Paz
¿Cuál es la pantalla en la que se proyecta Euskadi? ¿Cuál es el telón de fondo de los acontecimientos que en Euskadi suceden? Una aparente monotonía, una disimulada resignación, un profundo desasosiego que, cuando se manifiesta, pasa de la condena más absoluta al deseo, no menos absoluto, de una solución. Del drama, sin embargo, sólo suelen sobresalir los atentados y condenas, algún grito pronto acallado o algún supuesto hecho notorio, como ha sido la reciente polémica entre dos políticos vascos.Ese deseo profundo de solución está presente en cualquier conversación privada. Pocos ocultan que tarde o temprano será inevitable algún tipo de negociación, mutuas concesiones y, en consecuencia, el reconocimiento de que la actual situación es insuficiente para crear paz en la calle y tranquilidad en las conciencias. Personas nada sospechosas de simpatía en lo que hace al fenómeno de Euskadi afirman, sin embozo, que "al final se negociará".
Fatal manera de obrar la de los hombres, quienes, seguros de que un mal está ahí, lo rodean, le dan su tiempo, lo dejan madurar de forma que cuando el mal desaparece no se sabe ya si es por obra de los hombres o porque el mal ha cumplido su misión. Si una cierta representación de Dios hacía de éste un ser que, conociendo el mal futuro, lo dejaba estar para no interferir en la libertad de los hombres, cierto tipo de política parece interferir en la libertad de los hombres para que no se sepa que el mal se puede evitar.
Porque nada sería mejor que correr las cortinas, iluminar el fondo, lamentarse menos y poner en sitio visible aquellos puntos que pudieran darnos una paz real. Todo se personaliza y se embrolla, por el contrario, sin que oigamos palabra alguna, pongamos por caso, sobre la autodeterminación, o sobre las formas que podría tomar tal autodeterminación, o sobre la cantidad de ejemplos históricos en los que la soberanía nacional adquiere las formas más variadas. Punto esencial éste, por cierto, en la polémica en cuestión. Y punto, conviene recordarlo, inequívoco en las reivindicaciones predemocráticas que en tiempo aún cercano se hicieron en este país. Si al partido en el Gobierno se le afea hoy, con razón, que prometiera un referéndum para salir de la OTAN y lo convoque (si lo convoca y si lo acata si lo convoca es un misterio) para seguir en ella, igualmente habría que afear a quienes defendieron con fuerza el derecho de los pueblos y lo miran ahora como agua pasada, sean del Gobierno, de la oposición de derechas o de la oposición de izquierdas.
No debería extrañarnos lo que ocurre, dada la estrechez en la que ha degenerado la vida política española. Tan estrecha que casi no hay pasillos para andar por ella. No es siquiera un laberinto, sino una confusión interesada, un intercambio de debilidades. En esos casos se echa en la espalda de los otros lo que uno no es capaz de sobrellevar. De ahí que quienes han hecho norma de su actuar político el sometimiento y miedo a los poderes nacionales e internacionales dicen a voz en grito que en Euskadi se actúa coaccionado por el terror. De ahí que la democracia se convierta o en chismorreo, o en verdades off the record, lo que importa se falsea, se trivializa o se dice sólo en la más pura intimidad.
Estando así las cosas, no ha de llamar la atención -a decir verdad, no debería llamar la atención, sino escandalizar- que un presidente del Gobierno ofrezca como gran lema el trabajar y callar. Cuando, curiosamente, en una democracia, uno de los pocos bienes (los otros vendrán por otros conceptos) es el de hablar, e imaginar, sin callar. (Lo de trabajar debió ser en plan chunga, pues para trabajar parece que primero hay que poder trabajar). Viejo truco, zafio truco, de la seudoautoridad que oculta su falta de poder recurriendo al simplismo del "aquí mando yo".
Recientemente se nos ha obsequiado con una supuesta gran polémica: la de Arzallus y Bandrés. Lo primero que habría que notar es que la disputa se ha comentado más en Madrid que en Euskadi. Buena prueba de que respondía más a los intereses de aquí que a los reales problemas de allá. Era, además, la disputa entre un partido que, por su fuerza, no la necesitaba frente a otro que, por su debilidad, la recibía como oxígeno saludable. Que los dos quisieran la paz les honra, desde luego, pero el asunto no es ni de artificios ni de hacer la película con los actores que convenga. Importa, como decíamos, el telón de fondo.
No sé exactamente con quién, cuándo ni cómo hay que negociar, pero muchos estamos convencidos de que sí hay que negociar. No sólo con los más radicales y beligerantes, sino por respeto democrático. Respeto a una buena parte del pueblo vasco, que, de acuerdo o no con las opciones violentas, no está a gusto en el marco que se le ha impuesto. Y respeto, a, otro nivel, con todo el pueblo español, pues a él tampoco parece que se le ha preguntado mucho al respecto. Es difícil saber qué responderían los vascos ante un eventual referéndum, pero no es más fácil saber lo que los españoles responderían si en este momento se les preguntara por su opinión en relación a la solución del País Vasco.
Y unas conversaciones, acuerdos o negociaciones requieren personas e ideas. Personas que de una u otra manera puedan aportar lazos de entendimiento y de contacto. La historia nos muestra que en estos casos no sb debe despreciar oportunidad ninguna y que la cerrazón política no sólo suele acabar con quien la practica, sino que retrasa, pudre y hasta desenfoca las cosas. E ideas o programas. Si todo consiste en poner delante de las narices de la alternativa KAS la Constitución, no iremos demasiado lejos. Un programa es debatible, y vale más derrotarlo con argumentos, si se tienen, que con una paranoica repetición o con la simple fuerza. Que se elabore una contraalternativa KAS, por ejemplo, y que de ahí proliferen otras alternativas. Al final, como decía, se avanzaría no sólo hacia una pacificación de Euskadi, sino que sería realmente saludable para la democracia española.
Decía el moderado Aristóteles que a las democracias les convenía el respetar las apariencias. Esta observación, además de su interpretación más cínica, tiene otra que no habría que despreciar, y es la de que la mejor manera de mantener el ideal de un pueblo soberano es dejarle que ejerza como tal. Aunque se confunda.
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