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Reportaje:Economía de subsistencia

Volver al huerto para malvivir

Trabajadores en paro han conquistado y puesto en cultivo las márgenes de la autopista de Barajas

Amelia Castilla

AMELIA CASTILLA, La falta de trabajo ha obligado a algunos a buscar alimentos entre las piedras y a sustituir la compra por el abastecimiento directo en un huerto cultivado sobre tierra de nadie. El ingenio se ha convertido en aliado de los parados que practican la economía agrícola de subsistencia en pleno municipio de Madrid. Los nuevos huertos constituyen ya un auténtico cinturón verde junto a la carretera de Barcelona, en especial en los terrenos que rodean el aeropuerto de Barajas.

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Los huertos urbanos, que pasan inadvertidos para el viajero de la autovía de Barcelona, han transformado la estética de la zona. La vega del Jarama parece un barrio de Filipinas, plagado de chabolas de cartón y uralita y de espacios de pocos metros cuadrados acotados por vallas construidas con tablas, puertas, somieres y alambradas que conforman muros de apariencia endeble y de escasa altura.Mientras un destacamento de la Policía Nacional vigila la recogida de escombros en busca de restos de explosivos de lo que fue el restaurante El Descanso, donde fallecieron 18 personas y 80 resultaron heridas, María Gutiérrez Llano carga con un cubo de agua, sacada de una fuente pública, para regar su pequeña plantación. Desde el huerto de María, situado a escasos metros de la carretera de Barcelona, se divisan las pistas de tenis del motel Avión y varios restaurantes y asadores que limitan el espacio de los nuevos vergeles suburbanos.

La nostalgia del campo y el hambre literal obligaron a esta hortelana, improvisada hortelana, a conquistar la tierra de nadie para buscar nuevas formas de subsistencia. María aparenta más de 54 años, lleva zapatillas y medias hasta las rodillas. Su pelo tiene ya un color indefinido entre el blanco y el amarillo. Está muy delgada y ayuda a su marido, que lleva 20 años enfermo de los pulmones, a cultivar la granja. "Empezamos a cavar la tierra animados por nuestros vecinos, los de ahí enfrente, que también tienen una huerta; sacamos las primeras lechugas y cebollas, y como nadie nos decía nada vallamos la plantación para que no entren los animales", explica la mujer, que está acompañada de su nieto, al que la presencia del fotógrafo provoca un ataque de nervios que se calma con una moneda.

A María, que tiene tres hijas casadas, no le preocupa que un día llegue el desconocido propietario del terreno y les expulse de allí. Sabe que todo es provisional, y su argumento para resistir es que no hacen daño a nadie y aprovechan una tierra abandonada. El año pasado la familia decidió compar unas gallinas y unas cabras, y ahí están, correteando alrededor de las huertas. "A veces vendo huevos o alguna hortaliza, pero no es suficiente para dar de comer a una familia", afirma.

"Matar el aburrimiento"

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María está acostumbrada al trabajo duro. Trabaja desde los nueve años en las labores de asistenta. Cuando llegó a Madrid, desde Villanueva de la Serena (Badajoz), encontró un empleo, que todavía conserva, en uno de los muchos restaurantes especializados en paellas y chuletas que pueblan la carretera de Barcelona.

Volver al huerto para malvivir

María no se arrepiente de haber dejado el campo, al que ahora ha vuelto, porque "aquí, por lo menos, comemos todos los días, y ahora dormimos cada uno en una cama".Como María, se han convertido en hortelanos los jubilados por anticipado en la fábrica de camiones Pegaso y los desempleados del barrio del Aeropuerto, a fuerza de robarle horas al ocio y al aburrimiento. A golpe de azada han logrado hacer productivo cada recoveco en torno a la carretera y a las pistas del aeropuerto, sin que hasta el momento hayan dado muestras de inquietud los propietarios legales de los terrenos o los responsables municipales.

