Tesoros perdidos
Hace pocos meses he vuelto a trabajar en el Museo de Antropología de México, al que muchos consideramos patrimonio de la humanidad, por su continente y por su contenido.Entre muchos de los objetos expuestos me conmueve la pérdida -hago votos para que sea temporal- de tantas y tan valiosas piezas únicas. Los cables dan cuenta en forma esquemática de algunas, entre las que se mencionan las de¡ Cenote sagrado de Chichén-ltza, la tumba del Palacio de las Inscripciones de Palenque, joyas mixtecas (parte de ellas están en el Museo de Oaxaca), el dios murciélago zapoteca y la escultura del mono azteca.
El Cenote yucateco es un fenómeno natural que adquirió caracteres mágico-religiosos. En una región árida de suyo, súbitamente se desprende un fragmento de fina capa calcárea y aparece un depósito de agua de provindencial significado. El de Chichén-Itza es uno de los mayores conocidos. En determinadas solemnidades se arrojaban a él víctimas portadoras de joyas. Un aventurero compró durante la revolución, en 1912, la hacienda Chichén, contrató buzos y sacó del cenote cajones de joyas que fueron a parar al Peabody Museum de Boston.
México recuperó después parte del expolio, ahora saqueado de nuevo. Entre las piezas más espectaculares se cuentan los discos de oro que muestran combates entre los mayas yucatecos y sus invasores toltecas mexicanos, así como entre dioses y monstruos. Otro valor de este tesoro consiste en la prueba de un intercambio comercial. Entre los objetos de oro rescatados del fango se cuentan cocodrilos de Coclé en Panamá y orejeras quimbayas de Colombia.
La tumba de Palenque está cubierta por una losa tallada que protegía el tesoro. Entre las piezas de jade, es una de las más valiosas la máscara de mosaico del príncipe en ella enterrado.
El descubrimiento de tumbas mixtecas intactas por Alfonso Caso proporcionó una de las colecciones más espectaculares del museo. Había en las vitrinas saqueadas pectorales de amatista y oro, huesos de jaguar tallados, animales y calaveras de cristal de roca, objetos de obsidiana y de ágata, variedad de collares y joyas de metales nobles, entre las que se destacaba la máscara del dios Xipe-Totec. En cuanto a la talla de piedra, era famosa la del dios murciélago zapoteca.
Entre otras muchas piezas robadas se menciona la del dios mono azteca, una de las obras que motivaron el entusiasmo de Henry Moore al declarar que la petricidad -palabra por él inventada- logró su máxima expresión en la escultura azteca.
La primera reflexión tras el robo es la convicción de que los ladrones sabían lo que querían.
La segunda atañe a la imposibilidad d e lanzar al mercado de los coleccionistas particulares y, menos aun, de los museos, un tesoro que está catalogado y, en su mayoría, publicado en innumerables libros, desde el de Samuel R. Lothrop, de 1952, hasta los más recientes de Ignacio Bernal, las ediciones de Skyra, el de Alcina Franch...
Sobrecoge pensar que entre las docenas de piezas de oro robadas, ante la imposibilidad de su venta clandestina, los ladrones decidan, por segunda vez en la historia, fundirlas.
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