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Tribuna
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La SDI, una inversión prudente en la seguridad occidental / y 2

El sistema conocido como guerra de las galaxias, señala el secretario de Estado norteamericano en. esta segunda parte de su trabajo, no es una apuesta por la superioridad estratégica o nuclear. Por el contrario, con él se pretende mantener el equilibrio en un terreno en el que, según Washington, los soviéticos alcanzaron evidente superioridad en los años setenta. Este sistema, además, está también al alcance de la URSS, a la vista de sus progresos tecnológicos, por lo que es de esperar que, pese al rechazo inicial, las conversaciones de Ginebra también aborden esta nueva área, sobre la que unos y otros investigan desde hace tiempo.

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La vía hacia ese mundo más seguro tendrá que ser recorrida con cuidado. Nuestro objetivo, dentro de la transición desde esta situación actual, en que dependemos casi totalmente de los dispositivos defensivos, sería el de desplegar sistemas defensivos que en cada fase del proceso hicieran progresivamente difícil una decisión de ataque. Con ello no sólo mejoraríamos la estabilidad, sino que también crearíamos más alicientes para la reducción de las fuerzas ofensivas.Los criterios de viabilidad que hemos adoptado -la capacidad de supervivencia y la rentabilidad- sirven precisamente para asegurar que cualquier período transitorio sea estable.

La Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI) no es una apuesta por la superioridad estratégica; al contrario, mantendría el equilibrio, a la vista del progreso veloz de los soviéticos en materia de sistemas ofensivos y defensivos. La SDI no es tampoco una violación del tratado sobre misiles antibalísticos (ABM). El presidente Reagan ha pedido que el programa de investigación se efectúe en acuerdo total con el tratado. También ha hecho patente que toda decisión que se tomase en el futuro sobre despliegue de armas de defensa no permitidas por el tratado tendría que ser un asunto a negociar.

Labor de zapa soviética

Hasta este momento, los soviéticos no han aceptado la idea de esta transición desarrollada en cooperación. Ello no debe sorprendemos ni tampoco desanimarnos. De momento, la URSS está dedicada a hacer una labor de zapa que merme el respaldo con que cuenta en nuestro país y entre nuestros aliados la investigación prevista en la SDI, para seguir entre tanto adelante con sus propios programas. Son gente realista y de mentalidad dura, de todas maneras.A medida que se desarrolle nuestra investigación y que ambas naciones adquiramos con ello un sentido más claro de las perspectivas de futuro, la URS S tendrá que acabar viendo las ventajas de unas reglas acordadas para asegurar que cualquier incorporación de sistemas se efectúe de una manera ordenada, pronosticable y estabilizadora. La alternativa -una situación en la que no existan restricciones- no les convendría ni a ellos ni a nosotros.

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Nuestro programa SDI está concebido para acrecentar la seguridad de los aliados, además de la de Estados Unidos. La decisión de pasar de la investigación al desarrollo y a la puesta en servicio del sistema se tomaría, naturalmente, tras consulta detallada con nuestros aliados. Una vez que los arsenales nucleares estratégicos y de alcance medio de Estados Unidos y de la URSS hubieran disminuido considerablemente, trataríamos de negociar reducciones en las otras categorías de armas nucleares. Si pudiéramos desarrollar la tecnología de defensa contra proyectiles balísticos, podríamos entonces dirigir nuestros esfuerzos hacia el perfeccionamiento de las medidas defensivas contra estas otras armas nucleares. Nuestro objetivo final sería la eliminación de todas ellas.

Este objetivo a largo plazo también creará unos problemas determinados. Si hubiéramos de avanzar hacia la reducción drástica o la eliminación de las armas nucleares, la necesidad de un equilibrio convencional estable pasaría de nuevo a primer plano. Para mantener la seguridad de la OTAN será imprescindible la continua modernización de las fuerzas convencionales, de la misma manera que lo es en las condiciones presentes de equilibrio estratégico. Al mismo tiempo, hemos de seguir buscando reducciones en las fuerzas convencionales, en particular las reducciones mutuas y equilibradas de los niveles de tropas en Europa. La comunidad mundial también debería dedicar atención a la necesidad de limitar e incluso eliminar la amenaza de las armas químicas. Eso es lo que hemos propuesto por medio del proyecto de tratado presentado por el vicepresidente George Bush ante el Comité de Desarme en la primavera del año pasado en Ginebra.

El debate sobre la SDI

La SDI tiene detractores que preguntan por qué habría que malograr el equilibrio del terror si ha funcionardo hasta ahora. Afirman además que la Iniciativa de Defensa, Estratégica conduciría a una carrera de armas ofensivas, pues la Unión Soviética intentaría contrarrestar nuestras armas defensivas, como si no llevase los. últimos 20 años dedicada a la mayor acumulación de armas ofensivas conocida en la historia, y que va mucho más allá de sus necesidades legítimas de seguridad.Esta crítica ignora otros, dos puntos claves. El primero es que el ritmo de avance tecnológico del armamento ofensivo -como el incremento de la precisión y movilidad de los proyectiles- pudiera con el paso del tiempo socavar los principios sobre los cuales se ha basado la relación que nos mantiene como rehenes el uno del otro. La SDI es una inversión prudente y sagaz en nuestra seguridad futura que no dañaría, sino que afianzaría la disuasión.

El segundo punto ignorado por esas críticas es que la Unión Soviética tiene desde hace años su propia versión del programa SDI, desde mucho antes que nosotros. Detrás de la propaganda sobre la supuesta militarización del espacio nos encontramos con los gastos en personal e investigación, laboratorios, campos de prueba y armas invertidos en un ambicioso programa de defensa Atratégica.

