Las víctimas, los amigos y los ejemplos
La noticia de la muerte de Alfonso Reyes Echandía es uno de los impactos más duros que he recibido en mi vida, y ciertamente he encajado ya muchos severos. De la forma que ella ha ocurrido no puedo menos que expresar dudas, por ahora. Si había alguien, sobre todo de la clase judicial, que en Colombia entendió el conflicto entre los grupos armados y el poder militar, éste era Alfonso Reyes, y por tanto un validísimo interlocutor. Su profunda fe democrática y su lucha en favor de la vigencia de los derechos humanos y la justicia social lo había llevado a desentrañar las causas profundas de semejante conflicto y a denunciar los intereses internos, como los externos impulsados por el imperialismo, todos los cuales jugaban contra la solución pacífica.Toda su vida fue ejemplar. Había constituido una familia sólida; uno de sus hijos sigue sus pasos en el campo del Derecho con brillantes resultados. Era un leal amigo, anfitrión exquisito y, pese a su seriedad exterior, que se reflejaba en una oratoria refinada de pulido castellano (como es usual en Colombia), traslucía una alegría vital y un sano optimismo. Estudioso serio y profundo del discurso jurídico, particularmente de aquel que enmarca la llamada cuestión criminal. Se fórmó en su tierra y completó su perfeccionamiento en Francia e Italia. Produjo una vastísima obra a pesar de su corta edad madura. Sus textos, que llevan muchas ediciones, constituyen hoy fuentes obligadas de los estudiantes, de las distintas facultades jurídicas colombianas, a pesar de la existencia de otros importantes y valiosos aportes en el país. Hizo luego una rutilante carrera judicial y poco a poco cimentó las bases de lo que hoy es el Instituto de Ciencias Penales y Criminológicas de la Universidad Externado de Colombia, el cual se ha convertido en uno de los ya vanos centros latinoamericanos desde donde se hace el análisis crítico del control social jurídico-penal, particularmente en cuanto se refiere a los empleos perversos que de él hacen en Latinoamérica los sistemas de dominación del autoritarismo oligárquico-militar.
En el instituto por él creado se formaron quienes también son mis queridos amigos. Uno de ellos, el más destacado, Emiro Sandoval Huertas, que, según noticias que ansío no se confirmen, parece haber sido también víctima de esta horrible violencia, lo cual me afecta profundamente. Él es el más brillante ejemplo de jurista joven, comprometido con su país y con la América agredida, y su contribución al pensamiento crítico y reflexivo en el campo criminológico resulta hoy más trascendente con el holocausto.
Tanto Alfonso como Emiro poseen múltiples amigos entre sus colegas de América Latina, Italia, Alemania Federal y sobre todo aquí, en España. Entre los latinoamericanos debo señalar primero, si se me permite, a Eduardo Novoa Monreal, Lola Aniyar, Raúl Zaffaroni, Emilio García Méndez, Juan Bustos Ramírez y Hernán Hormazábal; estos dos, como exiliados, también hoy profesan en Barcelona. Entre los españoles cabe destacar el compañerismo que les unía, entre otros, a los catedráticos de distintas universidades, como Barbero Santos, Muñoz Conde, Córdoba Roda, Gimbernat Ordeig, Mir Puig, Quintero Olivares y los profesores Berdugo Gómez de la Torre, Arroyo Zapatero, Terradillos Basoco, etcétera. Pero lo que ahonda aún más el dolor que nos embarga es que esta próxima semana todos esperábamos en Madrid la presencia de Alfonso Reyes, quien, como ponente especialmente invitado, intervendría con nosotros en las Jornadas de Homena e al XV aniversario del fallecimiento del padre de la ciencia penal contemporánea hispano-hablante, Luis Jiménez de Asúa, otro ilustre demócrata.
Confío que estos sacrificios y el de las demás víctimas inocentes aviven el empeño de los juristas e intelectuales comprometidos con la democracia real y la convivencia pacífica por la verdadera libertad en América Latina.
Roberto Bergalli es profesor titular de Derecho Penal en la facultad de Derecho de la universidad de Barcelona. Es argentino de origen.
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