Una modesta 'cumbre'
GINEBRA SE ha convertido otra vez en el centro de atención de los ciudadanos del mundo entero. Ese interés extraordinario tiene una razón evidente: por encima de creencias e ideologías, el mundo se siente agotado de vivir al borde de una catástrofe nuclear que podría producir -sobre esto coinciden científicos soviéticos y norteamericanos- la destrucción de la humanidad. Está claro que un entendimiento entre Reagan y Gorbachov sería el primer paso imprescindible para poner freno la demencial carrera de armamentos que vive hoy el mundo. Sin embargo, una reflexión seria no permite alimentar, en ese orden, demasiadas ilusiones. Cuando anteriores reuniones en la cumbre han servido para aprobar acuerdos significativos en esta materia, ello ha sido posible porque el documento había sido fruto de un consenso previo. En el paso presente se han celebrado largas negociaciones Este-Oeste en diversas sedes: en Ginebra, en particular, sobre armas nucleares y espaciales; en Viena, sobre armas clásicas; en la conferencia de la ONU de Ginebra, sobre armas químicas; en Estocolmo, sobre "medidas generadoras de confianza". Según las informaciones de que se dispone, no se han producido aproximaciones suficientes de puntos de vista para que puedan recibir el refrendo de una cumbre. En el último viaje del secretario de Estado norteamericano George Shultz a Moscú, no fue posible siquiera redactar un co municado conjunto. Todos los comentarios y filtraciones -y las últimas declaraciones explícitas de Ronald Reagan- anuncian una falta de resultados concretos en la cuestión del desarme. Conviene recordar que una tesis norteamericana muy difundida considera que la cumbre ha sido posible sobre todo gracias a la Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI), la- llamada guerra de las galaxias, lanzada por Reagan, a causa del temor de la URS S a tener que hacer frente a una carrera de armamentos en el espacio. Si la SDI fuese una carta para atraer a Gorbachov a la mesa de negociación, habría cumplido su papel. Pero lo cierto es que hoy esa iniciativa se ha convertido en el obstáculo decisivo para un acuerdo sobre control y disminución de armamentos. El presidente Ronald Reagan se encuentra en una situación sumamente compleja: la mayoría de los Gobiernos europeos no le apoya sin reservas en ese tema y la oposición misma en Estados Unidos es considerable.
Al mismo tiempo, el núcleo irreductible del Pentágono quiere llevar adelante esa iniciativa prescindiendo del Tratado sobre los misiles antibalísticos ABM, considera que son inútiles los acuerdos con la URSS y su estrategia, en definitiva, es la de de negociar desde una posición de superioridad. Es cierto también que el presidente Reagan parece alinearse más bien con las posiciones más pragmáticas del secretario de Estado,y del asesor Paul Nitze, en contra de las del secretario de Defensa Caspar Weinberger -cuya ausencia de Ginebra es notoria- afirmando su fidelidad a los acuerdos firmados y en concreto el ABM.
La sensación de desunión en las filas norteamericanas ante la cumbre se ve reforzada por una carta de Weinberger a Reagan en la que le exhorta a no ceder en el terreno de la prolongación de los acuerdos sobre control del armamento nuclear, más allá de fin de año. Ello no puede contribuir tampoco a hacer las cosas más fáciles en Ginebra, aunque nuevamente parece que Reagan desoirá a su secretario de Defensa y no tomará ninguna decisión sobre el particular hasta después de la cumbre.
En cualquier caso, lo más importante es que ninguno de los argumentos del presidente norteamericano parece que puedan modificar la negativa soviética sobre la Iniciativa de Defensa Estratégica; es probable que la URSS prefiera incluso esperar la llegada del futuro presidente, antes que aceptar la inevitabilidad del SDI.
