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Tribuna:MADRID RESUCITADO
Tribuna
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Libertad

La libertad a la que hace mención esta calle es la que proporcionaban a los cautivos de Argel y Berbería las monjas mercedarias que aquí tuvieron su convento, lo que explica en parte que tan sospechoso nombre perdurara en el callejero, franquista.No obstante, en la clandestinidad y en la luz, atraídos por el nombre de la diosa, los militantes de la CNT buscaron en ella acomodo y contribuyeron, aunque por diferentes medios, a servir a la misma causa que defendían las monjas con sus colectas y oraciones, redimiendo a otros cautivos del yugo laboral y social.

El atractivo de esta lóbrega calleja del barrio del Barquillo se hizo extensible a otro tipo de libertades y libertinajes nocturnos propios de este territorio de chisperos, tipos de aristocracia popular madrileña que junto con los majos de Maravillas y los manolos del Avapiés formaban la vanguardia tanto en las grescas cotidianas como en las sublevaciones callejeras.

Los chisperos, que tomaron su nombre de las fraguas que en el barrio funcionaban, eran, como sus colegas de la majeza y la manolería, buenos para el cante y el baile, apreciables músicos y duchos en el manejo de las armas blancas con las que defendían sus fronteras naturales. Dentro de ellas pronto se contaron múltiples establecimientos dedicados al esparcimiento alcohólico y venéreo, que aún perduran.

La gastronomía estaba representada por honestas casas de comidas económicas, como La Carmencita, muy visitada por intelectuales y artistas con vena populista, atraídos por el mantel de cuadros, el guiso casero y su ambiente de tasca obrera de las de antes de la guerra, con sus peculiares y amarillentos azulejos que hoy relucen tras la reconversión. Conservando cuidadosamente sus hechuras, los nuevos propietarios han borrado la pátina del tiempo y hart transformado una reliquia en establecimiento cursi a la moda de antaño, lo que ha repercutido sensiblemente sobre los precios de la carta, la clientela y probablemente sobre la cocina, que nunca alcanzó, fuera de su tipismo, niveles muy altos.

Movimientos subterráneos

La calle de la Libertad acogió en los años setenta a un establecimiento pionero, La Vaquería, cripta y sancta sanctórum del underground madrileño que mezclaba a Grateful Dead con Paco Ibáñez y a Carlos Marx y Bakunin con Timothy Leary bajo la mirada tolerante, y algo turbia por tantas emanaciones, de Emilio Sola, profesor, poeta, sherpa y tabernero sui géneris, alentador de aquella espontánea asamblea donde se debatía en sesión continua sobre todo lo humano y lo divino.

Un potente artefacto explosivo de la ultraderecha selló las sesiones de aquel Parlamento improvisado y diseminó a la basca, una basca cuyo fermento se extendería por la urbe dando lugar unos años más tarde a un rosario de pubs con vocación de cenáculo.

En tan modesto escenario se cruzarorí todos los movimientos subterráneos, y de aquellas promiscuas uniones, celebradas en secreto, se nutren ahora, sin saberlo, las nuevas hornadas. En la complicidad de La Vaquería se difundieron, mano en mano, los primeros opúsculos de La Banda de Moebius, editorial alternativa de azarosa vida que proveyó a las hambrientas bibliotecas de los imprescindibles panfletos de García Calvo, el manifiesto contra el derroche o el de la comuna zamorana, además de otras obras no menos trascendentes de Haro Ibars, Noguerol, Sandoval o el mismo Sola.

Todavía se respira algo de aquel aire en Libertad. Ágiles alumnas de un estudio de ballet se cruzan en el rellano con veteranos anarquistas, hay bares tranquilos como Libertad 8, que recuerda en su interior a la extinta Vaquería, tabernas bulliciosas y restaurantes discretos, como el onomatopéyico Arrumbabaya, enfrente de los antiguos estudios de la firma Columbia en los que grabaron figuras legendarias del pop, Los Bravos, o del light, Julio Iglesias.

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