Casta torera de José Antonio Campuzano
En la solemne despedida bilbaína de Antoñete resurgió la casta torera de José Antonio Campuzano. La fiesta es así de imprevisible. Un gentío había acudido a Vista Alegre para disfrutar la última lección magistral del maestro, y se encontró con la emocionante, dominadora, meritísima faena de José Antonio Campuza no al sexto toro que, por cierto, fue uno de los pocos,ejemplares serios de la corrida.El otro toro serio, además bravo, había sido precisamente el de la despedida del maestro. Lo demás se trataba de una ruina ganadera, ejemplares atacados de carnes, excesivas para su esqueleto; despitorrados, inválidos, mansones, sin fuelle para resistir apenas una vara en regla. Es decir, que nos dieron gato por liebre.
Plaza de Bilbao
23 de agosto. Sexta corrida de feria.Cinco toros de Buendia: cuarto bravo, resto inválidos, despitorrados. Sexto, sobrero del conde de la Maza, manso. Antoñete: pinchazo y estocada delantera (ovación y salida al tercio), media baja y descabello (pitos). Niño de la Capea: estocada caída (ovación y saludosy, pinchazo y media baja (silencio). José Antonio Campuzano: Estocada trasera caída (oreja); media baja (oreja).
Al primero le hizo Antoñete una faenita superficial y dubitativa. Una vez citó a la distancia habitual en el maestro, adelantó la muleta, tiró dela embestida templó la suerte. Solamente esa vez, porque en las demás el engaño no rebasaba la altura de la cadera -sí el pico, que ése siempre estaba delante-; para el natural cogía el estoquillador por un extremo y, para el redondo, lo apuntaba a la andanada; embarullaba entre los pitones el remate de cada pase.
A la afición, con mayor frecuencia la madrileña, cuando ve un toro pastueño le entra la nostalgia antoñetista y suspira: "¡Ay si ese toro le saliera al maestro!" Pero hay otro, bravo por más señas, que no conviene de ninguna manera a las ya caducas condiciones físicas del veterano lidiador, y le salió ayer en Bilbao. Cárdeno con trapío y cuajo, recargó encelado y fijo en tres varas y llegó al último tercio con la agresiva nobleza que caracteriza a los toros de pura casta. El primer ayudado resultó un enganchón; el segundo, desacompasado; el tercero, un desarme. A partir de aquí, Antoñete se vino abajo mientras el toro se iba arriba; el torero ensayaba un primer pase y era incapaz de ligar el siguiente.
La ilusión del maestro por solemnizar su despedida de Bilbao con una tarde inolvidable, y la del público -que le recibió con verdadero cariño- se diluyeron en la casta Santa Coloma del toro cárdeno, bravo y serio.
Dos borregos
Ante un borrego boyantón y frente a otro que punteaba, ambos inválidos, Niño de la Capea ensayó muy voluntarioso los dos pases de rigor. Al primero, de cansina embestida, le corrió bien la mano en los naturales; al otro, ni en los naturales ni en los derechazos, pues lo dificultaba el incómodo cabeceo del toro. Sin otro repertorio en el pozo de su ciencia, Niño de la Capea optó por abreviar.En cambio el entusiasta pegapases José Antonio Campuzanó al tercer inválido de la tarde, borrego sumiso, lo recibió con largas cambiadas de rodillas, lanceó de rodillas, instrumentó medias verónicas de rodillas, puso en suerte a la ruina ganadera de rodillas y, con ocasión del simulacro de puyazo, quien ahora se ponía de rodillas era la ruina ganadera. En el último tercio Campuzano molió al inválido a derechazos y naturales y la afición se suda no resultaba menos molida, mientras el público en general agradecía en el alma la apasiona da entrega laboral del diestro.
El sexto fue devuelto al corral por tullido y en su lugar salió un producto del conde de la Maza, terciado pero serio, cinqueño, manso y bronco. Arenas, y Finito de Triana montaron un sainete para prender dos palos en media docena de pasadas y cuando parecía que la corrida ya estaba sentenciada al fracaso surgió la casta torera de Campuzano. Inició la faena sentado en el estribo y continuó en los medios, corajudo y dominador, sometiendo la bronquedad del toro mediante redondos ejecutados con mando, la mano muy baja, obligando a que el violento animal surcara con el morro la negra arenisca del ruedo. La plaza era un clamor cuando Campuzano ensayaba naturales librando derrotes, volvía a los redondos, se adornaba por molinetes, giraldillas y el, barroco aleteó regiomontano.
El espadazo quedó bajo y no importó. Campuzano obtuvo en ese sexto toro un triunfo verdaderamente apoteósico. La multitud le aclamaba "¡torero!" y rompía todos los pronósticos que, se habían hecho de la corrida, porque el torero por antonomasia, el que había ido a despedir y aclamar la afición bilbaína, desaparecía, presuroso, triste y olvidado, por el portón de cuadrillas.
La corrida del arte
El último tramo de la feria de Bilbao se celebra en un ambiente de máxima expectación, que empezó con la «miurada" del jueves, continuó con la despedida de Antoñete ayer, y hoy aún aumenta merced al anuncio de la Ramada corrida del arte, en la que alternarán José Mari Manzanares, Julio Robles y Pepe Luis Vázquez, con toros de la ganadería de Jandilla.
Babelia
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