_
_
_
_
Reportaje:El reto de la última frontera

Un conflicto de intereses entre países ricos y pobres

, "Dios mío, esto es un lugar horroroso", dijo el explorador británico Robert Scott cuando alcanzó el Polo Sur, en enero de 1912, pocas semanas después de que el noruego Roal Amudsen fuera el primer hombre en llegar hasta este confin terrestre. El continente antártico efectivamente, es un enorme y hostil territorio de 14 millones de kilómetros cuadrados con el que hasta hace escasos lustros, sólo los aventureros soñaban. Sus riquezas y la ambición política y geoestratégica de dominar esa zona del mundo ha generado conflicto de intereses entre países ricos y pobres, que hoy comienza a salir de la latencia en que hasta ahora se encontraba.

Scott pereció en una tormenta escasos días después de describir con tan escasas palabras qué es la Antártida, una región del mundo donde el termómetro llega a rozar los 90º bajo cero y los vientos al canzan velocidades de 300 kilómetros por hora. Para entonces ya hacía cuatro años que Londres había reclamado como territorio británico la porción de Antártida comprendida entre los 20º y los 80º de longitud oeste. Le siguieron en la carrera reivindícativa, amparándose en derechos de exploración o de continuidad geográfica, Nueva Zelanda, Australia, Francia, Noruega, Chile y Argentina.

Más información
La falta de agua en el continente helado

Las reclamaciones británica, chilena y argentina se superponen, pero el Tratado Antártico nacido al calor del Año Geofísico Internacional de 1957-1958, y en vigor desde 1961, congeló durante 30 años los impulsos reivindicativos nacionalistas y estableció un marco para la cooperación científica internacional en la zona, desnuclearizada por el propio Tratado. Este gigantesco laboratorio de las ciencias físicas y políticas existente al sur del paralelo 60º ha sido hasta la fecha un área alejada de tensiones (durante la guerra de las Malvinas se mantuvo la cooperación entre argentinos y británicos en las bases científicas antárticas).

Conforme se acerca el momento en que expira el Tratado, sin embargo, comienzan a aparecer las primeras escaramuzas, bien que sólo verbales, sobre lo que debe ser el destino de un espacio que oculta importantes yacimientos de minerales (algunos de ellos estratégicos), que contiene enormes bolsas de petróleo y que tiene en sus aguas una ingente riqueza animal.

Teóricamente el destino de la Antártida lo han de decidir, los miembros de pleno derecho del Tratado Antártico -los siete que mantienen reivindicaciones territoriales; los cinco que también lo suscribieron en 1961 (Bélgica, Estados Unidos, Japón, Suráfrica y Unión Soviética), y los que hayan sido admitidos tras mostrar su interés por la Antártida mediante la realización de investigaciones científicas relevantes, hasta el momento cuatro países (Polonia, República Federal de Alemania, Brasil e India)-, pero el Tercer Mundo ya ha hecho oír su voz contra esta autoconcesión de derechos.

La advertencia del Tercer Mundo

Este selecto club de países escuchó el primer aldabonazo de aviso en la cumbre de los no alineados de Nueva Delhi, en 1983. El entonces difuso clamor del Tercer Mundo tomó enseguida fuerza, como se puso de manifiesto en la pasada Asamblea General de la ONU. Para los países subdesarollados, el continente antártico y sus riquezas "son un patrimonio de la Humanidad". El primer ministro de Mala¡sia, Mahathir Mohamed, encabeza las filas de los que contestan los criterios que se quieren imponer desde el norte desarrollado. "La Antártida no pertenece legalmente a sus descubridores, lo mismo que los países colonizados no pertenecían a las potencias colonizadoras", ha dicho.

El Tratado, además, hace referencia a los recursos vivos, pero no a los minerales, con lo que incluso da pie a establecer la base para mantener en el futuro posturas de rigidez. "Una cosa es discutir sobre recursos renovables como el pescado, y otra muy distinta hacerlo sobre minerales cuya posesión es esencial", dijo no hace mucho un representante de los países ricos miembros del Tratado. "Los problemas políticos potenciales son tantos que puede que nunca se resuelvan".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_