Por otro lado, los meses anteriores a la cumbre han dado lugar a una serie de propuestas nuevas en la cuestión nuclear, cuya importancia no es posible subestimar: sobre la reducción de la mitad, de los arsenales estratégicos, propuesta por Gorbachov, el desacuerdo -sin duda esencial- se refiere a su aplicación a las diversos tipos de misiles; pero la discusión está en marcha. Otro paso soviético serio es la moratoria sobre pruebas nucleares; un acuerdo sobre este punto sería decisivo porque frenaría el desarrollo de nuevas armas. La sistemática negativa de la URSS a aceptar verificaciones en el sitio parece haberse ablandado, según el discurso en la ONU del ministro de Asuntos Exteriores Edvard Shevardnazde.
Estamos, pues, en un momento contradictorio: por un lado, ningún acuerdo a la vista en la cumbre. Pero, en cambio, una situación en cierto modo nueva, con propuestas sobre la mesa que en principio podrían desem bocar, con una negociación adecuada, en acuerdos muy importantes. Por eso, mucho va a depender del ambiente, de la relación directa que pueda, o no, establecerse, a lo largo de los dos días de conversaciones; de si la desconfianza mutua, a pesar de los desacuerdos fundamentales, empieza a disminuir.
En esa línea, los otros puntos del orden del día, los llamados conflictos regionales, los derechos humanos, pueden ser esenciales porque son los que llevan consigo una mayor carga ideológica. Intercambiar en privado los anatemas de los discursos propagandísticos no tendría sentido. Pero quizá exístan algunos problemas, como el de Oriente Próximo, en el que cierta aproximación discreta es hoy posible. En los últimos meses han tenido lugar, con escasa publicidad, diversas reuniones soviético-norteamericanas sobre cuestiones regionales, entre ellas la situación en el Mediterráneo oriental; aceptar tal consulta era ya un cambio de la tradicional actitud de EE UU contraria a cualquier participación de la URSS en una eventual solución del conflicto en esa parte del mundo.
Ciertas novedades en la política de Israel, el acercamiento jordano-sirio, o la eventual concesión soviética de mayor número de permisos de emigración a la minoría judía, crean posibilidades ayer inexistentes para una aproximación entre EE UU y la URSS; es uno de los casos, quizá no el único, en que la parte no pública de la cumbre pueda dar ciertos resultados, aunque éstos sólo se manifiesten dentro de cierto tiempo. La cumbre responde, en todo caso, a causas más profundas, que tienen rasgos específicos en EE UU y en la URSS. Ronald Reagan, en su lucha por llegar a la Casa Blanca, tenía como plataforma esencial el antisovietismo y la urgencia de poner fin a una presunta etapa de debilidad de EE UU en sus relaciones con la URSS. Pero actualmente sus declaraciones son más realistas; insiste en que no pretende cambiar el régimen que existe en la URSS; destaca la necesidad de vivir juntos en paz en un mismo planeta. Cumple recordar que la iniciativa de la actual cumbre partió de Reagan; éste se encuentra a mediados de su segundo mandato; y por ello su encuentro con Gorbachov es para él fundamental, si quiere dejar en la historia la imagen de un hombre de paz.
El caso de Gorbachov es radicalmente diferente; se trata del dirigente más joven que la URSS ha tenido desde hace mucho tiempo; ha logrado con cierta rapidez rejuvenecer el grupo de los principales responsables, en el Gobierno y en el partido. Aunque la vida política en el Kremlin sigue siendo muy oscura, parece obvio que dispone ya de un margen de maniobra que le permite dar nuevos pasos en política exterior. En todo caso, Gorbachov necesita reformar un sistema económico embotado por la burocracia y la ineficacia; elevar la productividad e impulsar el avance tecnológico; dar a los ciudadanos soviéticos una perspectiva real de ciertas mejoras. Ese imperativo en el terreno de la política interior depende, en gran medida, de un clima internacional más distendido, de menores inversiones en armamentos, de un mayor intercambio con Occidente, incluso en el terreno comercial y tecnológico.
Estos condicionantes impulsarán sin duda a los dos líderes a evitar una sensación pesimista; un resultado probable de la reunión de Ginebra puede que sea crear una comunicación más fluida entre las dos superpotencias; y preparar ulteriores cumbres susceptibles de abordar problemas en los que hoy el desacuerdo no parece insuperable.
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