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La enfermedad del presidente de EE UU

Donald Regan, un gestor para la convalecencia

Francisco G. Basterra

Donald Regan, jefe del Gabinete del presidente norteamericano, Ronald Reagan, un hombre de Wall Street (el sistema nervioso financiero de EE UU) y que siempre ha querido manejar la Casa Blanca como si fuera una importante corporación, se ha convertido en el personaje clave que dirigirá la actividad presidencial mientras Reagan esté internado en el hospital de Bethesda, cerca de Washington, y durante el proceso de convalecencia.

Ronald Reagan ha ejercido siempre la presidencia norteamericana delegando mucho poder y actuando en la práctica como el presidente del consejo de administración de una gran empresa. Esta filosofía se va a acentuar a partir de la operación, sobre todo en las seis u ocho semanas próximas, según explicaron altos funcionarios del entorno presidencial.

Regan, un ex marine de 66 años, que maduró y amasó una fortuna en la presidencia de la firma financiera Merril Lynch, ha anunciado que, en las próximas semanas y mientras dure la recuperación, el presidente realizará "una ligera actividad de trabajo". Hasta ahora el presidente era un ejecutivo de nueve a cinco de la tarde y no se agobiaba con el trabajo y los problemas de Estado, que, a diferencia de muchos líderes europeos, no le han quitado el sueño. Nunca ha prestado excesiva atención a los detalles, reservando sus esfuerzos para proyectar su personalidad como líder. Sus escapadas al rancho de California son frecuentes y no necesitan de ninguna justificación aparente. Esta actitud le ha permitido a Ronald Reagan mantener, con 74 años, la imagen fresca de un político que disfruta con su cargo.

El objetivo de Donald Regan ahora es conservar la energía del presidente y que éste descanse lo más posible. Esto le permitirá llegar recuperado, en noviembre, a la anunciada cumbre con el líder soviético, Mijail Gorbachov, la única actuación importante prevista hasta ahora en la agenda de la política internacional del presidente. Las actividades que tenía proyectadas el presidente en las próximas semanas se delegarán en el vicepresidente, George Bush, y en los miembros del Gabinete. Su esposa, Nancy Reagan, le sustituirá también en algunos actos protocolarios, como hizo anoche en la recepción anual al cuerpo diplomático en la Casa Blanca.

Donald Regan, que desde que llegó, hace seis meses, a la Casa Blanca procedente del Departamento de Tesoro ya se había hecho con el control del equipo presidencial, que no compartía con nadie, ve reforzada su posición.

Apoyo de Nancy

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El jefe del Gabinete tiene el total apoyo y la amistad personal de Nancy Reagan, que con el paso del tiempo se ha convertido en la influencia más poderosa, detrás de su marido, preocupada sobre todo por que sus ayudantes no le sobrecarguen con trabajo.

Donald Regan presidirá, todas las mañanas, en la Casa Blanca una reunión del equipo del presidente y, posteriormente, se trasladará al hospital de Bethesda, a 16 kilómetros de la mansión presidencial, para informar muy brevemente al presidente.

Se trata de que las decisiones del día a día se adopten por el jefe del Gabinete y los colaboradores (staff) más próximos y sean presentadas al presidente para su ratificación. Se quiere evitar al jefe del Estado su participación en el proceso de toma de decisiones, sobre todo cuando existen opiniones encontradas. Cuando ocurra esto, se presentarán a Reagan las opciones finales, para que decida. Sólo se utilizará al presidente para que vuelque su influencia en cuestiones claves como la reducción del déficit. Esta semana Ronald Reagan intentará convencer por teléfono a los congresistas para que acuerden una reducción del déficit.

La popularidad del presidente se mantiene muy alta (se estima en un 66%) tras la solución de la crisis de los rehenes del avión de la TWA y sus asesores creen que la operación servirá para que el país cierre filas con el jefe del Estado, como cuando sufrió el atentado en 1981.

Esta lógica corriente de simpatía hacia un líder popular postrado en el hospital va a ser muy necesaria para romper el punto muerto en que se encuentra el debate sobre el presupuesto.

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