Antonio Ríos, un parado de la construcción, de 60 años, mata el aburrimiento mientras cosecha patatas y ajos. Después de comer se pone un mono azul y una gorra con visera y se encamina desde el barrio del Aeropouerto, donde reside, hasta el terreno que cultiva, subido en la bicicleta de su hija menor. Cuando acabó de cobrar el paro, tras declarar un expediente de crisis la empresa en la que trabajaba, la familia se quedó a verlas venir. Con la huerta, afirma, saca para aligerar, que no para completar, la cesta de la compra. "¡Menos es nada!", dice Antonio, que cada tarde trabaja la tierra para hacer crecer hortalizas que resultan preciosas para equilibrar su economía.

"La huerta es una válvula de escape, con esto por lo menos no me aburro", añade Antonio. "A mi edad sé que no voy a encontrar otro trabajo, y quedarse en casa encerrado todo el día es muy malo, y peor aún sería estar en el bar jugando y bebiendo con los jubilados". Antonio emigró a Madrid desde Puente Genil (Córdoba), hace 25 años, en busca de un futuro mejor, y no le pesa haber tomado aquella decisión.

"En el pueblo no se podía vivir, con los señoritos no tenías derecho a na", recuerda, mientras limpia una pequeña choza construida con materiales de desecho en la que se crían gallinas y pollos. "Si me llego a quedar en el pueblo, aún no habría cobrado nada. No me arrepiento de haberío dejado; ya me tira más la vida en Madrid que aquello".

En los últimos cinco años Antonio ha trabajado hasta convertir una pequeña extensión de terreno llena de hierbajos en una huerta fértil, que protege con un pequeño candado que podría saltar fácilmente. Tuvo suerte y además encontró agua a muy pocos metros de profundidad. Ha construido un pozo, del que consigue suficiente agua de riego. De sus cinco hijas -cuatro ya están casadas-, ninguna se anima a ayudarle en las tareas agrícolas. "La gente joven no quiere trabajar la tierra", dice. "No sé lo que va a pasar cuando nosotros desaparezcamos". A los nuevos hortelanos no les preocupa que un día lleguen las excavadoras y acaben con todo; son plenamente conscientes de la provisionalidad. Antonio afirma que el terreno que él ocupa es alquilado, pero que la mayoría de las huertas están ubicadas en tierra de nadie. "Nunca nos han dicho nada de nada. El día que nos expulsen, nos iremos", asegura, sin inmutarse.

El Ayuntamiento deja hacer

El propietario de un chalé de dos plantas situado frente a una zona acotada por los huertos se muestra encantado con los granjeros. "Esto es una delicia", asegura. "En los ratos libres se vienen aquí a cultivar la tierra, y los domingos se traen a la familia y se comen una paella. No tenemos ninguna queja. Al contrario: si no fuera porque ellos han limpiado todo, esto estaría lleno de bichos".

Pilar García Peña, concejala de la junta municipal de Hortaleza, asegura que "el Ayuntamiento no piensa hacer nada contra los improvisados granjeros, entre otras cosas porque el terreno no es de propiedad municipal. Me parece maravilloso que conviertan unas tierras que no se utilizan en huertas fértiles. Bastante mal están las cosas como para quitarle el pan a nadie. Otra cosa sería", puntualiza la concejala, "si cometieran infracciones urbanísticas graves".

Los terrenos de la margen izquierda de la carretera nacional II, en dirección a Barcelona, son en su mayoria de propiedad privada, y el suelo es urbanizable, con especial protección agropecuaria, según informó la concejala. La Subdirección General de Infraestructura del Transporte realiza, desde hace aproximadamente un año, expropiaciones de tierras en las márgenes de la carretera para realizar obras de ampliación en el aeropuerto de Barajas.

"El distrito de Hortaleza tiene una población flotante enorme, y muchas personas ni están censadas ni pagan licencias", afirma García Peña. "El Ayuntamiento sólo se planteará el tema de los huertos suburbanos si su existencia choca en el futuro con el planeamiento urbanístico".

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