Un sistema antibalístico

La URSS siempre ha dependido de la defensa estratégica. Durante los últimos 20 años ha gastado aproximadamente tanto en defensa como en su enorme programa ofensivo. Durante mucho tiempo ha hecho inversiones importantes en su defensa civil y aérea, y tiene en servicio el único sistema de armas antisatélite y el único sistema ABM en torno a Moscú. El tratado ABM de 1972 autoriza la posesión de un sistema de esa clase. Nosotros prescindimos del nuestro, pero la URSS ha mantenido y modernizado el suyo. (...)Contamos con pruebas convincentes de que la URSS ha estado investigando durante mucho tiempo las mismas tecnologías defensivas sobre las cuales se centrará nuestra investigación SDI. Su programa de láser de alta energía es considerablemente más amplio que el nuestro, y sigue creciendo. También hay bastantes pruebas de la existencia de un esfuerzo soviético de primer orden para la obtención de armas de haces de partículas.

El tratado ABM limita la instalación de radar de alerta lejana de proyectiles balísticos a emplazamientos situados en la periferia del territorio nacional de cada signatario y requiere que estén orientados hacia fuera. En Krasnoiarsk, a casi 700 kilómetros de la frontera de la URSS, se está construyendo un nuevo radar orientado hacia el interior del territorio, lo que viola el tratado. Hay otras actividades que indican que la URSS puede estar preparando una defensa nacional ABM, lo que necesariamente constituiría una violación completa del tratado.

Desde Occidente podemos facilitar el progreso si tenemo en cuenta, los factores de los que éste depende. La historia nos indica que son tres las condiciones.

La primera, que he explicado anteriormente, es la necesidad de mantenernos en guardia y mantener nuestras fuerzas. En épocas anteriores tendimos a concentrar la atención en la fuerza militar o en las negociaciones. Para alcanzar el éxito, sin embargo, debemos atender igualmente a ambos aspectos, como elementos esenciales que son de una cabal estrategia nacional de seguridad. Esta es la sencilla verdad de la política internacional. La URSS tiene que comprender que, en ausencia de un acuerdo equitativo y verificable, vamos a fortalecemos cuanto sea necesario para salvaguardar nuestra libertad y disuadir la guerra.

Las otras dos condiciones son la paciencia en la búsqueda del acuerdo que pretendemos y la unidad tanto en nuestro país como con nuestros aliados.

La apertura de las negociaciones de Ginebra hace unas semanas, así como mi encuentro del mes de enero con el ministro de Asuntos Exteriores soviético, Andrei Groiniko, recibieron mucha atención y publicidad. Y ello es comprensible, por cuanto así se expresan las esperanzas de todo el mundo, que son también las nuestras.

Pero para que podamos satisfacer algún día esas esperanzas debemos obrar con paciencia. Tenemos que tener presente lo que por experiencia sabemos: que las negociaciones pueden ser largas y arduas. Todas han sido prolongadas. Las conversaciones que desembocaron en el Tratado sobre la Limitación de la Potencia de las Pruebas Nucleares de 1963 duraron ocho años; el Tratado de No Proliferación de 1968 tardó cuatro años en negociarse; el SALT I, casi tres años, y el SALT II, casi siete. Desde que comenzaron, hace 30 años, las negociaciones bilaterales con la Unión Soviética sobre control de armas nucleares, la rigidez de ideas de la URSS sobre sus necesidades militares y su hostilidad ante unas medidas suficientes de verificación han constituido un considerable obstáculo. Pero, por nuestra parte, estamos dispuestos a avanzar con la mayor rapidez posible. Nosotros no seremos el obstáculo.

La tercera y quizá más importante condiciéri es la de la unidad, tanto nacional como aliada.

Muchos de los problemas que hemos tenido durante los pasados 50 años han sido producto de falta de unidad en nuestro país. Posiblemente el mayor precio pagado por la guerra de Vietnam -después de la terrible pérdida de vidas- fue la quiebra del consenso nacional en materia de defensa, forjado en la II Guerra Mundial y, que había perdurado hasta los días más difíciles de la guerra fría. Hoy hace aparición un nuevo consenso, el de una mayoría creciente que está en favor de una defensa fuerte, conjugada con la búsqueda seria y realista de acuerdos fiables de control de armamentos con la Unión Soviética. Además vemos en Estados Unidos un nuevo

patriotismo, un nuevo sentido de la dignidad.

Necesaria firmeza

El mismo principio es aplicable a las relaciones con nuestros aliados. El esfuerzo desarrollado por la URSS para impedir el despliegue de los proyectiles Pershing y de crucero en Europa fracasó totalmente porque los aliados nos mantuvimos firmes, como lo habíamos hecho durante decenios. Puede que la URSS vuelva a intentarlo en el contexto de las nuevas negociaciones. Pero si queiremos que éstas tengan éxito tenemos que seguir unidos. La URSS escrutará atentamente todo signo de diferencia y desacuerdo en Occidente. La manifestación de ese tipo de signos no hará más que animarla a proseguir su batalla política mientras prolonga las negociaciones y espera concesiones unilaterales. Pero si nos ve unidos conseguiremos alcanzar el punto en que las negociaciones sean serias y aumentar las posibilidades de éxito.Las negociaciones de Ginebra van a ser de una complejidad sin precedentes. Hemos de tener cuidado de no dejar que nuestra aversión a la guerra nos haga bajar la guardia. No debemos permitir que nuestras esperanzas, por nobles que sean, nos oculten las realidades desalentadoras del proceso de control de armas. Pero existen factores favorables. Si Occidente es paciente y mantiene la unidad, combinando resolución con flexibilidad, entonces hay buenas perspectivas de éxito. Podemos alcanzar la meta, por todos compartida, de reducir el peligro de guerra y crear una relación constructiva y segura con la Unión Soviética en la era nuclear.

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