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Aventurero sentimental

Vicente Molina Foix

Cyril Connolly, que defendió su prosa fría desde las primeras novelas de finales de los veinte, decía que Isherwood escribía persuasivamente porque era "insinuantemente templado y anónimo; nada le conmueve, nada le sobresalta". Esta calificación al escritor no cuadra, sin embargo, al inquieto aventurero sentimental que desde sus días de estudiante fue Isherwood.Su aventura fue la de una generación -Auden, Spender, Britten, el espía Blunt, el propio Connolly- que vivió intensamente la curiosidad histórica, el compromiso político y el rechazo activo o pasivo a un país natal que les quedaba estrecho, cuando no agobiante. Sabemos las distintas formas de respuesta de este grupo de artistas, salidos todos del privilegiado eje Oxford-Cam bridge: unos murieron combatiendo al franquismo en nuestro suelo; otros, que regresaron de esa lucha, contempláron sin excesiva ilusión las primeras experiencias sociales del laborismo en el poder; los hubo que se refugiaron en las brumas de la religión o en la infidelidad al espionaje por convicción ideológica.

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Los tres amigos literariamente de más promesa -Isberwood, Auden y Spender- cultivaron la imagen del outsider, pero sólo el primero la desempeñó a fondo. Coincidieron en el chispeante Berlín de los primeros años treinta, compartieron allí la cama con numerosos jóvenes locales y salieron zumbando cuando la sombra de Hitier tomó cuerpo. De aquella Alemania (reflejada en su célebre novela Adiós a Berlín, base de la aún más célebre película Cabaret, y en otra, a mi juicio mejor, Mr. Norris cambia de trenes), Isherwood regresó a Londres, trabajó con Auden en interesantes experiencias de teatro político, viajó a China, se metió en el mundo del cine. No volvió nunca a su país. Pero en su renuncia a la ciudadanía británica y en su definitivo alejamiento de aquella Inglaterra de esperanzas de los años veinte y treinta puede verse una forma de condena no-activa, un estudiado adiós a todo aquello.

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