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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Aviso a los historiadores futuros

LA MEMORIA es un arcano. Se dice que el tiempo la desvanece, la consume; pero también, con él, la memoria toma volúmenes insospechados, inventa o fantasea. No es un depósito inerte que amarillea y se deshace en polvo, sino un pequeño monstruo que se deforma. Han bastado 10 años para que muchos españoles activos y despiertos recuerden su pasado de una manera que podríamos llamar falaz. Y, en su conjunto, puede ayudar a construir una falacia histórica. Los relatos personales del franquismo y de la construcción de la democracia, ahora publicados a raudales, forman una densa vegetación de recuerdos en la que hay que abrirse paso a machetazos para encontrar el aire y la luz de algunas verdades.Ocurre que el español generalmente carece de humildad. Y esa humana actitud se multiplica cuanto más político se siente. Ocurre también que quien participa en un acto tiende a sentirse el centro de él y olvida palabras, decisiones o heroísmos de los demás; incluso a veces se los atribuye, simplemente por simpatía o por afinidad. Éste es un país en el que cada uno suele despreciar el dato concreto para elevarse directamente a una teología de las situaciones. Este es un país, donde no se escriben memorias ni diarios, se pierden los papeles, se contrastan poco las informaciones y se tienen razonables dudas acerca del testimonio de los otros. Cuando alguien recuerda, su memoria es selectiva y, cuando escribe o habla, la selección actúa aún más vertiginosamente sobre sus palabras. Esta reflexión tanto sirve para quienes confunden ahora el verdadero abismo de indignidad, de ignominia y de anulación mental que fue el franquismo, y lo añoran, como para quienes adulteran su participación personal en el cambio. Si algunos tienen el ánimo de pasar factura (y hasta lo consiguen con creces), la mayor parte solamente son exhibicionistas verbales que, inconscientes de su vicio, apartan con fruición las aias de su gabardina para mostrar un cuerpo glorioso de cicatrices en la conspiración y en la lucha. Se ha apoderado de ellos la nefasta mentalidad del ex combatiente, que puede conducir a la de padre de la patria. Una noche en que se ocultaron en casa de unos parientes, porque el ambiente era malo, se traduce en el sufrimiento de años de persecución; unas carreras por las Ramblas, en brillante pasado catalanista; un manifiesto escrito en la rnadrugada, en la forma precursora de la Constitución; unas llamadas telefónicas y unas citas en la esquina de la calle, en legendaria figura de conspirador.

Es cierto que el franquismo en sus últimos años fue un cuerpo yerto y abandonado con el que muy pocas personas se sintieron solidarias; es cierto, también, que la busca de la democracia aparecía en casi todos como una necesidad y una solución de eficacia, desde un punto de vista patriótico y desde los múltiples intereses personales. Tantas personas, por otra parte, se desolidarizaron del régimen que puede definirse el cambio, en la medida en que se pudo hacer, como un movimiento de toda la sociedad. Dentro de él ha habido grandes y pequeñas aventuras personales, aportaciones gigantescas y también otras muy modestas, que a veces apenas traspasaron el peldaño de la buena voluntad. Ahora, algunos protagonistas prefieren callar y otros personajes de segundo o tercer orden acuden a su memoria selectiva; modificada, además, por la perspectiva de los datos actuales.

Por eso conviene advertir a los historiadores del futuro, a los que traten de reconstruir este tiempo, que desconfien de algunas fuentes públicas. El enjambre de suspuestos resistentes les puede dar una versión real de una sociedad que se puso en movimiento, pero la veracidad de cada uno de los relatos es más que discutible. Tras una larga etapa en la que la censura franquista prohibió los hechos, y los departamentos de propaganda del régimen inventaron o deformaron los acontecimientos, la ambición de figurar, el gusto por el protagonismo y la vanidad insatisfecha de algunos demócratas -por definición, de toda la vida- pueden crear una insospechada variante de falsificación de la historia. Sirva de consuelo que no se trata -esta vez- de legitimar mediante mentiras sobre los vivos y de calumnias sobre los muertos un sistema dictatorial sino, simplemente, de una frívola manera de deformar el pasado para salir mejor en la fotografia colectiva de los constructores de la transición.

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