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Tribuna:LA FERIA DEL TORO DE PAMPLONA
Tribuna
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La comedia humana de Pamplona

Peñas arriba, abierta al sol, en este último círculo infernal de la plaza de toros que quiere proyectarse hacia el paraíso, se muestra en toda su desnudez el paisaje interior del alma pamplonesa, que comenzará el nuevo ciclo, tras la tregua del verano, entrando en la selva oscura de los inviernos perpetuos, dulcificados por lloviznas leves.Las peñas, por su voluntad de excederse a sí mismas, son el reflejo vivo de la comedia humana, más que divina, de Pamplona. Como el excesivo Balzac, escriben con su vida algunas páginas sublimes y otras muchas de caduca hojarasca verbal, que un piadoso viento de otoño arrastrará hacia el olvido.

Toda la vida del pueblo está resumida en las peñas. Bandos oficiales, panegiristas, han querido ver unas fiestas cosmopolitas, impulsados tal vez por el deseo que no cesa de mirarse en un imposible llamado San Sebastián, proyectado hacia otros imposibles Cantábrico, Biarritz, la Navarra perdida de Ultrapuertos, adonde en los años veinte llegaban los ecos de la Europa galante, mientras a Pamplona llegaba la humanidad de un americano fascinado por el gratuito juego con la muerte en los talones, en una flaubertiana provincia, después de cuyo éxtasis sólo quedaban miserias cotidianas y rutinas.

Las fiestas irrumpen de la misma entraña social, catapultadas por las peñas, las sociedades, que viven como una comedia paródica, grotesca, impiadosa, la tragedia del invierno de la vida ordinaria. Por eso las peñas son el parámetro de la evolución de las costumbres de nuestra vida local.

Mientras que pretendidos progresistas se equiparan a inmovilistas a la hora de establecer la manera sana de vivir las fiestas, las peñas caminan hacia la integración de la movilidad social, aceptando y acogiendo a quienes han sufrido tradicionalmente la intolerancia y el rechazo de una ciudad aferrada a su costumbrismo provinciano. En las peñas se va colando la modernidad -un reto que los sanfermines tienen pendiente-, abriéndose a quienes se creen con el mismo derecho a disfrutar de las fiestas: ésos a los que una chata televisión local niega la voz. Es seguro que las peñas harán evolucionar las fiestas hacia una mayor diversidad, conseguirán que el fanatismo de esos celadores de la sanidad quede reducido a un patético clamar de una voz ultramontana, caminando así hacia una universalidad en la que los naturales dejarán de mirar a las frías bellezas nórdicas, cual si llevaran prendido un cartel con la leyenda: "Abandona para siempre la esperanza". Las peñas de mozos de Pamplona siguen representando nuestra particular comedia humana.

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