas y raras palabras encerraban en ellas la más alta concentración de literatura que nuestro idioma recuerda. O al menos una de las mayores. Con frecuencia se ha comparado su caso con el de Rimbaud, aquel poeta francés que tras publicar su segundo libro a los 19 años lo abandonó todo y se dedicó a la aventura, hasta su muerte, dos décadas después. Rimbaud sigue hablando, por encima de su mudez literaria y de su propia muerte. Como Rulfo, que también ha callado durante más de seis lustros, pero en quien también la literatura ya no dejará de hablar jamás.

"Sólo conocí la muerte"

"Me llamo Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno", decía el escritor en una entrevista. "Me apilaron todos los nombres de mis antepasados paternos y maternos como si fuera el vástago de un racimo de plátanos, y aunque sienta preferencia por el verbo arracimar, me hubiera gustado un nombre más sencillo... En la familia Pérez Rulfo nunca hubo mucha paz; todos morían temprano, a la edad de 33 años, y todos eran asesinados por la espalda". El escritor, exageraba, desde luego, pero no demasiado. Su abuelo murió cuando Rulfo contaba cuatro años de edad, y dos años después asesinaron a su padre, a los 33 años, efectivamente. Su madre murió cuatro, años después. "Entretanto", dijo a Fernando Benítez, "mataron a dos hermanos de mi padre. Luego, casi enseguida, murió mi abuelo paterno... Otro tío murió ahogado en un naufragio, y así, de 1922 a 1930 -había nacido en 1918- sólo conocí la muerte".

¿Qué de extraño tiene entonces esa obsesión por la muerte que respira toda su obra? Juan Preciado llega a Comala en busca de su padre Pedro Páramo. Las fijaciones de Rulfo estallan de repente: la muerte, la violencia, la dialéctica padre-hijo, la ruina, el fracaso de la revolución. Comala es un pueblo muerto. Pedro Páramo, el cacique que sobrevivió a la revolución, a la que pareció ayudar y de la que se aprovechó, también ha muerto, y hasta Juan Preciado es una voz de ultratumbra. Es un mundo de muertos que habla, y habla sin cesar. ¿No se trata de una premonición universal? Juan Rulfo no nos deja una descripción de la revolución o de México, sino, como dice Octavio Paz, su imagen. En este sentido, la novela de la revolución mexicana, que va de Azuela -Los de abajo-hasta Fuentes -La muerte de Artemio Cruz-, de 1915 a 1960 aproximadamente, y donde se inscriben los nombres señeros de la narrativa mexicana de este siglo, encuentra en la rara y escasa obra de Rulfo su quintaesencia y su apoteosis.

¿Realismo mágico? ¿Fantástico? Bioy Casares hablaba de la vocación realista de la novela fantástica, y aquí habría que hacerlo al revés: de la irredimible llamada hacia la fantasía del realismo para serlo más. No hay aquí mundos imaginarios, sino una tremenda realidad violenta, mortal, injusta y miserable donde no sólo hablan los muertos sino que son -como debe ser- los únicos que pueden hablar. Como el silencio, origen de toda palabra, ese silencio que Rulfo ha llevado a la cumbre de la elocuencia con su propio y personal ejemplo.

El verdadero escritor no deja nunca de escribir aunque no lo haga. Ésa es su grandeza y su maldición. Pues tampoco se es más escritor escribiendo sin parar, a veces sólo alguna que otra vez el escritor tropieza con la escritura, mientras que tantas otras escribe y escribe sin poder hacerlo más. El arte no es una profesión, no se olvide. ¿Cuántos escritores famosos han escrito sin parar y luego sólo son recordados por uno o dos libros? Al menos, en eso también, Juan Rulfo ha desbrozado el camino, nos sigue dejando mudos ante el rumor incesante de su silencio. ¿Ha muerto Juan Rulfo? ¿Murió hace 30 años? Tonterías: ya no morirá jamás.

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