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'Comics' y políticos juntos

"No sabemos lo que es un museo y se meten a construir la tira de centros de arte contemporáneo que aún es más difícil saber para qué sirven", considera el director del Servicio de Museos de Francia. Francia ha sido siempre un país de instituciones seculares y los museos forman parte de ellas. Es una consagración que planea por encima del bien y del mal cotidiano. Son sus grandes nombres ("Qué sería Francia sin Versailles, sin los reyes absolutistas", preguntaba Salvador Dalí) al margen de sus crisis -más periódicas y frecuentes de lo que a menudo admiten- y de sus vacíos. Pero los museos de Francia -esos 4.000 y tantos museos desperdigados por el hexágono- también participan de esta nueva tendencia artística porque, en definitiva, ellos habrán de quedarse con lo que ahora estos centros promueven.Pero hay hechos que muestran lo contrario. Como en Lyon, por poner un ejemplo, donde se ha construido un CAPC, que bajo el nombre de Elac, aprovecha el gran espacio que supone una estación ferroviaria en el centro de una gran capital. Pero en el viejo museo de Saint Pierre, en el que se han adaptado otras salas también para arte contemporáneo -"es una invasión", ironizan-, dejan la institución con las mismas tres personas que había antes. Y casi nadie les hace caso. En cambio disponen de partidas económicas excelentes para hacer mágnificos catálogos de manera que dedican gran parte de sus esfuerzos a lo propio, consiguiendo editar dos efemérides ("se trata de ser original en todo", decía el director Thierry Raspail), dos catálogos de excepción: el que pesa más de Europa (casi cinco kilos) y el más largo del mundo (más de un metro).

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Aprobar el intervencionismo

Y como Lyon, Grenoble, donde la ciudad disponía del mejor museo de arte contemporáneo, creado en 1910, desde hace varios años el museo está cerrado y las instituciones no consiguen dar con una solución para el problema de propiedad que pesa sobre él.

Éste es un aspecto que le quita verosimilitud al ímpetu del proyecto contemporáneo. Como se lo quita la automarginación del sector privado y la marginación de las generaciones más maduras ("antes de los 30 años estás acabado para el mundo contemporáneo, como un deportista", decía un becado). Y esta última es una constatación realizada desde distintos sectores de las artes plásticas. "Existe un desequilibrío entre la inversión pública y los resultados conseguidos", señalan. Dada la extrema facilidad con que se conceden becas y ayudas y se consiguen encargos oficiales, son muchos los que aprueban, insólitamente, el intervencionismo estatal en todos los sectores de la creación, de manera que se llega al extremo de que "comics y políticos se dan la mano como nunca sucedió".

Pero si los dirigentes culturales y artísticos instalados en la región aprueban el esfuerzo girondino realizado en París, no por ello deján de ser ellos mismos un poco jacobinos. Y, a su vez, construyen su propio centralismo en torno a su estricto cometido: se trata de ganar la batalla en favor de la originalidad y de la juventud. Y a menudo, incluso las dos juntas, no dan para tanto.

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