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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La asamblea del Fondo Monetario

LA ASAMBLEA general del Fondo Monetario Internacional (FMI) se ha reunido en Seúl en un clima bastante menos optimista que el del pasado año. La recuperación de la economía norteamericana, entonces en pleno apogeo, ha perdido bastante fuerza, sin que la mejora relativa de las economías europeas pueda compensar el efecto de arrastre que Estados Unidos ejerció en 1984.Este contexto de bajo crecimiento está además marcado por importantes desequilibrios. El déficit de la balanza por cuenta corriente de Estados Unidos (alrededor de 120.000 millones de dólares) se encuentra parcialmente compensado por los excedentes de Japón (40.000 millones de dólares) y Alemania (12.000 millones), con situaciones intermedias en el resto de los países desarrollados. Estas cifras avalan la opinión generalizada de que el dólar está sobrevalorado, pero el problema consiste en definir un camino practicable hacia el equilibrio entre la divisa norteamericana y el resto de las monedas de los países industrializados, en particular con el yen japonés y el marco alemán. El FMI podría desempeñar, junto con otras instancias internacionales, un papel importante en la búsqueda de un orden monetario más acorde con las realidades del mundo de la producción. Históricamente, el divorcio entre flujos reales y flujos de capital ha marcado el inicio de las crisis financieras.

El otro gran problema pendiente es el de la deuda externa de los países en vías de desarrollo. En el informe anual del FMI se reconocen los esfuerzos realizados por los países deudores para ajustar sus economías, pero también se advierte que el rebrote inflacionista en la mayor parte de ellos amenaza con echar por tierra los logros obtenidos. El problema, !in embargo, es más profundo; en realidad, se trata de saber si los regímenes democráticos de algunos de estos países podrán soportar el ritmo que los organismos internacionales han impuesto hasta ahora al ajuste. De no ser así, se abriría un período de inestabilidad política de incalculables consecuencias para el mundo occidental. El problema de la deuda externa es, cada vez más, un problema político.

Si, como consecuencia de la reunión de Seúl, se reconoce esta realidad y comienzan a tomarse las primeras medidas para hacerle frente, la asamblea no se habrá celebrado en vano. El secretario del Tesoro norteamericano ha dado un primer paso en este sentido al convocar hace unos días a los presidentes de los grandes bancos norteamericanos para discutir los problemas de la deuda. El plan de Estados Unidos consiste en crear una agencia internacional dependiente del FMI y del Banco Mundial que preste dinero a mayores plazos y en mejores condiciones que el propio Fondo Monetario Internacional, cuya actuación se centra prioritariamente en la corrección de desequilibrios temporales en las balanzas de pagos de los países miembros. De lo que se trata esta vez es de promover el crecimiento equilibrado de los países deudores, lo cual supone un cambio radical en la actitud de completa inhibición que Estados Unidos ha mantenido hasta el presente. Oficialmente se. entendía que los problemas de los países en vías de desarrollo eran transitorios y que se resolverían por si mismos en cuanto el comercio internacional recuperase su pulso normal. La iniciativa del secretario del Tesoro norteamericano parece implicar que Estados Unidos reconoce ahora que no se puede ejercer un liderazgo mundial sin asumir una cierta dosis de responsabilidad sobre lo que ocurre en su área de influencia económica, tanto más cuanto que, de hecho, los beneficiarios de esta actitud serán, a corto plazo, los países afectados, pero a medio y largo plazo, las propias entidades financieras norteamericanas en cuyos libros figuran las dos terceras partes de la deuda de los países en vías de desarrollo.

De salir adelante esta iniciativa, el FMI y el Banco Mundial deberán encontrar nuevas fórmulas de intervención que armonicen las exigencias, a menudo contradictorias, del crecimiento y del ajuste de los países endeudados. La tarea es dificil, pero, a medida que el tiempo transcurre, el margen de maniobra se reduce peligrosamente.

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