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Juan Francisco Fresno

El arzobispo de Santiago de Chile, nombrado cardenal hace cuatro meses, logra éxito en su intento de mediación política

Bonachón, simpático y moderado, el cardenal Juan Francisco Fresno parece más un cura de pueblo que el hombre encargado de aunar a la oposición chilena tras 12 años de división e impotencia. Pero, amparado en su buena imagen como amante del diálogo y respaldado por su investidura cardenalicia, Fresno ha logrado poner de acuerdo en un programa mínimo de recuperación de la democracia a fuerzas tan diferentes como las que representan el último ministro del Interior del Gobierno del presidente Salvador Allende y el primer ministro de Economía del régimen militar que lo derrocó.

Fresno, a quien ya se le comienza a llamar cardenal de la unidad, fue nombrado arzobispo de Santiago en 1983, con la dura tarea de su ceder al cardenal Raúl Silva Henríquez, un hombre de estatura continental y fuerte arraigo entre los pobres. "Gracias a Dios que nuestros ruegos han sido escuchados", dijo la esposa del gene ral Augusto Pinochet, Lucía Hiriart, cuando el Vaticano nombró a Fresno. Estaba resumiendo todo el desagrado del Gobierno militar por la labor de Silva Henríquez y manifestando las esperanzas de que Fresno sería más benevolente.Sin embargo, Fresno, como su antecesor, comenzó a ganarse la antipatía de unos. gobernantes que se declaraban católicos pero que estaban poco dispuestos a seguir los consejos reconciliadore del nuevo jefe de la Iglesia chilena. Apenas un año después de su nombramiento como arzobispo, el Gobierno censuró sus declara ciones y prohibió que se difundiera en la Prensa una carta pastoral en la que Fresno criticaba al régimen por haber impuesto el esta do de sitio.

De 70 años y con media vida de sacerdocio desarrollada en la provincia (fue obispo de Copiapó, en el norte chileno, durante nueve años, y arzobispo de La Serena, también en el norte, otros 16 años), Fresno logró ganarse a la dividida población chilena y al Vaticano por su vocación de unidad y su sentido práctico.

Poco después de su nombra miento en Santiago, en medio de una serie de protestas mensuales de la opósición, citó en su casa a los representantes de la Alianza Democrática -conglomerado de partidos de centro y de izquierda- y los hizo reunirse con el ministro del Interior, Sergio Onofre Jarpa, en el primer diálogo entre el Gobierno y la oposición en 10 años. Aunque el intento no dio los frutos esperados, Fresno perseveró y habló cada vez que pudo de la necesidad de "ser generosos y deponer los odios".

Ya nombrado cardenal, recibió del papa Juan Pablo II la misión de insistir y trabajar a fondo por la alternativa de la reconciliación y la solución pacífica para el polvorín chileno. "Pongo mi mandato cardenalicio al servicio del reencuentro y la reconciliación profunda de todos los chilenos. Por ello llegaría al sacrificio heroico si fuera necesario", dijo Fresno en Roma el 25 de mayo último horas, después de haber recibido el birrete cardenalicio.

Don Pancho, como le gusta que le sigan llamando, es un cura a la antigua, amante de la buena mesa y fanático de la vida del campo. Deportista, sus compañeros del seminario le apodaban Manzanita, por el color rojo que adoptaba su cara cuando practicaba el lanzamiento de peso. El mismo color que tiñe ahora sus mejillas cuando tiene que criticar las medidas de un régimen que ha tenido un enfrentamiento permanente con la Iglesia.

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